Andrés Manuel López Obrador es un canalla miserable, en su primera aparición en la conferencia matutina tras haberse contagiado de covid-19 se obstina en la estupidez de creerse infalible, inmortal, inmune y, contundente, se niega a usar cubrebocas, a pesar de la recomendación de los profesionales de la salud.
Un reportero lo cuestionó sobre el uso del cubrebocas:
–No. No. Ahora ya, además, de acuerdo a lo que plantean los médicos, ya, este, no contagio –sentenció López Obrador.
–Pero en este mismo espacio el doctor Gatell ha reiterado también de que a pesar de, inclusive las personas vacunadas tendrían que usar el cubrebocas, aún así usted no lo va a usar –insistió el reportero.
–No. No, y respeto mucho al doctor Gatell, y es un muy buen médico y ha ayudado mucho para conducir este proceso –dijo el presidente para darle vuelta a la hoja.
Su comportamiento es vil y por ello mismo despreciable, como persona es incapaz de mostrar la mínima empatía con las víctimas de la pandemia, con los miles de muertos, a los que sólo dedica palabras huecas. Miserable como ser humano por servirse de la fe ciega de millones de México que lo endiosan, porque su necedad, antes que nada, tiene como propósito robustecer lo que simboliza.
Durante el tiempo que el presidente estuvo enfermo, los funcionarios de la Cuarta Transformación dieron señales de que la estrategia para combatir el coronavirus podría modificarse, en la opinión pública el contagio de López Obrador dio pie a considerar posibles algunos cambios en el manejo de la pandemia y la vacunación, no fue así. Al pisar el púlpito de la mañanera, López Obrador volvió a ocuparse en lo único que le importa: él mismo.
Como persona es despreciable, y esta opinión no tiene nada que ver con sus erráticas decisiones de gobierno, sino con sus decisiones como individuo, López Obrador sabe qué es lo que encarna para millones de mexicanos, la obligación que tiene como presidente, aún así, coloca por encima de todo el cuidado de lo que simboliza.
En la misma conferencia, López Obrador dijo que “Una autoridad tiene que dar el ejemplo. No es posible que por ser presidente o tener el cargo más importante de la República, se actúe en una circunstancia como esta con influyentismo, dando el mal ejemplo. Tenemos que pensar en la igualdad; todos somos iguales y la autoridad es la más obligada a actuar de manera consecuente”. El uso del cubrebocas es esencial como práctica de prevención, de eso no hay ninguna duda y, sin embargo, el presidente está decidido a preservar su imagen, rebajando su inteligencia a la de cualquier Gerardo Fernández Noroña al insinuar que la mascarilla es un bozal, al hacerse el macho invencible.
Unos minutos después de la irresponsable necedad de López Obrador, montones de alienados señalaron que el nuevo conservadurismo es cubreboquismo, proclamaron que en apoyo al presidente saldrían a la calle sin cubrebocas, recurrieron a las mismas fuentes piteras para difundir opiniones que mostraban la ineficacia de la mascarilla… el contagio de la idiocia convirtió la defensa del presidente, otra vez, en tendencia en redes sociales.
Alguna vez me preguntaron si asistiría a la mañanera para decirle al presidente en su cara que es un pendejo, conteste que no, al presidente no, a Andrés Manuel López Obrador sí le gritaría que es un canalla miserable y que es una vergüenza que no sepa estar a la altura del encargo que ganó democráticamente.
Coda. Lo escribió José Alfredo Jiménez:
“Que no somos iguales dice la gente
Que tu vida y mi vida, se van a perder
Que yo soy muy canalla y que tú eres decente
Que dos seres distintos, no se pueden querer”.
Y sí, no somos iguales.
@aldan