Quizá estas líneas con las que Ramón López Velarde inicia su poema “Envío”, sean propicias para dar cuenta de esta imagen alucinante, una mezcla brutal de sueños y pesadillas.
Entre 1960 y 1961 el pintor chileno Oswaldo Barra Cunningham pintó el primero de cuatro murales en el Palacio de Gobierno. Este, al que pertenece la imagen, se lee de izquierda a derecha o como a usted mejor le parezca.
Dividido en tres partes, la contemplación inicia a la izquierda con los orígenes del estado, el manantial cuyas aguas entibian el sexo de las mujeres que se bañan en ellas, sigue con las historias de México y Aguascalientes, entrelazadas a veces a punta de golpes de machete o explosiones de pólvora, y concluye en el lado derecho, con un espacio dedicado a la cultura y las artes de Aguascalientes.
En mi inútil opinión, esta es la parte más fuerte del mural; la más violenta y agresiva. Quizá a usted no le parezca gran cosa, dada la diversidad social y religiosa que vivimos. Cosas que escandalizaron a nuestros padres y abuelos hoy se ven sin mayor alternación… Como este mural. Fíjese bien; observe con atención.
En la parte de abajo reina la oscuridad, que es alimentada por la Iglesia Católica. Varios jóvenes intentan escapar hacia arriba, hacia las estrellas. Sólo uno de ellos lo logra, rescatado por la Madre Tierra, cuya cabeza está tocada con una exuberante cabellera de mazorcas. Otro de ellos lucha por librarse de los brazos del obispo. Quizá logre escapar hacia la luz, que ya ilumina al primero, en tanto los demás permanecen en la penumbra. Detrás del pastor, un sacerdote enseña una cruz a unas mujeres, pero más bien parece amenazarlas con ella, en lugar de mostrar uno de signos de la redención, y luego ese joven a quien ya ilumina la luz, desnudo, mostrando el sexo sin disimulo alguno. Por cierto que esta diferencia de luz y sombra está dada por la educación: quienes logran salir de casa para estudiar una carrera profesional, y quienes no.
A la derecha están varios personajes que son nuestro orgullo: Jesús F. Contreras, Jesús Díaz de León, Guadalupe Posada, Saturnino Herrán, Manuel M. Ponce. Por desgracia desconozco quienes son las mujeres y el joven que sostiene una probeta.
A la izquierda, en el balcón –¿es en Palacio de Gobierno, o en la Casa de la Cultura?– están, para escándalo de las buenas conciencias de aquella época, quienes tuvieron que ver con la realización del mural: el profesor Alejandro Topete del Valle, el pintor, el abogado Salvador Gallardo Topete, el gobernador Luis Ortega Douglas y el poeta Víctor Sandoval. Ellos están ahí por deseo del artista; esa fue su manera de agradecer el apoyo que recibió para la realización de su obra: quien la pagó y quien le informó qué era Aguascalientes. Los enemigos del gobernador se rasgaron las vestiduras y denunciaron que de esta manera el gobernador buscaba perpetuarse.
A propósito de esto, Víctor Sandoval le contó a Calíope Martínez que ante el borlote que se había armado, el gobernador le dijo que ordenara al pintor borrar esa parte, a lo que Sandoval habría contestado: “no señor, me costó mucho trabajo subirme a ese balcón, así como para bajarme ahora”.
A la derecha del quinteto, flotando en el aire oscuro, de atrás hacia adelante, están el gobernador Jesús Gómez Portugal, fundador de la Escuela de Agricultura, antecedente remoto de la Universidad Autónoma de Aguascalientes, el médico Pedro de Alba, y entre este y el joven desnudo, el poeta Ramón López Velarde, que hoy muchos recordamos por el centenario de su muerte, acaecida el 19 de junio de 1921, y por muchas cosas más.
“A ti, poeta hermano que eres cura/de la noble parroquia del Ensueño;/va la canción de mi amoroso mal,/este poema de vetustas cosas/y viejas ilusiones milagrosas,/a pedirte la gracia bautismal”, sigue diciendo en su “Envío”…
La efeméride constituye una buena oportunidad para acercarse a la obra de este, que ha sido calificado como el Poeta Nacional. Pero más allá de su luminosa proclama de la Suave Patria, todos podríamos encontrar en sus versos algo que nos hiciera vibrar; algo que nos desvelara con un desvelo preñado de melancólica nostalgia, la evidencia de que siempre falta algo; siempre. Felicitaciones, ampliaciones para esta columna, sugerencias y hasta quejas, diríjalas a [email protected].