Una nota apresurada sobre Louise Glück/ Extravíos  - LJA Aguascalientes
20/05/2025

La primera sensación que tuve al saber que Louise Glück recibió el premio Nobel de literatura de este año fue de sorpresa. No imagine que estuviese siquiera en la consideración de la Academia Sueca, no porque no lo merecería –es obvio que no era el caso-, sino porque, según mi mala información, no aparecía entre los principales candidatos y en las quinielas no estaba, ni de lejos, entre los mejor situados como era el caso de, entre otros, Maryse Condé, Javier Marías, Margaret Atwood, Don de Lillo, Cormac McCarthy y Ludmila Ulitskaya, todos, por cierto, fundamentalmente novelistas.

A la sorpresa siguió el beneplácito.

Me gustó, en principio, que se premiara a la poesía, hecho no muy frecuente entre los Nobel. En este siglo, por ejemplo, solo Tomas Tranströmer en 2011 y, no sin levantar ronchas, Bob Dylan en 2016 lo han recibido. 

Me agrado mucho también que Glück sea la receptora del premio. De entrada, porque es muy probable que, por el aura literaria y mediática que tiene los Nobel, muchos lectores que la desconocían muestren la suficiente curiosidad para acercarse a su obra lo que, supongo, no dejarán de agradecer, a la vez que habrá editores ávidos de rentabilizar el suceso y encarguen traducciones y ediciones de sus libros o, al menos una buena antología.

Enseguida, y esto es lo importante, porque leer a Glück es altamente gratificante. Frecuentar su obra es ingresar una y otra vez a un mundo poético donde es posible reconocer lo que André Malraux llamaba “la vida en sus pliegues” más íntimos y, al mismo tiempo, sorprendernos de la extrema riqueza y complejidad que hay entre esos pliegues, entre ese entramado, en renovación continua, en constante fluir, de sentimientos, emociones y experiencias que solemos llamar vida.

Tomar, evocar la vida en sus pliegues, pero sin desistir de interrogarla, de poner en cuestión sus circunstancias y contingencias. Su obra, reunida en el volumen Poems 1962-2012 (Ecco y FSG), está animada, como Sócrates reclamaba, por una imperiosa necesidad de examinar su propia vida.

Lo ha hecho, como toda gran poeta, rehuyendo los caminos fáciles y engañosos del sentimentalismo, el auto escarnio o toda tentación críptica. Su distanciamiento irónico, la agudeza de su observación en los objetos y la naturaleza, su conmovedora aproximación a la condición humana y su confianza en la limpidez del lenguaje le han dado a su obra una rabiosa lucidez, una lucidez que el lector, una vez inmerso en la lectura, reclama, al menos momentáneamente, como suya.

Poeta engañosamente cercana a los poetas confesionales, y muy lejos del patetismo emocional en que suelen incurrir estos, Glück ha tomado en no pocas ocasiones su propia trayectoria vital como centro de sus poemas y no es extraño que la gente muy próxima a ella –su hermana menor, su hijo, sus padres– sea el motivo de estos.

Pero para ellos y ella misma ha creado un universo particular que habrán de habitar no como fantasmas dispersos o extraviados, sino como presencias reales, con un aliento de vida en suspenso cuya única guía para conducir su tránsito en ese universo son las palabras que, como linternas intermitentes, señalan el camino de ida y vuelta.


Glück registra esa residencia, ese tránsito no desde un gran ventanal o desde los grandes acontecimientos, sino desde rendijas de luz y sombra, desde ensueños siempre inconclusos y, sin embargo, siempre cercanos al eterno retorno que dibuja el ciclo de la vida y la muerte. 

Hay, entonces, una persistencia que se recorre toda su obra que se parece en mucho a la perseverancia y paciencia con que nos aferramos a la vida y a quienes amamos. 

En un poema temprano, ‘A mi madre’, Glück escribió: 

 

“Era mejor cuando estábamos 

juntas en un solo cuerpo. 

Treinta años. Tamizada

por los cristales verdes

de tus ojos, la luz de la luna 

se me filtraba hasta los huesos.”

 

Años después, cuando muere su madre, escribe:

“Madre murió anoche

 Madre que nunca muere” 

y:

“Me acosté en la oscuridad, esperando que terminara la noche.

 Parecía la noche más larga que había conocido

 más larga que la noche en que nací.

 

Escribo sobre ti todo el tiempo, dije en voz alta 

Cada vez que digo “yo”, me refería a ti.”

 

Concluyo esta apresurada nota celebrando de nuevo este feliz reconocimiento a una obra cuya sabiduría nos conmueve, ilumina y perturba con igual intensidad.


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