Pensando en escribir la columna de esta semana, entre los preparativos del cada vez más cercano inicio del proceso electoral por el que renovaremos al Poder Legislativo federal y al local, así como a la totalidad de los ayuntamientos que conforman a la entidad, sucedió un hecho que me hizo reflexionar, a partir de que el pasado miércoles se conmemoró una vez más el Día Internacional de la Juventud.
A primera vista, parece sencillo ser joven en estos tiempos, con toda esa tecnología al alcance de la mano, que nos permite ver un programa de televisión o una película desde la comodidad de nuestros hogares a la hora que sea, sin necesidad de ajustarse a una programación estricta, como sucedía años atrás. O la posibilidad de escuchar, mediante una aplicación, la canción que más nos guste sin necesidad de comprar todo el disco, o esperar a que la programara el locutor en el radio (y que dejara de hablar para grabarla en un caset) o el escucharla sin necesidad de traer un dispositivo para reproducirlo, pues ahora basta usar el celular para ello.
Hablando de los celulares, que lejos se ven aquellos días en que los teléfonos públicos eran necesarios para comunicarse, los de moneda primero y luego los que operaban a partir de una tarjeta con saldo. Ahora el teléfono móvil se ha convertido en una herramienta indispensable para la comunicación, el entretenimiento y hasta para hacer negocios y transacciones bancarias. En resumen, y como se diría en mis tiempos “¡Qué padre ser chavo!”
Como se podrán dar cuenta, ese análisis viene desde la perspectiva de alguien que ya pasó esa edad y la ve, no tan lejana, pero sí con nostalgia. Ahora, una reflexión más acuciosa tiene que ver con los retos a los que se está enfrentando una o un joven en estos tiempos, y los nuevos factores que habrán de ser tomados en cuenta en la construcción de una nueva realidad, tarea asignada a las futuras generaciones, hoy más que nunca.
Hablando en cifras: existen diversos criterios para atender al concepto de juventud; el que tradicionalmente utilizamos es el que maneja el Instituto Nacional de Estadística y Geografía que señala como jóvenes a las personas que se ubican entre los 12 y los 29 años. Según datos del propio organismo, la población que se encuentra en ese rango de edad en el país asciende a poco más de 39 millones de personas, lo que nos da una idea de que, en la realidad, somos un país de jóvenes.
Ya entrando en materia electoral, en Aguascalientes la actualidad nos refleja que somos el tercer estado con el mayor porcentaje de jóvenes en el padrón electoral superando el 32 por ciento, solamente por debajo de Quintana Roo y Chiapas. Si tomamos los datos del Instituto Nacional Electoral al pasado 27 de marzo, nos daremos cuenta que se encuentran 304,612 jóvenes entre los 18 y los 29 años inscritos en el padrón electoral, de los cuales más de 200,000 viven en la capital. Jesús María es el municipio que le sigue con poco más de 27 mil jóvenes y Calvillo se ubica en la tercera posición con más de 13 mil. Los municipios menos poblados por jóvenes empadronados son El Llano (5,151), Cosío (3,929) y San José de Gracia con apenas 2,290.
En cuanto a los distritos electorales, el más poblado por jóvenes es el 4, con cabecera en el municipio de San Francisco de Los Romo y que comprende además las secciones más orientales del municipio de Jesús María, y que coincide con la zona conurbada del Valle de Aguascalientes, donde habitan más de 21 mil jóvenes; coincide con tal situación el hecho de que es el distrito más poblado. En proporción, con casi 34 por ciento de jóvenes, el más poblado por la juventud es el distrito 16 en la parte oriente de la ciudad capital, que comprende entre otros, los fraccionamientos Rodolfo Landeros, Haciendas de Aguascalientes y J. Guadalupe Peralta Gámez. Caso contrario, apenas el 24 por ciento de jóvenes vive en el distrito 11 (Zona Centro, El Encino, Colonia Gremial, La Purísima) lo que lo hace el distrito en el que menos población joven reside.
¿Qué características comunes poseen estos jóvenes? Que nacieron entre 1991 y 2002. Que para poco más de 21 mil (7%) será la del próximo año su primera elección. Que nacieron en un país donde no existe un partido hegemónico ni a nivel nacional, ni local. Que siempre han vivido dentro de un país que organiza elecciones a través de un organismo público sin injerencia gubernamental. Que lo mismo ha ganado un partido que otro, siempre y cuando tenga más votos, y éstos siempre han sido contados por vecinos.
Que existen viejas leyendas donde los muertos votaban y las urnas eran susceptibles de ser embarazadas, pero en su vocabulario no existen conceptos como “tapado”, “dedazo”, “ratón loco”, “operación tamal” o “la cargada”. Además, siempre ha existido una credencial para votar que los identifica y la cual es confiable.
Que saben que es importante participar, que su voto vale igual que los demás, que ellos pueden (y deben) decidir una elección. Que tienen derechos y cada vez más se convencen de hacerlos valer. Que manejan redes sociales con destreza para divertirse y para informarse. En fin, los retos que se les presentan se ven interesantes, difíciles, quizá como a cualquier generación nos ha tocado, y en la que la única manera de salir avante es usando las herramientas que poseen, y nuestros jóvenes, a diferencia de generaciones anteriores, poseen una democracia en ciernes que, seguramente, les permitirá dejar una buena base a la niñez de esta generación marcada por una pandemia.
Insisto, ¡Qué padre ser chavo!
/LanderosIEE
@LanderosIEE