Mario Gensollen y Víctor Hugo Salazar
Nos encontramos en un mundo cada día más polarizado. La polarización es un mal social, en tanto inhibe la cooperación para que las ciudadanas y ciudadanos resuelvan problemas públicos (problemas que afectan a todos o la mayoría de los individuos dentro de un territorio acotado por contingencias históricas). Nuestras sociedades, en particular donde triunfó la democracia liberal, se encuentran en un estado claro de estancamiento. Podría pensarse que la polarización sólo atañe a creencias que de suyo han sido polémicas desde antaño, o bien a problemas que, de manera clara, tienen que ver con valores en disputa: la despenalización del aborto, la regulación de la mariguana, la eutanasia positiva o las uniones civiles entre personas del mismo sexo. Pero no parece ser exclusiva en este tipo de casos: las personas se enfrentan a agrios desacuerdos no sólo en materia axiológica, sino también en cuestiones que podríamos considerar fáticas, o que podrían resolverse atendiendo a los hechos. Por ejemplo, personas pertenecientes a diferentes polos suelen estar en desacuerdo sobre si el fracking es o no peligroso, sobre si la pena de muerte desincentiva o no el homicidio, sobre si la posesión de armas promueve o reduce la violencia armada, sobre si los programas sociales promueven o impiden el crecimiento económico, y muchos más. Lo que caracteriza a todas estas disputas es que podrían resolverse, al menos en principio, reconociendo la evidencia. No obstante, incluso en estos problemas públicos nos encontramos polarizados y estancados.
La amplia pluralidad partidista en algunas democracias liberales maquilla la polarización. Se piensa de manera errónea que las posiciones políticas suelen ser más variopintas de lo que de hecho son. Por ello, el robusto bipartidismo en los Estados Unidos de Norteamérica suele ser paradigmático para estudiar la polarización. Desde el polo republicano se exige más presencia de la religión en la vida pública; desde el demócrata, menos. Los demócratas persiguen una distribución de la riqueza del país más equitativa, por lo que son partidarios de los impuestos progresivos. Los republicanos, por su parte, piensan que los impuestos altos penalizan a los afortunados por su éxito y hunden la economía, por lo que quisieran exenciones fiscales para los más ricos. Mientras que los demócratas desean regular nuestras libertades económicas y ampliar nuestras libertades civiles, los republicanos parecen desear lo contrario. Como señaló Ronald Dworkin: “Discrepamos, ferozmente, sobre casi todo. Discrepamos sobre el terror y la seguridad, sobre la justicia social, sobre la religión en la política, sobre quién es apto para ser juez y sobre qué es la democracia (…) Hemos dejado de ser socios en el autogobierno; nuestra política es más bien una forma de guerra”.
De especial interés son los agudos desacuerdos sobre el cambio climático antropogénico y otras cuestiones de índole ambiental. Las personas de ambos polos no coinciden ni siquiera en la existencia misma del cambio climático, mucho menos en si este ha sido causado por la actividad humana, si este es malo, o si es posible o deseable combatirlo mediante la acción ambiental. No obstante, existe un amplio consenso dentro de la comunidad científica sobre el cambio climático antropogénico. Aunque existen cuestiones claramente normativas sobre el cambio climático antropogénico (e.g., si este es malo o si es deseable tomar acciones para mitigarlo), también las hay fácticas (e.g., que la temperatura de la superficie terrestre está aumentando o que esto ha sido causado principalmente por la actividad humana), y no existe un amplio acuerdo ciudadano sobre ninguna de ellas. Así, estas asimetrías entre la comunidad científica y la ciudadanía, y entre los miembros de ambos polos políticos, requieren algún tipo de explicación.
El cambio climático, así como las pandemias, pueden ser considerados problemas pandemocráticos. Esto significa que para afrontarlos se requiere el diálogo y acción concertadas de distintos agentes políticos. También parecen problemas que pueden sucumbir ante el desacuerdo profundo: un tipo de desacuerdo que parece en principio imposible de resolver mediante la argumentación, debido a que se ha socavado el terreno común entre las partes para tener una interacción argumentativa normal. A pesar de que el cambio climático se enfrenta a una especie de desacuerdo profundo, es posible afrontarlo mediante la argumentación pública.
Desde las ciencias cognitivas, en especial desde la lingüística cognitiva aplicada a la política, se ha argumentado con solidez que el ámbito político trata sobre todo de cuestiones morales: de marcos morales, en específico. Para George Lakoff, los marcos “son estructuras mentales que moldean nuestra visión del mundo. Por lo tanto, moldean los objetivos que perseguimos, los planes que trazamos, el modo en que actuamos y lo que consideramos un buen o mal resultado de nuestras acciones. En política, nuestros marcos moldean las políticas sociales y las instituciones que creamos para ponerlas en práctica”. Los marcos que operan en el ámbito político son de corte moral.
Desde el ámbito ambiental estas diferentes visiones operan de distinta manera. Para un marco la naturaleza es el dominio de algún dios, es un recurso, es una propiedad, quizá una obra de arte para el disfrute humano, también puede ser un rival que debe ser conquistado, un animal salvaje que debe ser domesticado, y también un mecanismo cuyo funcionamiento debemos desentrañar y del que debemos valernos. Para el otro polo, la naturaleza es madre que provee, es un todo del que somos parte inseparable, un ser divino que hemos de reverenciar y respetar, un organismo vivo que debe satisfacer ciertas necesidades para sobrevivir, un hogar que debe mantenerse y limpiarse, y es también víctima de una lesión que debe ser curada.
En el ámbito de la acción ambiental no suelen ser convincentes argumentos de corte científico, y sí aquellos que son de corte moral. Esto explica, por ejemplo, por qué existe renuencia en una parte significativa de la ciudadanía a aceptar la existencia del cambio climático antropogénico a partir de la evidencia que han reunido climatólogas y climatólogos expertos del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático. Dada la cantidad de evidencia y el consenso generalizado, resulta cuando menos sorprendente que muchas encuestas exhiban que hay millones de personas que no creen que exista; que, si creen que existe, no crean que ha sido causado por la actividad humana; que, incluso si creen que existe y que ha sido causado por los animales humanos, no apoyen de manera decidida la acción ambiental. Es por ello que, si queremos fomentar la acción ambiental, debemos proporcionar una alternativa moral. Debemos aprender a hablar y a argumentar de manera distinta.