
El SAT, un círculo del infierno que no previó Dante y cuyo camino directo se encuentra tapizado de formatos, trámites, declaraciones, desesperación e ira, donde el pobre incauto atrapado en él tendrá que caminar errante toda la eternidad una vez que ingrese. Ese fue mi primer acercamiento a esta brumosa burocracia tributaria. Comprendí el dicho aquel de que la burocracia no es organización, sino destino.
Exagero, por supuesto, hay de primeras veces a primeras veces. Nadie experimenta en cabeza ajena, dice mi madre, y aunque yo ya sabía por otros de lo engorroso que podría ser realizar un trámite ante el SAT no me imaginé la experiencia, como cuando me contaron lo que sería mi primera vez en el amor, y que una vez ocurrida, mi primera vez, solo pensé que la gente hacía mucho escándalo por tan poca cosa. Pero ese fue solo el principio. Con el tiempo, aprendí que el amor vale la pena el escándalo, el alboroto, la insensatez, la desesperación, pero nunca el infierno personal de autodestrucción que es el mismo que te lleva al SAT si no te sabes la ruta hasta que te encuentras al contador indicado.
En mi caso, no conocía ni la ruta ni mucho menos entendía a dónde iba, así que lo primero que aprendí es que para darte de alta en un régimen ante el SAT debes hacer una cita a través de su página de internet. Horror. Horas y horas de mi vida desperdiciadas en lograr una cita en un sistema que solo abre momentáneamente por quién sabe qué determinación gubernamental para que solo un puñado de personas lo logren, si acaso, privilegiados que estuvieron en la hora y lugar indicado para cachar abierto al sistema. Como cuando me dieron mi primer beso en la boca a los 13 años. Si lo hubieran planeado no les salía tan bonito. Venía de casa de mi mejor amiga platicando con el que me gustaba cuando cayó un chaparrón marca diablo que nos hizo correr media cuadra como locos hasta alcanzar un tejado protegido por flores y un árbol enorme. Sin importarnos, tal vez sin saber que era el lugar idóneo para que nos cayera un rayo, nos refugiamos debajo y como en novela del Romanticismo nuestros ojos se encontraron y así, empapados, Fabián se acercó lento y me besó muy despacio los labios mientras sus manos tomaron tímidamente mis cachetes. Por supuesto que ese fue el rayo que me cayó encima y me cimbró el cuerpo, pues ni los ojos alcancé a cerrar. Como la página del SAT, que en pleno parpadeo me envió un aviso que no alcancé a leer justo antes de que me enviara a otra página y que casi me hizo arrancarme el pelo de la desesperación.
Así fue como, sin cita, decidí ir a las oficinas del SAT dispuesta a no salir de ahí hasta que me atendieran. Pero lo que es no saber. Claro que me atendieron, una joven del servicio social de alguna universidad tomó mi turno mientras hablaba a gritos con otro joven, jovencísimos ambos, burlándose de un señor mayor que con anterioridad había atendido, ¿tú crees?, le contaba, ni siquiera sabía lo que es un correo electrónico, o sea, wey, tuve que hacerle uno porque cero tecnológico, menos le iba a entender a su celular, a lo que yo mientras la veía con una cara de disgusto escondida debajo del cubrebocas, a punto de decirle lo mal que sonaba por burlarse del señor, pero impedida porque ahora yo era la que estaba en su poder para realizar mi trámite, uno que me había hecho perder toda la semana frente a la computadora. Y no funcionó, con la mano en la cintura me mandó de regreso a casa después de intentar, sin éxito, dar el primer paso para cambiar mi régimen. No puedo, venga en la semana o haga su cita, fue su respuesta mientras masticaba chicle y se daba media vuelta para quitarse el cubrebocas. Así fui otras dos veces y en todas me atendió ella, ah, de nuevo usted, a ver, ahora qué, me dijo a la tercera vuelta.
Mientras, yo lloriqueba con mi gente sobre la imposibilidad de resolver mi trámite, cuando una amiga -mucho más joven, por supuesto, ella sí mil tecnológica- me envió la liga del Twitter de @SATsincitas, una cuenta no institucional que te dice si el sistema del SAT está abierto. Y ocurrió el milagro de la tecnología: en menos de una hora ya tenía mi cita al día siguiente. Como la primera vez que tuve una cita. Al día siguiente de mi primer beso, Fabián fue a buscarme a casa de mi amiga, que ya se sabía toda la historia de la noche anterior, para invitarme a lo que sería mi primera velada romántica en una banqueta del barrio después de ir a comprar dos pizzas individuales de 25 pesos y una coca para compartir. Pero como no quise compartir otras más primeras veces con Fabíán, desapareció en menos de un mes.
Lo que ha tardado en desaparecer es mi problema con el SAT, insistí otras dos veces con otras dos citas nuevas, para continuar con un trámite que ahora me indica que a pesar de ser primeriza en esto de la administración tributaria, le debo declaraciones desde el 2017, y lo peor de lo peor, le debo dinero. Todo este enredo burocrático me llevó a pensar que a lo largo de la vida nos enfrentamos muchas veces a una primera vez, sea administrativa o no, obligados a encajar en un sistema que generalmente toma las decisiones por nosotros. La primera vez que pruebo esto, la primera vez que veo aquello, la primera vez que siento así.
El SAT se compone de infiernos personales y públicos. Imagino a las almas que se alojan en él como un Bartleby que repite mil veces hasta la eternidad “preferiría no hacerlo” sin que nadie lo escuche, hundido en el papeleo y en trámites, preferiría no hacerlo, preferiría no hacerlo, preferiría no darme de alta en el SAT, preferiría no acumular tanto papel, preferiría no regresar mañana a dar vueltas en este círculo vicioso infernal hasta que llegue a mí un Virgilio que me ayude a atravesar el infierno y me saque de él, aposentado en la figura de un contador.
Acá mi última anécdota en mi última visita a las oficinas del SAT: Por azares de la vida lavé un poco de ropa en casa de mi madre. Días después me dijo: creo que se te quedaron estos calzones aquí. Efectivamente, eran mis calzones, los eché a mi bolsa y continué mi cotidianidad en la total pendeja como siempre. Acudí a mi cita en el SAT y, en medio del estrés y la malacopa burocrática, metí la mano a la bolsa para sacar una pluma y oh dios, qué será este pedazo de tela que está aquí en mi mano en pleno círculo del infierno de los impuestos, déjame sacarlo bien para verificar el color, la textura y el corte francés a la vista mía y de todos.
@negratinamagallanes