
Francisco Javier Chávez Santillán
Con gran expectación la población de Los Estados Unidos de Norteamérica, y con ellos el resto del mundo, fuimos testigos de la sobria y menudamente presencial ceremonia de la juramentación de los presidentes estadounidenses –como se le llama comúnmente allá–, y en México preferimos llamarla toma de posesión; en lo sustancial, se nos informa, no ha tenido cambios de importancia desde los días de George Washington, hasta la fecha. (Fuente: El País. Amanda Mars. Washington, 20 Ene 2021. https://bit.ly/3bXnd2x). Su protagonista, Joseph Robinette Biden (Scranton, Pensilvania, 78 años) es ya el 46º presidente de Estados Unidos, el segundo católico de la historia (después de John Fitzgerald Kennedy), el que llega con más edad al puesto, el que parecía derrotado hace un año. Es también el hombre que ha logrado unir a los demócratas contra Trump y el que debe sacar a la nación de unas horas muy bajas. Son acentos de la misma fuente.
A la aceptación del cargo, él pronunció su primera pieza oratoria: “Unidad, luz, amor y sanación”: el discurso de Biden tras asumir presidencia de EU. (Fuente: Milenio. Jueves 21/01/2021. https://bit.ly/2LRHuvC). Cabeza de artículo que nos anticipa una alocución cargada de símbolos y, casi diría yo, una verdadera madeja articulada de simbolismo retórico. En efecto, el tono y modalización de su cadena oratoria está matizada por los elementos propios que son esenciales a la cultura. Si aclaramos brevemente nuestra memoria, encontramos que las tres grandes esferas que configuran a un Estado moderno, son la economía, la política y la cultura. La primera establece las condiciones materiales y de infraestructura de una nación; la segunda, la Política, determina la forma, el tipo, la figura y el régimen de gobierno; y la tercer, la cultura, constituye por definición el mundo, la atmósfera de los símbolos, que comportan la representación, el signo, sentido y significado de las cosas.
Para abreviar, podemos decir que la “política” se va fraguando bajo los símbolos del poder; en tanto que la “cultura” se va hilvanando desde y con “el poder de los símbolos”. En efecto, los actos realizados mediante la cruda voluntad de poder, ejercicio político, son traducidos desde el ámbito de la cultura en tanto que expresión simbólica de aquellos. De ahí la importancia de “los colores”, los “lugares”, las edificaciones (para el caso, el Capitolio de Washington), las “épocas”, las transiciones, los cambios de paradigmas, etc. En donde retórica (esfera de los símbolos) se entrecruza y enlaza con la esfera de la política (triunfo indiscutible del Partido Demócrata sobre el Partido Republicano), los “azules y rojos”, respectivamente.
Sin pretender llevar a cabo un análisis de todo el texto del discurso en cita, me aboco simplemente a destacar algunos de sus elementos discursivos que me parecen dignos de destacar, bajo el criterio del momentum histórico y político que representan en la coyuntura presente de relevo de poderes, en uno de los países hegemónicos más importantes del mundo actual; cuyo cambio de estafeta partidista y administrativo se da en medio de una atmósfera socio-política cargada de símbolos, presagios y anhelos de “comenzar de nuevo”, al cesar el rudo embiste e impensable episodio del “trumpismo”. Con este acotamiento interpretativo, reseño pues algunos puntos emblemáticos. Para cita de su cuerpo textual, recurro a la misma fuente arriba citada (“Unidad, luz, amor y sanación”. Milenio, ut supra).
- A) Su enunciado con mayor peso significativo, desde mi punto de vista, en realidad conclusivo constituye en realidad su exordio: – “Este es mi mensaje: Estados Unidos está siendo probado y somos más fuertes después de esta prueba. Repararemos nuestra alianzas y nos comprometeremos una vez más con el mundo”. “Dirigiremos no sólo por el ejemplo de nuestro poder, sino por el poder de nuestro ejemplo, seremos un socio fuerte y mi primer acto como presidente quiero pedirles que se unan a mí en un momento de rezo silencioso por aquellos que perdimos por la pandemia de coronavirus”. “Les pido una oración silenciosa por aquellos que perdieron la vida, aquellos que han quedado atrás y también un rezo por nuestro país, amén”.
– Su fuerte acento religioso, está igualmente investido de una generosa y humilde intención. No de imperar o aplastar al enemigo con la ejemplaridad de un poder, sino por el contrario mediante la fuerza coactiva que llama al seguimiento de su actuación personal.
Y luego, pasa a revelar su fuente inspiracional más noble y digna de seguir: – “En 1863, Año Nuevo, Abraham Lincoln firmó la proclamación de emancipación y entonces él dijo y cito, si mi nombre alguna vez pasa a la historia será por esta ley, está ahí toda mi alma”. “Hoy, en este día de enero, toda mi alma está en esto trayendo, unificando Estados Unidos, nuestro pueblo y a nuestra nación y le pido a cada estadounidense que se una a mí en esta causa”. Simbólicamente dicho, si el alma de alguien es el todo vital por el cual aspira a la grandeza, ahora en ejemplaridad de un personaje emblemático para la República, pone su todo existencial y funcional como Presidente, en la empresa pública y los contenidos que habrá de acometer.
Expresa con toda y genuina ingenuidad, la inspiración intelectual y ética de la que abreva: – “Hace muchos siglos, San Agustín, un santo patrón de mi Iglesia dijo que el pueblo es una multitud definida por los objetivos de su amor común y los objetos comunes que nos definen como estadunidenses son: la oportunidad, la seguridad, la libertad, el respeto, el honor y también la verdad”.
Valores, todos ellos, de la más acendrada tradición occidental cristiana, a la cual apela, en un decidido esfuerzo de restaurar los lazos perdidos de vinculación con el resto del mundo bajo el efecto de Donald Trump, pero sobre todo con la Unión Europea. En un tiempo global en que la hegemonía de su país, otrora incuestionable, ahora es sometida a prueba por la o las potencias ahora emergentes, dígase enfáticamente China, Rusia y el gran conjunto de países bajo el Islam
Esta clara, ahora, interdicción a las tendencias segregacionistas, racistas, supremacistas, proteccionistas, nugatorias de nocivos efectos climáticos, etc., del presidente saliente Donald Trump y su gran conjunto de seguidores, se denota en acciones específicas de poder político, al derogar –por ejemplo– la continuación del ignominioso muro en la frontera con México.
A este respecto, valga recordar la contrarréplica ingeniosa que dio mucho qué comentar. Me refiero aquella en que la expresión lenguaraz e insolente del ya casi precandidato republicano de los Estados Unidos a la Presidencia, Donald J. Trump, sobre todo cuando se refiere a México y sus inmigrantes, a los que generaliza como ilegales, criminales e indeseables. A quienes, dice, que impedirá ingresar a “su” país, anteponiendo un gran muro férreo de unas mil millas; y del que a cada invectiva de la parte mexicana, alude que no tan sólo elevara otros 3 pies más de altura, sino que hará pagarlo en su totalidad a los mexicanos.
Dicho gran petardo de denigrante y peor oratoria, le valió ser contestado por otro ingenioso y pícaro lenguaraz, el expresidente Vicente Fox Quesada, quien no tuvo tapujo alguno para espetarle a la cara: “yo no voy a pagar por su f—-ing Wall”, en puro español mexicano: “su chingado muro”. (Nota mía: LJA. Esa retórica indeseable. Sábado 05 de marzo, 2016).
Tales símbolos de poder en disputa, nunca antes fueron mejor construidos como un argumento descalificativo, para desautorizar tan falaz ausencia de rigor para raciocinar, y menos aún de aproximación a la belleza estética de “lo eikos” (fin supremo de la Oratoria), es decir acercarse a la verosimilitud frente a los hechos. Mismos que, en el tiempo y espacio real que estamos viviendo entre pandemias y crisis, tanto los partidos contendientes políticamente como aquellos ciudadanos candidatos que los representan hay mucho que asemeja las locuras, los desvaríos, los entuertos, agravios, sinrazones, abusos y deudas a satisfacer, por obra y gracia de quien conocimos otrora como el simbólico caballero andante, a quien se encarga de desmentir, la Historia.
Gracias a piezas oratorias como la que escuchamos y seguimos, quedamos cara a cara frente al poder de los símbolos. Ya hemos hablado de los símbolos de poder –que son cosa inherente a la Política–; en este punto climático, el presidente Biden se refirió a él, como “el ejemplo del poder”, al que ciertamente antepone como más noble “el poder del ejemplo”. Exaltando así al que cumple con su tarea y actúa bien. Y nos sumerge así en el mundo donde priva el poder de los símbolos, por encima de los símbolos de poder.
Al final, destaca el momentum en que ancla todo su proyecto; – Hace una semana aprendimos una lección importante hay verdad en nuestra vidas, pero también hay mentiras que se dice por la utilidad y el poder, esto implica deber y responsabilidad como ciudadanos estadounidense y principalmente como líderes, líderes que han prometido honrar la Constitución, proteger nuestra nación y defender su verdad. Mentira y verdad políticos como opuestos incontrovertibles, ecos agustinianos –del universo occidental cristiano–, pero que hoy son el patrimonio de una culturización global, de indiscutibles efectos concretos para un buen número de países del mundo, en que se incluye, sin duda, hoy y con urgencia el nuestro.