En las dos últimas décadas los estudios sobre las distintas masculinidades y su relación con la perspectiva género en América Latina han aportado una nueva visión sobre los hombres y las cargas sociales que culturalmente los soportan. De ahí que desde la sociedad civil, asociaciones de hombres han impulsado la agenda por la igualdad de género a través de acciones que reflexionan sobre las asimetrías e inequidades que incrementan las brechas de poder y empoderamiento entre hombres y mujeres.
Investigadores como Richard Parker abrieron el discurso sobre las “realidades múltiples” (1998), para referirse a los crecientes discursos sobre la crisis de la masculinidad, la deconstrucción de lo masculino y las nuevas masculinidades (entre otros), tratando de explicar los cambios necesarios para borrar la línea de género que nos separa y encasilla mayormente a las mujeres al cuidado del hogar y a los hombres como los proveedores del hogar. Según IMAGES (International Men and Gender Equality Survey) conforme a la muestra que realizó en Brasil, Chile y México sobre cómo la paternidad está conectada con el machismo y las actitudes de género, entre 19% y 35% de los hombres entrevistados respondieron que nunca les enseñaron a hacer tareas domésticas, y entre un 62% y un 80% afirmaron que su rol en el cuidado de los niños es principalmente como ayudante (Aguayo, Barker y Kimelman, 2016).
Vemos pues, que la idea cultural de que las mujeres nacemos destinadas al espacio privado (que es parte de nuestra naturaleza), y los hombres o público (por naturaleza) recrudece el reclamo del ideal anti-ilustrado de las mujeres por la igualdad. Al igual que la feminidad, la masculinidad es una experiencia compleja enraizada en la cultura, con sus prácticas y discursos ideológicos que rigen a la sociedad y sus políticas. En este sentido, tal como las mujeres debemos cargar con estereotipos de modelos idealizados de mujeres blancas, heterosexuales, buenas cuidadoras, amas de casa, madres y esposas serviciales; los hombres también deben luchar contra estereotipos culturales que los asumen como hombres blancos, heterosexuales, de clase media, con un buen trabajo y éxito. Y es precisamente el cambio de pensamiento cultural, el tema central de las nuevas masculinidades que a través de distintos estudios focales han logrado recoger la diversidad de experiencias cotidianas que implican ser hombre para así, ver las posibilidades de cambio en la construcción de lo masculino.
El cambio en la construcción cultural y social de lo masculino nos llevarán a transformar las estructuras de dominación históricamente construidas por el sistema patriarcal no solo entre hombres y mujeres pues, como lo señala Bourdieu (1999) la dominación masculina, también está presente en la relación entre hombres. El ejemplo más cercano de la relación de dominación/sumisión es la heterosexualidad/homosexualidad. Cuando el hombre se asume homosexual se le considera un hombre de segunda, más cercano a lo femenino que a lo masculino y es que en esta sociedad, el hombre es objeto de una constante vigilancia sobre su virilidad y lo que ello implica (discursos y practicas que refuerzan la cultura machista en aras de cumplir con los rituales sociales de la masculidad). Recordemos para darnos una idea más clara, cuando en nuestra niñez en algún juego alguien salía raspado, si eras niño tenías que aguantarte de llorar porque los hombres no lloran, y si llorabas entrabas en la categoría de hombre de segunda.
Por otro lado, la construcción de las nuevas masculinidades conecta directamente con otro gran problema social y cultural, el de la violencia contra las mujeres. Para la Organización de las Naciones Unidas, la violencia contra las mujeres se refiere a cualquier acto de violencia basado en género, que resulte en perjuicio o sufrimiento para la mujer (físico, sexual o psicológico), incluyendo amenazas, coerción o privación de libertad, que ocurra en su vida pública o privada.
La violencia afecta a las mujeres de diferente forma que a los hombres; en el caso de las mujeres factores sociales, de geografía, edad, etnia, orientación sexual o religión recrudecen los actos violentos y los particularizan en relación a la violencia sufrida por los hombres. Recientemente en México se aprobaron varias reformas constitucionales en materia de violencia política de género ello, con el fin de garantizar una democracia libre de violencia hacia las mujeres sin embargo, estas reformas para hacerlas efectivas en el plano de los hechos, tienen que ser difundidas y explicadas a las mujeres que quieran participar en los próximos procesos electorales y ahí es dónde los hombres que dirigen los partidos políticos deben ser sensibles y actuar desde un enfoque con perspectiva de género para no solo capacitarlas sino acompañarlas en su empoderamiento político.
Entre otras cosas, es por ello que los cambios en cuanto a las nuevas masculinidades deben, como en el caso de la agenda de género, institucinalizarse desde el Estado creando espacios y políticas públicas transversales que contribuyan a erradicar las desigualdades comenzando con el tema de una educación igualitaria para niñas y niños que tenga entre otros fines, “crear una visión sobre la interseccionalidad para reconocer cómo las diferencias generan desigualdades y jerarquías sociales que afectan la vida de hombres y mujeres” (Nogueira 2012).
Tenemos entonces que para avanzar a un Estado con perspectiva de género, los hombres que constituyen el 49% de la población estatal, deben sumarse como aliados en la construcción de un nuevo paradigma cultural, no solo con buenas intenciones sino con hechos desde los espacios públicos donde se desarrollen, empezando por pequeñas cosas como por ejemplo, hacer conciencia sobre el acoso callejero hacia las mujeres el cual, no es un acto de seducción o un coqueteo, es algo que las intimida y que sigue siendo tolerado por la sociedad y por el Estado, o bien, detener las conversaciones entre hombres en las que denigran a las mujeres solo por el hecho de ser mujeres; pequeñas acciones que al final del día van cambiando la manera en que nos pensamos y reconocemos. No tengamos miedo de actuar con perspectiva de género en todos los ámbitos de nuestra vida.
Referencias:
AGUAYO, F; BARKER, G; KIMELMAN, E. Paternidad y Cuidado en América Latina: Ausencias, Presencias y Transformaciones. Masculinities and Social Change, 5(2), 2016, p. 98-106.
AGUAYO, F; NASCIMENTO, M. Dos décadas de Estudios de Hombres y Masculinidades en América Latina: avances y desafíos. Sex., Salud Soc. (Rio J.), Rio de Janeiro, n. 22, 2016, p. 207-220.
BOURDIEU, Pierre. A dominação masculina. Rio de Janeiro: Bertrand Brasil, 1999.