A propósito del campeonato y congreso charro que se realizó en esta ciudad hace un par de meses, y a manera de conclusión, me queda la impresión de que más temprano que tarde se modificará la charrería, o mejor dicho, la serie de prácticas que conforman la charreada, en función de eliminar el maltrato a los animales, presente en varias de las suertes.
Por ejemplo en la de colas, en donde el charro debe tumbar a la res. Aparte del costalazo que trae como consecuencia la maniobra, de cuando en cuando sucede que el hombre termina quedándose con la cola del toro en la mano, debido a la gran presión que se ejerce en el lance. Otro tanto ocurre con las manganas, esa zancadilla a la que se somete a las yeguas. Por otra parte, también de cuando en cuando ocurre que en la suerte de jineteo de novillo el animal se niega a engordarle el caldo al jinete. Se abre el cajón de apretalamiento y al sentir que se amplía el espacio, el toro se echa, literal, se pone en huelga, en un espectáculo por demás patético. Entonces, para obligarlo a cumplir con lo que se espera de él, se le aplican descargas eléctricas, que desde luego hacen que se ponga de pie de inmediato y comience a reparar. O también el acto de arrear al ganado en las diversas corraletas del lienzo charro mediante este método.
En fin, que algo al respecto se terminará por hacer en este ámbito, probablemente imitando lo que ocurre con la charrería estadounidense, en la que están prohibidos algunos actos que redunden en un maltrato a los animales.
Pero lo que nunca desaparecerá será esta raza de los hombres de a caballo de la que nació la charrería. Mientras haya campo que cultivar, ganado que criar; Historia que recordar; mientras no falten quienes disfruten del aire libre, el silencio campirano, el suave perfume vegetal; existirán los hombres y las mujeres de a caballo.
Como proclamara don Delfín Sánchez Juárez, el eximio poeta de la charrería: “Que no se acabe esa raza / porque tiene olor a campo, / color de todos los cielos, / Sol de todos los Estados, / murmullo de abrevadero, / de ríos, tanques y tajos; // el calor de los desiertos, / el frío del altiplano, / la emoción de la montaña / y el encanto de los llanos.”
Tomé esta fotografía en la mañanita del 25 de enero de 2004, en la carretera que comunica a San Antonio de los Ríos y Paredes con San José de Gracia, y en mi inútil opinión, irradia una envidiable tranquilidad y placidez.
Bajo el cielo azul acerado de las tierras altas, apenas surcado por unas nubes temerarias que desafían el aire helado, cabalgan estos hombres de a caballo, en honor del padre Miguel Hidalgo y Costilla y sus afanes independentistas, y lo hacen al tranco de sus caballos, esa velocidad ideal para mantener una conversación, y precisamente eso es lo que hacen estos jinetes. (Felicitaciones, ampliaciones para esta columna, sugerencias y hasta quejas, diríjalas a [email protected]).