Las discusiones públicas en México han alcanzado nuevos mínimos racionales y nuevos máximos de polarización y toxicidad. La ciudadanía se encontraba ya dividida antes de 2018, dirán los defensores a ultranza del gobierno, y tendrán razón. Pero también es cierto que el gobierno actual ha aprovechado las divisiones existentes para agudizarlas. La polarización es un capital político nada despreciable cuando te sitúas del lado de una mayoría justificadamente resentida. El resultado de acrecentar las divisiones sociales es el estancamiento de los problemas públicos, que no encuentran en la vida común un espacio para ser deliberados buscando las razones con mayor peso y las mejores palabras.
En un contexto maniqueo de buenos y malos, liberales y conservadores, chairos y fifís, se entiende que se utilicen malos argumentos, pero muy eficaces. Un argumento es un conjunto de enunciados que pueden ser verdaderos o falsos, y alguno o algunos de ellos fungen como razones (premisas) que apoyan a otro (la conclusión). En un buen argumento se espera que las razones de apoyo sean verdaderas y que la forma del argumento permita que la verdad de éstas se transfiera en alguna medida a la conclusión. Así, lo que hacemos cuando argumentamos bien es ofrecer razones verdaderas que hagan que la conclusión tenga más probabilidades de ser verdadera. Pero dichas razones también deben ser relevantes para la conclusión: de nada sirve esgrimir razones verdaderas que no tengan nada que ver con lo que apoyan.
Los argumentos en los cuales las razones de apoyo no tienen que ver con la conclusión que apoyan se suelen llamar falacias de irrelevancia. La más común de todas ellas es la falacia ad hominem. En este tipo de falacia se ataca a la persona que sostiene un punto de vista y no al punto de vista o a las razones que se ofrecen en su favor. Una regla para evitar esta forma incorrecta de argumentar consiste en insistir que debemos concentrarnos en lo dicho y no en quién lo ha dicho. Se entiende: un punto de vista puede ser correcto, y las razones que lo apoyan buenas, independientemente de las cualidades morales o intelectuales de quien esgrime el argumento.
Dicho lo anterior, puede verse que en un clima de aguda polarización las falacias ad hominem estén a la orden del día. En una sociedad en la que un grupo mayoritario considera al grupo contrario malvado, corrupto e injustamente beneficiado por el arreglo social, es mucho más sencillo denostar sus puntos de vista a priori, por la sencilla razón de que provienen de un grupo al que se le atribuyen oscuros intereses, que analizarlos con cuidado y detalle. Basta que se diga: “Juan opina x porque es conservador, fifí, empresario, corrupto…”, para que el punto de vista y las razones que lo apoyan pasen a formar parte del basurero de las posibilidades políticas o sociales. En sentido contrario también sucede. Basta que se diga: “Andrés opina que x” para que no se cuestione su punto de vista, no se exijan razones de peso en su favor, y se acribille públicamente a cualquier persona que se atreva siquiera a plantear algunas dudas al respecto.
Pero, así como es un mal argumento considerar que un punto de vista es incorrecto sólo por las cualidades de la persona que lo sostiene, también lo es considerar que es correcto por los rasgos de carácter y la historia del individuo. Existe un estancamiento de los problemas públicos cuando la ciudadanía es incapaz de poner entre paréntesis la procedencia del punto de vista y analizarlo con cuidado para evaluar sus fortalezas y debilidades.
Esta situación se vuelve más alarmante cuando es el periodismo el que sube al estrado. En los últimos días se ha ofrecido un ataque feroz a la plataforma periodística Latinus, cuyas caras más visibles son los periodistas Carlos Loret y Víctor Trujillo. Se han realizado investigaciones de calidad más que cuestionable sobre el financiamiento de la plataforma que han redituado en un cuestionamiento a la fiabilidad de las investigaciones periodísticas del portal, algunas de las cuales ponen en entredicho a cercanos del presidente y al gobierno en su conjunto. El aparato gubernamental ha hecho uso de la falacia preferida de las sociedades polarizadas: falacias ad hominem para regalar a los asiduos a Twitter, la red social favorita del régimen.
No obstante, hay una situación aún más grave, y esta se da cuando es la comunidad científica la que sufre la embestida. Se sabe (aunque mucha gente lo dude): científicas y científicos son malos políticos. Sus pronunciamientos públicos suelen darse sólo en casos de gravedad palpable y evidencia contundente. La publicación de Un daño irreparable: La criminal gestión de la pandemia en México (Planeta, 2021) de la dra. Laurie Ann Ximénez-Fyvie ha sacado lo peor de la clase política en el poder. Se ha cuestionado que una “dentista” u “odontóloga” se pronuncie sobre la gestión gubernamental de la pandemia. Se han puesto en duda sus credenciales académicas: sólo cabe señalar la ignorancia de personas como Hernán Gómez, que no comprende que un doctorado en ciencias médicas en una de las mejores universidades del mundo vale bien como respaldo de experticia en la materia. Se le han expuesto vínculos políticos inexistentes. Se han citado pasajes de su libro fuera de contexto. Se le ha entrevistado con agresividad, arrogancia y pedantería. No obstante, la cargada de falacias ad hominem no ha sido acompañada de un solo argumento en contra de su evaluación técnica.
No somos una sociedad con una cultura argumentativa sólida. Y la polarización nos ha llevado al extremo indeseable de abandonar todo rastro de racionalidad en nuestras discusiones en favor de una letanía robusta de insultos y descalificaciones personales. ¿Cómo reorientar la deliberación pública? No miento: me hago esa pregunta casi todos los días.