Tania Magallanes escribió un texto fabuloso en Por mis ovarios, bohemias sobre Rompan Todo, por alusiones personales, por el amor que le tengo, le respondí con estas líneas:
Everybody’s talkin’ ‘bout the new sound
Funny, but it’s still rock and roll to me
Billy Joel
¿Ya viste todo lo que dicen en Twitter del bodrio este?, me pregunta Tania, y gira a mil revoluciones la ardilla en mi cabeza, ¿ahora con qué lapidarias frases de odio están llenando la maquinita? ¿Qué dijo Andrés Manuel López Obrador? ¿Por qué apareció de nuevo Chumel Torres? ¿Qué reivindicación idiota levantó el griterío? ¿Cuál tuit rescatado consiguió esa relevancia efímera que enciende las pasiones?, gira veloz hasta que de inmediato me dice que están hablando de Rompan todo, la miniserie en Netflix que se presume como “la historia del rock en América Latina”; elimino los resultados de los giros y respondo: Tania, no sigo esas conversaciones en Twitter, y me rio, en espera de la reseña que me hará de la rebambaramba en esa red.
¿Qué está pasando?, pregunta Twitter para invitar a una conversación, así empleo esa red, para enterarme de qué ocurre en otras partes, con otras personas; durante mucho tiempo se destacó la importancia de esta red como herramienta de los movimientos sociales y formación de la opinión pública, se destaca la horizontalidad de la comunicación, todos pueden informar, todos pueden incidir, es un ejemplo de democracia; como nunca se tenía el mundo en las manos y a la vista; sin embargo, de un tiempo a la fecha, he ido limpiando lo que sigo a fuentes de información que intenten verificar lo que publican y a un grupo de personas de las que me interesa saber qué les ocurre, qué piensan, qué les está pasando, y es que cada vez, también, con mayor frecuencia, lo que me ofrecía Twitter era el ruido de una conversación desordenada donde todos hablan al mismo tiempo porque sienten que es indispensable que el mundo sepa su opinión sobre lo que está ocurriendo, no necesariamente el hecho, sino cómo lo ven, de manera parcial, subjetiva, personalísima.
Nada me desengaña, el mundo me ha hechizado, escribió Quevedo, y tuerzo los versos para describir mi asombro ante las cosas del mundo, todo me interesa, casi ante cualquier cosa me doy la oportunidad de conocer un poco para saber si le doy rienda suelta a mi compulsión coleccionista y busco las demás piezas para armar un rompecabezas. Twitter era ideal para ir juntando cabos y seguirlos, pero de un tiempo a la fecha me cuesta más trabajo jalar algunos de los hilos porque me decepciona lo que me brinda, no importa que esa red se empeñe en agrupar los temas de los que todos están hablando.
Una mirada superficial sobre las tendencias que ofrece Twitter permite descartar a qué se dedica la atención, si lo que se desea es jugar se participa con las frases propuestas tras el signo de #, sin importar que sean una banalidad como FelizJueves, MisPalabrasTienenColor, o CanijoPoderoso; mi problema es que si quiero saber qué está pasando, no importa cual sea la tendencia que elija, lo que se muestra es una mayoría de tuits de lo que un grupo de personas opina, en muchas ocasiones gente con la que no me animaría a sostener una conversación porque desde el planteamiento mismo rechazan que se pueda agregar algo a lo que piensan.
Por eso nunca me decepciona la forma de contar de Tania, sin importar el asunto, me comparte sus certezas para ponerlas a prueba con mis dudas, me reseña lo que otros dicen y busca puntos de acuerdo o disenso no para llegar a una verdad, sino para andar el camino. Así es como compartimos lo que vemos, cada uno recorriendo el camino recolectando lo que nos llama la atención para ofrecerlo en la conversación después, sin prejuicios elegimos nuestras lecturas, las series o películas que vamos a realizar juntos. Durante el día cada uno puede estar ensimismado en sus preocupaciones o intereses, en la noche, al finalizar la jornada laboral, nos sentamos a compartir.
La mirada superficial con que barro esa parte de la conversación digital que agrupa las tendencias sí me había mostrado que “todo mundo” estaba hablando de Rompan todo, la miniserie que Tania y yo habíamos decidido ver juntos; ella resumió lo que ya intuía que pasaba en redes con la serie, todos se subieron al tren de la comentadera para disertar sobre los errores, las ausencias, las omisiones y atacar la exposición de ego del productor del documental.
No voy a comentar nada de eso, para mí lo mejor de Rompan todo es haberla visto con Tania y compartir la música que es la base de nuestra educación sentimental, siendo tan distintos, con gustos musicales tan diferentes, en varios momentos de la miniserie, cantar en voz alta y poner pausa para contarnos dónde y cómo estábamos al escuchar esa canción, porqué tal grupo significa tanto, cómo una melodía y una letra nos lleva a uno que ya no somos, pero nos conforma.
Intentar contar “La historia del rock en América Latina” es un despropósito magnífico, esas historias merecerían una larga serie de programas semanales en los que se reunieran entrevistas no sólo con productores o músicos, también historiadores y ciudadanos de a pie que enriquecieran el repaso a esos momentos.
Mientras veíamos Rompan todo, más de una ocasión pusimos pausa a la serie para comentar las ausencias, los olvidos, las omisiones; también cuando alguna declaración de los entrevistados me hacía chascar la lengua, en especial aquellas que no asumen cómo nos modifica el paso del tiempo y se niegan a sí mismos para colocarse en el centro de la Historia (así con mayúscula) como protagonistas con un destino predeterminado desde antes de nacer o tocados por la divinidad.
Una de las maravillas de leer Historia de Herodoto es que los sucesos se narran a partir de las historias privadas, que se cuenta para intentar darle sentido a los acontecimientos antes que rendirse a la intervención divina. En Rompan todo, más de uno de los entrevistados miente descaradamente sobre el lugar que ocupa en esa historia del rock en América Latina, presumen un protagonismo que no tienen o una conciencia de sí mismos que niega a los jóvenes que fueron, intentan demostrar que el rock es sinónimo de libertad porque se tiene conciencia de clase antes que una actitud crítica, como Rubén Albarrán pintándose a sí mismo como un provinciano humilde que llevó al Distrito Federal el tesoro de la irreverencia, sólo por poner un ejemplo.
Tania y yo pausamos para cantar, pero sobre todo para contarnos, en mi caso, compartir la banda sonora de mi educación sentimental:
La primera vez que fui a Rockotitlán, los demos grabados ahí por Las insólitas imágenes de Aurora; Café Tacvba tocando en el campus de la UAM Azcapotzalco; las noches escuchando Radio Alicia; las cenas concierto clandestinos a las que asistí para escuchar a Jaime López o la reacción del autor de “Chilanga banda” cuando un grupo de mujeres lo confundió con un cantante de covers y le exigió que cantara las de José José; el arrebato con que se quitaba el celofán a los cidis de Fobia; el primer disco de Botellita de Jerez comprado en una tienda de la Conasupo; que a Serú Girán y Los abuelos de la nada todavía en vinilo; la reseña que mi hermano hizo de un concierto de rock en el Monumento a la Revolución en que escupieron al tecladista de Los amantes de Lola; por qué sin vergüenza grité mi admiración por Álvaro Henríquez en Guadalajara, pidiéndole que me hiciera un hijo; una presentación de Julieta Venegas en la que apareció deslumbrante Ely Guerra en una cafetería de la Condesa; la abrumadora emoción de escuchar a Radio Futura y descubrir que la mayoría de edad se cumple no necesariamente el día de tu cumpleaños; el sonido terrible del Palacio de los Deportes en donde no importaba quien tocara; los múltiples discos adquiridos confiando en lo que ofrecería el sello COMROCK, Culebra o Rock en tu idioma; las carcajadas filiales con que escuchamos a El personal; una mesa que compartí con Armando Molina en la que conversamos sobre la posmodernidad y el cedió amable ante mi negativa a considerar a El Ritual, Los Dug Dugs y Three Souls in my Mind como rockeros posmodernos; la sorpresa prolongada al oír que la Cuca se permitía decir frases que seguramente serían censuradas, porque pertenezco a una generación que escuchó en la radio cómo cortaban “sufre, mamón” de una canción de Los Hombres G; un concierto de bienvenida a la prepa en el que se presentó Cecilia Toussaint y el after en que rompí para siempre mi relación con el pulque, aunque fuera en curados; un fan de las Víctimas del Dr. Cerebro que casi me golpea en el Teatro Metropolitan porque me negaba a mover el esqueleto; montones de one hit wonders privados, que hablaban de ir en Taxi con la Radios Kaos prendida y los Rostros Ocultos, cantar con Pedro y las tortugas o Bon y los enemigos del silencio sobre los marielitos de Ritmo Peligroso; un grupo de hinchas argentinos que idolatró a Fito Páez cuando en la presentación de Euforia cantó La casa desaparecida; irrumpir en llanto cuando al fin entendí a qué desaparecidos cantaba Charly García y los relacioné con los míos; la primera entrevista que publiqué en un semanario con los de Juguete Rabioso; el obsesivo movimiento de manos de Jacobo Leiberman cuando Santa Sabina iba a musicalizar un proyecto de teatro en casa; la escena final de Ciudad de ciegos y la canción de José Elorza que interpretaron Saúl Hernández, Sax y Rita Guerrero; La Última Carcajada de la Cumbancha y que nunca fui con mi hermano, quizá en respuesta a que él no me quería llevar a El Chopo, a menos que me quitara mi camisita de fresa, como tampoco fuimos al infecto hoyo donde predicaba el profeta del nopal y por eso sólo escuchamos a Rockdrigo en discos; la Navidad que mi hermana y yo nos cruzamos con el contingente del EZLN, tras acompañarlos al Ángel de la Independencia, mejor regresar a bailar con Tijuana No y cantar la versión de Javier Solís de La Castañeda… Para, detente memoria. Un respiro.
No me considero rockero, apenas un juguete de hoja de lata al que le das cuerda y ya verás, cómo se acuerda y se pone a bailar con cualquier cosa. Las conversaciones nocturnas con Tania son esa cuerda que desata contarle historias, ofrendarle los capítulos de mi educación sentimental, siempre musicalizada con una banda sonora que se va conformando con lo que escuchaba en ese momento, no necesariamente lo que estaba de moda o lo que se supone que me correspondía escuchar a mi edad. Suelo preferir escuchar a Bach o Julio Jaramillo antes que cualquier grupo o cantantes que me corresponda por la edad; no pasa un solo día sin que escuche a los Beatles y no he dedicado una sola hora a escuchar eso que llaman rock pesado, abjuro del rock progresivo porque profeso en la escuela del jazz, cualquiera de esas filias o fobias no se relacionan con mi convicción ciudadana ni las causas o movimientos que apoyo, mucho menos con mis preferencias sexuales o amorosas. Me resulta imposible ligar un gusto musical a una preferencia política. El rock es sólo música, y la música es el lenguaje de la memoria.
¿Viste todo lo que dicen del bodrio ese?, me preguntó, y no, no lo leí, prefiero que ella me cuente para yo contarle, ponerle música, junto, al desorden de la memoria con el orden de la conversación. Gracias, Tania.
@aldan




