Netzahualcóyotl Aguilera R. E.
REVOLUCIÓN Y CONTRARREVOLUCIÓN. En los dos últimos párrafos de la entrega anterior, se aprecia claramente el contraste entre la época revolucionaria iniciada en México en 1910 y el paso a la etapa contrarrevolucionaria que se empieza a manifestar en 1940, en el período de Manuel Ávila Camacho.
Pero la marcha atrás no solo apareció por causas internas, sino también por la influencia que los acontecimientos mundiales llegan a tener, en mayor o menor grado, en el desarrollo interno de las naciones.
Pues así como la caída del imperio español ante la potencia marítima de Gran Bretaña permitió que las colonias del primero lograran independizarse en el siglo XIX, esa misma independencia, en forma separada, aislados nuestros países, sin experiencia para gobernarse por sí mismos y sin la tutela a la que estaban acostumbrados, los podría hacer fácil presa de las ambiciones de las demás potencias, incluso de los Estados Unidos, que pretendían llegar a ser una de ellas desde su propio nacimiento, como lo demuestra la siguiente frase de uno de sus padres fundadores:
“Siempre he considerado la adquisición de Cuba como la más importante que podría verse en el caso de hacer nuestro grupo de Estados. La unión de esta isla a nuestro sistema nos aseguraría con la península de la Florida, el dominio efectivo de todo el Golfo de Méjico, así como de todos los países y de todos los istmos bañados por esas aguas… Me doy bien cuenta de que, aunque tuviéramos el consentimiento de los cubanos, no podríamos conseguirlo más que por medio de una guerra…” (Thomas Jefferson, redactor de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, 1776. Sus palabras fueron proféticas, pues subyugó a Cuba durante más de medio siglo gracias a la guerra de 1898 que libró contra España.).
Advirtiendo claramente esa fragilidad y cultivando la propuesta hecha por Francisco de Miranda treinta y cinco años antes, Simón Bolívar desde su carta de Jamaica de 1815, había manifestado su propósito de integrar una gran Confederación de Naciones similar a la Anfictionía de las ciudades-estado griegas, que gracias a su unión jamás lograron ser conquistadas por el imperio persa.
En 1822 –cuando como resultado de todas sus campañas estaba a punto de obtener la independencia de todas las colonias españolas en América– Simón Bolívar lanzó la convocatoria para reunirse en el Congreso de Panamá a fin de formalizar su Unión.
A manera de respuesta, en 1823 apareció la velada amenaza estadounidense mediante la mal llamada “Doctrina Monroe” –porque no es doctrina ni es del presidente James Monroe– en el sentido de que cualquier intervención de las potencias europeas en el continente americano sería rechazada, porque “América es para los americanos” –entendidos los “americanos” como el pequeño núcleo de colonos ingleses asentados en un minúsculo territorio de nuestro continente, que repudiando la monarquía constituyeron la primera república moderna– sin haber sometido a consulta ante ningún otro país de la Región su autoritaria declaración.
Y tanto la potencia estadounidense en ciernes como las europeas, realizaron una siniestra labor de zapa para hacer fracasar el Congreso de referencia lo que, con o sin “doctrina Monroe”, permitió que nuestros países continuaran siendo invadidos durante todo el siglo XIX tanto por los propios Estados Unidos –los mismos que se habían autonombrado nuestros defensores; tanto, que nos arrebataron la mitad de nuestro territorio porque México estaba a la deriva con el dictador Santa Anna– como por los imperios europeos, en nuestro caso el francés de Napoleón III, el más poderoso del mundo, que a pesar de ser apoyados con avituallamiento por los propios Estados Unidos –cuyo entonces presidente Abraham Lincoln nos negó incluso la venta de armas para defendernos– tuvo que retirarse derrotado gracias a la determinación de un indio mexicano que supo contar con el apoyo de su pueblo: Benito Juárez.
LA REPÚBLICA IMPERIAL. Y Teodoro Roosevelt, que estrenó el siglo XX ocupando la presidencia de Estados Unidos de 1901 a 1909, decidido a convertir a su país en la potencia que habían soñado desde que los “padres fundadores” lanzaron su declaración de independencia, revivió la “doctrina Monroe” agregándole un parche en el que se autorizaba a sí mismo a intervenir indiscriminadamente en los gobiernos legítimos de América Latina para imponer los dictadores que necesitaba para introducir, por las buenas o por las malas, los capitales de sus empresarios que les permitiera acrecentar y consolidar la riqueza de su futuro imperio.
Las barbaridades cometidas por este hombre fueron incontables. Pero lo más notable fue que introdujo a sangre y fuego, en América Latina, la idea de que ésta seguía siendo una colonia pero que su metrópoli, que antes era Madrid, ahora era Washington. La única diferencia consistía en que el imperio español continuaba siendo territorial, medieval y católico y el estadounidense capitalista, industrializado y protestante.
Por eso lo primero que hizo fue aplicar, entre otros, algunos principios económicos fundamentales en todos los niveles, entre los que mencionaré los siguientes:
LA INDUSTRIA Y EL COMERCIO. Los grandes imperios de la antigüedad utilizaban la guerra para incrementar sus territorios, cuyos productos saqueaban y, encima de eso, imponían gravosos tributos a sus habitantes. Los imperios del nuevo tipo –capitalista– ya no basan su poder en conquistar territorios sino mercados, en los cuales compran materias primas baratas para procesarlas en sus industrias que, transformadas en mercancías atractivas, regresan a los mismos mercados para venderlas con un valor agregado muy superior al real, obteniendo con ello su ganancia que, a primera vista, pareciera justa. Pero…
EL CRÉDITO, INSTRUMENTO FATAL. Al capitalista no le interesa la venta de contado; por el contrario, ofrece todas las facilidades al comprador para que adquiera sus productos aunque no tenga dinero en efectivo, siempre y cuando sea sujeto de crédito, es decir, que posea bienes materiales que respondan sobradamente por el valor de lo que se lleva. Por lo pronto el comprador se va feliz, pero el crédito no es gratuito. El vendedor de la mercancía la entrega a cambio del precio que tendrá que cubrir el comprador en un plazo determinado, al que se suma un sobreprecio que se llama “rédito” o “interés” que, si no se cubre oportunamente llegará a sumar varias veces el valor original del producto; mientras más se tarde, más ganancia para el vendedor. Eso es lo que se llama:
DEUDA, EL ARMA SECRETA. Si el comprador virtual (no real o en efectivo) se engolosinó con su adquisición y no se preocupó por tener disponible el dinero para pagar puntualmente el costo de la compra, los intereses se continuarán acumulando hasta que pague un monto muy superior al real o, de plano, pierda el bien comprometido. Los únicos que saldrán beneficiados con este sistema serán los potentados o los que dominen el arte del ahorro, que son los menos y que, al comprar al por mayor y al contado, serán los que paguen los precios más bajos; los pobres son los que siempre pagarán más.
LA DEUDA NACIONAL. El ejemplo a nivel individual se reproduce, igualmente, a nivel nacional. Y si gobiernos irresponsables se endeudan y no pagan en el término de su administración, la deuda se va incrementando hasta llegar a niveles absurdos, impagables. Aquí cabe otra frase de Jefferson:
“Es responsabilidad de cada generación pagar sus propias deudas; si este principio se respetara nos ahorraríamos la mitad de la guerras del mundo”.
¿Pero qué situación tenemos en México al respecto? Pues que mientras nuestra economía se manejó con un sentido nacionalista, se trabajó con sentido del ahorro para consolidar un patrimonio propio y se evitó contraer deudas; prácticamente la única que teníamos al terminar el régimen de Lázaro Cárdenas era la correspondiente al pago de la acordada por la nacionalización de los campos petroleros que se expropiaron a las empresas extranjeras.
El problema en este aspecto se empezó a manifestar cuando al término de la guerra mundial en la que nuestro gobierno -de raigambre pacífica- cometió el error de participar por las presiones de los Estados Unidos a las que terminaron doblegándose la mayoría de los países latinoamericanos, el régimen de Miguel Alemán –de 1946 a 1952– abrió las puertas a tal grado al capital extranjero que nos empezamos a endeudar porque ningún presidente quiere dejar de construir obras y de sexenio en sexenio creció en tal proporción sin que los que pedían más empréstitos pagaran los anteriores, a tal grado que ya es verdaderamente escandalosa.
En efecto, de un poco más de un mil millones de dólares en 1940 pasamos a deber cerca de 16 mil millones en 1975; en el año 2000 aumentaron a 85 mil millones; en el 2010 eran 160 mil millones; y en 2020 sumarán más de 300 mil millones de dólares.
El problema es ya tan grave, que la mayor parte de los impuestos que aportamos los mexicanos al gobierno lo destina a pagar solamente los intereses de la deuda pues no alcanza para disminuir el monto del capital. Y por lo que se ve, las generaciones venideras están condenadas a seguir trabajando para el extranjero, no para los mexicanos.
Esto, más la corrupción reinante en el país, es sumamente gravoso para el gobierno, que tiene las manos atadas para realizar las inversiones que se requieren para promover el desarrollo, lo cual impide sacar de la pobreza a una cantidad considerable de la población.
Y nuestro actual presidente, que de por sí no tiene idea de cómo manejar la economía y mucho menos la política exterior, utilizando expresiones fuertes contra los organismos financieros internacionales provocó que las calificadoras le incrementaran los intereses por considerar que las inversiones que tienen hechas en México aumentaron el riesgo con sus provocaciones que a quienes más afectan es a quienes pagamos impuestos.
Muy delicada es nuestra situación a este respecto y no sabemos cómo ni en qué momento podrá reventar y si para bien o para mal, pues recordemos que nuestro país fue invadido por Francia en dos ocasiones, con el pretexto de cobrar deudas que eran una minucia comparadas con este monumento al mal gobierno y la segunda fue particularmente sanguinaria y costosísima, no solamente para nosotros sino también para Francia.
Pero terminemos por ahora al término del régimen de Teodoro Roosevelt en 1909, en que el panorama cambió radicalmente, empezando por la cándida revuelta de Francisco I. Madero, quien encabezó a los hacendados ilustrados que pretendían poner fin a la dictadura de Porfirio Díaz al grito de “sufragio efectivo, no reelección” que no tenía por qué molestar al imperio, que se autocalifica como campeón de la democracia.
Al gobierno estadounidense le pareció excesiva aquella manifestación de violencia que alteraba la “paz porfiriana” y perpetró el salvaje asesinato del ya presidente Madero y del vicepresidente Pino Suárez, mediante el conocido “pacto de la embajada” porque se preparó en la embajada de Estados Unidos con la participación del traidor Victoriano Huerta, en lo que parecía una simple repetición de los golpes de estado acostumbrados por el imperio en América Latina.
Al tío Sam le salió el tiro por la culata porque provocó que lo que había empezado como revuelta se convirtiera en una revolución que se salió del control de los hacendados para convertirse en campesina, obrera y popular, de la que solo quiero destacar las expropiaciones, sobre todo de propiedades en poder de extranjeros, de las que resultaron, entre otras cosas, la reforma agraria y la expropiación petrolera que provocaron el paroxismo de los más radicales capitalistas estadounidenses, tema en el que no voy a entrar en detalles.
Lo que sí quiero mencionar es un documento fundamental conocido como Estrategia Lansing, que consiste en un mensaje enviado en Febrero de 1924 por Robert Lansing –quien había sido secretario de Estado del presidente Woodrow Wilson– al magnate de los medios de información Randolph Hearst que, desaforado, exigía la intervención armada en México. Le dice Lansing:
“México es un país extraordinariamente fácil de dominar, porque basta con controlar a un solo hombre: el presidente. Tenemos que abandonar la idea de poner en la Presidencia mexicana a un ciudadano americano, ya que eso llevaría otra vez a la guerra. La solución necesita de más tiempo: debemos abrir a los jóvenes mexicanos ambiciosos las puertas de nuestras universidades y hacer el esfuerzo de educarlos en el modo de vida americano, en nuestros valores y en el respeto del liderazgo de Estados Unidos. México necesitará administradores competentes. Con el tiempo, esos jóvenes llegarán a ocupar cargos importantes y, eventualmente, se adueñarán de la Presidencia. Sin necesidad de que Estados Unidos gaste un centavo o dispare un tiro, harán lo que queramos. Y lo harán mejor y más radicalmente que nosotros”.
Y resultó tan eficaz el consejo, que el partido inventado por Miguel Alemán, calificado como la “dictadura perfecta” por Vargas Llosa, amalgamado con los conservadores que en el siglo XIX eran antiliberales y enemigos a muerte de los “gringos” protestantes pero ahora son neoliberales y grandes amigos de los ahora “americanos”, una vez graduados en universidades estadounidenses a partir de Miguel de la Madrid, han sometido México al imperio a tal grado, que en este Siglo XXI pareciera que no nos queda salida alguna que pudiera ser decorosa.
En fin. Consideré necesario hacer toda esta digresión para que se vea cómo, a través de la historia, hay etapas que son francamente nacionalistas y de ideas avanzadas y cómo hay otras en las que se retrocede al más despreciable de los niveles. A favor de la primera posición estamos Jesús Terán y todos sus seguidores.
Ahora sí, estimo que estoy en posición de concluir este tema demostrando, con mayor claridad, el profundo significado que para nosotros tiene el busto de Jesús Terán que fue cercenado del sitial que eligieron el pueblo y el gobierno del Estado para erigirlo, el 5 de Mayo de 1907, frente a la fachada de su Instituto de Ciencias para rendirle el homenaje que merece.
“Año del bicentenario del natalicio de Jesús Terán”
Por la unidad en la diversidad
Aguascalientes, México, América Latina