La escritura nació como una necesidad burocrática. No, la escritura no nació para poder contar historias. Tampoco las historias nacieron para ser escritas. La realidad es que muchas de las obras antiguas que nos llegaron antes de ser escritas se transmitieron de forma oral entre los pueblos. Los bardos, los trovadores, los poetas, los viajeros, las transmitieron y en muchos lugares las adaptaron. La escritura vino después.
Las primeras historias, los mitos, las narraciones fundamentales también encerraban algo práctico para las personas de aquel momento: no vayas a cierta parte del bosque porque ahí reside un demonio, cuando en realidad es que adentro hay depredadores. Contaban el peligro a través de mitos. Y así cada pueblo, cada región tenía las suyas. Luego comenzaron a escribirse.
La primera historia que se escribió en español fue El Cantar del Mio Cid y se cree que no es la historia “original”, pues se teoriza que son las notas de un trovador que estudiaba para dar representaciones en los pueblos que visitara. Entonces la literatura en español nació como unas notas contra el olvido, unas palabras que buscaban, a su vez, fijar una versión de la historia, seguramente no la primera ni la última, pero sí la que perduraría, porque el papel resiste mejor el tiempo que la memoria.
Extrañamente, cuando el fenómeno de la escritura comenzó a darse en la historia occidental, hubo quienes se opusieron. El ejemplo más conocido es el de Sócrates,que la menospreciaba, pues esta provocaría que las personas no ejercitaran la memoria y se volvieran flojos intelectualmente. ¿Cómo era posible que la gente escribiera para no olvidar si para eso existe la memoria? Pero la memoria engaña. La memoria limita. La memoria acaba. Pero Sócrates no veía esas bondades. Irónicamente su discípulo, Platón, escribió sus enseñanzas en sus insignes Diálogos.
La escritura también fue mágica, sagrada y secreta. En algunas culturas como la celta o las germánicas la escritura tenía algo de magia que fijaba lo que se escribiera, por ello no escribían nombres, y sólo los sacerdotes tenían el poder de las palabras escritas para maldecir, destruir, curar, ayudar. La magia se destilaba en los garabatos que se escribieran porque significaban algo que pocos podían descifrar.
De cualquier manera, no todos tenían acceso a ese secreto que era la escritura, pues era un poder que no se podían arriesgar a que todos los conocieran. Esto bien pudo haber sido una de las formas de dominación: no enseñar a escribir o leer para mantener el poder y los secretos de lo que pudiera estar escrito.
Ahora vivimos en un mundo en el que sorprende que la gente sepa leer y escribir, que pueda hacer aritmética simple o que sepa que un trueno, un rayo, un terremoto, una erupción volcánica no son causadas por la divinidad, sino por la naturaleza. Pero antes no era así. La escritura era un secreto guardado, algo que no debía propagarse, pues sólo unos pocos elegidos (nobles, mercaderes, miembros del clero) conocían el secreto. Ahora podemos voltear y criticar eso, sentirnos superiores socialmente porque ahora la gente lee y escribe, sin embargo, hay que pensar que esas actividades están muy estrechamente ligadas con la producción de libros. ¿De qué serviría que una persona promedio de hace mil años pudiera leer y escribir si no tendría un material con el cual escribir ni un lugar para hacerlo, ni nada qué leer porque los libros eran objetos de lujo? De nada. Sería una mera curiosidad. Sin embargo, conforme avanzaron los procesos de la edición de libros, de una forma u otra, también avanzó la alfabetización. Con la invención de la imprenta de Gutemberg, se disparó la producción, que a su vez creó todo un mercado de producción de papel, que en aquel tiempo era hecho con base en pañuelos, no como ahora que es de celulosa. Esto causó que empezara a haber más libros circulando a menor precio. No, la gente no empezó a leer por esta razón, tampoco significa que fue en ese momento en el que comenzaron a consumir historias (porque la humanidad desde siempre ha consumido historias), simplemente se interesó, los vio al alcance. Los libros se convirtieron en una posibilidad.
En la historia del libro (y la escritura) hay dos espacios que cuando aparecieron revolucionaron el mercado: la biblioteca pública y las librerías.
La biblioteca pública fue, a pesar de Sócrates, un depositario de la memoria de la humanidad. Un gran cerebro en el que se depositaba el conocimiento y las historias que se iban escribiendo. Y no siempre existieron. La biblioteca más famosa es la de Alejandría, tanto por su forma de atesorar el conocimiento como por su incendio y la pérdida de todos esos volúmenes. Sin embargo, no era una biblioteca pública como las conocemos actualmente. Ahí entraban pocas personas, filósofos, escolares y autoridades. Era un ambiente elitista, cerrado, en el cual no todos tenían cabida. De ahí la importancia de la creación de las bibliotecas públicas, de aquella memoria a la que todos podían meter mano. Las personas ya no tenían que gastar dinero para comprar libros, sino que podían ir a una biblioteca para leer cientos de volúmenes de todo tipo de libros: novelas, ensayos, poesía, cuentos, libros académicos. Las bibliotecas abrieron la posibilidad de los libros a la población en general de manera gratuita. De ahí su importancia, aunque muchos las critiquen y menosprecien. Sin las bibliotecas no habría habido la alfabetización en el mundo.
Luego están las librerías. Estos espacios son importantes porque acercan los libros a todas las personas que los quieran comprar. A su vez, son el último eslabón de lo que llaman “la cadena del libro”, en donde está del otro extremo está el autor que escribe, en medio la editorial que lo publica y el distribuidor que lo hace llegar a las librerías. Las librerías nacieron junto con la imprenta, pues antes de esta los libros se encargaban directamente a algún copista (y luego lo siguieron haciendo hasta que poco tiempo después desapareció el oficio). Aunque como muchas cosas artísticas nacieron como algo exclusivo para la alta sociedad, poco a poco se convirtieron en lugares de encuentros de intelectuales, de amantes de las letras, la cultura y las artes en general sin distinción social. Son lugares donde descansan libros que buscan casa, y a su vez lugares donde se forja comunidad y memoria. De ahí que cada ciudad que se precie de ser cosmopolita, importante, de empuje, tenga una librería insigne. En Aguascalientes, me atrevo a decir que su librería insigne es la Librería de los Escritores, lugar de encuentros, de pláticas y de libros. Un lugar de la memoria, para la memoria. Porque la escritura no existiría sin estos espacios, sin estos encuentros.
Los libros descansan sobre los estantes, esperando que lleguemos y hurguemos en su memoria. Porque así se escribe y se lee nuestra historia, a pesar de su resistencia.