Ante Las mañanitas/ La chispa ignorante  - LJA Aguascalientes
19/03/2025

Tengo poco más de treinta años y sigo sin saber cómo debo enfrentar el ritual de las mañanitas que cada año llega sin falta. Utilizo la palabra enfrentar en todo el sentido de la palabra: encontrarse ante esa canción y hacer algo para atajarla, pero, sobre todo, encontrarse ante los rostros de las personas que la cantan y saber reaccionar ante ello. Cuando te cantan las mañanitas por unos pocos segundos te conviertes en el centro de atención indisputable de las personas que cantan; no es una atención como la que le prestamos a la música mientras hacemos otra cosa, a un ruido extraño que irrumpió en nuestra normalidad, o con la que miramos las cosas mientras vamos en el transporte público. No, es una atención que se te clava y no sabes cómo reaccionar, una atención especial, única, que sólo en ese momento he visto en las personas, como si con esa melodía invocaran a los dioses, espíritus o seres ultraterrenales para mantenerte en este mundo por otro año más, como una especie de ritual comunitario en la que ofrecen en sacrificio.

Creo fervientemente que la clave para descifrar (como se ha dicho y como si de verdad lo necesitara) la sonrisa de la Mona Lisa está en las mañanitas. O en algún canto parecido o equivalente de aquella época. Cuando miro la boca de esa mujer enigmática no puedo asegurar que está relajada, más bien diría que se esfuerza en no sonreír, en retener sus labios en una perfecta neutralidad. Para mí, la Mona Lisa es la pintura que ilustra perfectamente la cara de la persona que está de este lado del pastel.

No es algo que me suceda sólo a mí. Lo veo cuando me toca estar del otro lado del pastel, siendo el que entona el canto. Las caras que no saben qué máscara ponerse y siempre acaban en una sonrisa que está a caballo entre la mueca y la seriedad. Nadie sabe comportarse ante el canto del Rey David y se nota en los labios, por mucho que lo queramos esconder. 

Y eso sólo en los labios. ¿Qué haces con las manos, con el cuerpo entero mientras los que están del otro lado del pastel te cantan las mañanitas?, ¿cruzas los brazos en un nudo para amarrar lo que posiblemente sientas?, ¿enjorobas tu cuerpo hacia el pastel como si quisieras ya soplar las velas para cerrar el ritual?, ¿pones las manos detrás de tu cabeza, relajado, como si estuvieras en la playa?, ¿te tapas la cara? Algunos años, para esconder mi cuasisonrisa, lo que hacía era convertirme en un director de orquesta y guiar el canto con movimiento estrambóticos de los brazos. El movimiento parecía salvarme de la sonrisa de la Mona Lisa, sin embargo, la realidad es que la sonrisa estaba ahí, sólo no le prestaba atención por concentrarme en parecer ridículo con los movimientos de mis manos.

Ante esto he llegado a la conclusión de que cada año, sin falta, tenemos el deber de padecerla y gozarla.

Gozarla porque es un evento único en el año. Durante los siguientes 365 días serás la persona del otro lado del pastel, el que canta e invoca los poderes arcanos de la letra para que la persona tenga 

Padecerla porque es una atención que no puede evadir. Como muchos mexicanos, soy de los que tiene una familia con la costumbre de reunirse (al menos este año no me tocará ver los rostros de mi familia, porque pandemia) en los cumpleaños y cantar las mañanitas ante un pastel de cumpleaños. Es algo que se agradece mucho. Es un tipo de felicidad extraña. Digo extraña porque cuando nos cantan no sabemos qué es eso que nos toca, cuando es sólo felicidad de estar ahí otro año, con la familia, con los amigos. De estar. Digo extraña porque hay que ponerle nombre y dividir los tipos de felicidad, porque parece que nadie puede ser feliz a secas, pero esa extrañeza es simple, mera y pura felicidad. Digo extraña porque parece que nos avergonzara demostrar esa felicidad, por temor a parecer grosero por ella, como si estuviera prohibido, o a parecer que no estamos lo suficientemente feliz (como si hubiera un felizómetro) para que nadie se ofenda. Hay que gozarlo porque es casi seguro que durante el año no volveremos a sentir esa extraña felicidad.

Y a sufrirlo, porque no hay escape. Las mañanitas nadie las pide. Nunca he escuchado que alguien en la radio llame para decir es su cumpleaños y le pongan Las mañanitas (y si así fuera, seguramente, del otro lado de la línea tendría la sonrisa de la Mona Lisa enmarcada en el rostro, aunque no hubiera nadie a su alrededor), ni a alguien que pida a sus amigos, familiares o compañeros de clase: cántenme Las mañanitas. Las mañanitas te caen como la lluvia y no puedes hacer nada contra su poder ritual.

Por esa razón es que Las mañanitas tienen ese poder ritual, de tribu que nos reúne y nos junta y nos acerca, aunque sea por un momento. Pero, sobre todo, es el momento en el que, callados, simplemente aceptamos nuestro destino de tener un año menos de vida, pero acompañados. Eso lo entendía perfectamente la modela de la Mona Lisa. De ahí su enigmática sonrisa. Sólo le faltó el pastel.



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