Dice el diccionario de la RAE que “correr sortija” es la ejecución de “un ejercicio de destreza que consistía en ensartar, corriendo a caballo, con una lanza o una vara, una sortija colgada de una cinta”.
Pero el diccionario se equivoca en el tiempo del verbo, que para este caso no es pretérito, como fue escrito, sino presente, es decir, que la práctica sigue viva y vigente, tal y como muestra la imagen, obtenida el sábado pasado en el ejido “Las Negritas”, en el oriental municipio de Asientos.
El concurso se llevó a cabo con motivo de la fiesta del rancho, junto con la cabalgata y la coronación de la reina; el jaripeo y el baile. La sortija a conquistar pende de un listón de color brillante, amarrado a una reata que cuelga de lado a lado de la calle por la que galopan los jinetes -la verdad, me parece que el término sortija rebosa de una elegancia excesiva para una práctica que se realiza en pleno terregal-. Preferiría pensar en el objeto como una argolla, o un anillo, y en todo caso escribo sortija porque así se anunció en el programa de festejos.
Las carreras se suceden unas a otras entre la expectación de la gente que se congrega en ambas banquetas de la calle, y que de cuando en cuando se expresa con gritos de asombro, ante el objetivo alcanzado, o el extraño de algún caballo, aparte de los ¡ah! de decepción ante los continuos fallos, porque el asunto no es fácil.
Veo las idas y venidas de caballos y jinetes, y se me figura que el éxito depende de una dosis de precisión mezclada con suerte. Observo también que hay en esta práctica un eco lejano; distorsionado, de ejercicios antiquísimos; medievales y renacentistas, los caballeros con largas lanzas, luchando para derribarse unos a otros. De hecho fue así como murió su majestad, el rey francés Enrique II, a los 40 años, luego de que una de esas lanzas le fuera ensartada en un ojo -¿atentado, accidente?-. En este sentido, me parece que no es gratuito que el diccionario planteé el verbo en pretérito, algo que desde España se considera como cosa del pasado. De ser así, ¿cómo habrá llegado hasta acá, y mantenido su vida hasta el sábado anterior?
En fin. Una vez agotadas las sortijas en la reata, viene la entrega de premios. Los jinetes se acercan con los organizadores y entregan el listón ganado, que tiene escrito el nombre de una joven. Esta se acerca a su ganador y le entrega, no un beso, o una sonrisa; un abrazo, sino algo más, digamos, prosaico: una botella de cerveza, pero eso sí: una caguama, y bien muertita.
Finalmente, note usted la pequeña carpa de la esquina del lado izquierdo, con los colores de la bandera de Texas, incluyendo la Estrella Solitaria, fruto del sincretismo del que no escapa nadie; ni siquiera los ejidatarios de Las negritas.
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