
“Viva la discrepancia porque
es el espíritu de la Universidad”[1]
Javier Barros Sierra
Algunos lectores interpretaron mi artículo de la semana pasada en el sentido de que los estudiantes no deben exponer a la luz pública los problemas internos que se susciten en la Universidad.
Nada más lejos de mi intención. Si hay una institución en la que la libertad de expresión no debe tener más límite que el de manifestarla con orden y respeto -cualquiera que sea el tema de que se trate- esa es la Universidad.
Por esa razón, lo único que un universitario debe rechazar rotundamente es la imposición de dogmas
Institución de enseñanza que pretenda imponer conocimientos, hábitos o costumbres a sus educandos sin permitirles analizarlos o discutirlos no es Universidad, porque ésta basa sus más caros principios en formar ciudadanos con consciencia crítica, es decir, que sepan someter al crisol del entendimiento mediante el análisis y la discusión, el contenido de cualquier concepto.
Lo cual no quiere decir que el universitario deba, en lo personal, oponerse a aceptar cualquier dogma impuesto por una institución política, religiosa, mística, etc., si ese es su deseo.
Tampoco significa que el universitario no deba discutir, en el seno de la Universidad, temas de carácter político, religioso, etc., siempre y cuando sea con un sentido crítico y, desde luego, respetuoso.
Lo único que significa es que el universitario no debe aceptar que partidos políticos, religiones u organismos místicos de cualquier índole, pretendan hacer propaganda en la Universidad, para incorporarlos como miembros activos de sus respectivas instituciones, pues esta no debe permitir convertirse en campo de batalla de fuerzas dogmáticas. Por lo demás, el universitario tiene -como ciudadano libre de actuar conforme a las garantías establecidas en nuestra Constitución Política- todo el derecho de pertenecer a un partido político, a una religión o a una institución mística, mágica, etc., aceptando sin discutir sus dogmas, pero en los terrenos en que dichas instituciones se desempeñan: templos, partidos políticos, etc. Jamás en la Universidad.
Me extendí en esta explicación, pero con el sano propósito de complementar la intención con la que me expresé la semana pasada.
Los estudiantes tienen toda la libertad de expresarse libremente para comunicar cualquier asunto a la comunidad universitaria o a la población a la que pertenece, cosa sencilla de entender si recordamos su nombre: Universidad Autónoma de Aguascalientes; es decir, del pueblo de Aguascalientes, que, por tanto, también tiene todo el derecho a saber lo que ocurre dentro de ella.
Y si yo me permití recomendarles el procedimiento que conviene seguir en todo proceso administrativo, es porque una de las disciplinas que todo universitario debe aprender es la disciplina del orden dentro del sistema de que se trate, porque ello les facilitará su desempeño en todos los órdenes de la vida.
Esto nos llevaría a tocar el tema de la comunicación constante y permanente que la comunidad universitaria y particularmente el estudiantado ha tenido con la población de la que forma parte, en todo el mundo, no solo desde que nació formalmente con la creación de la Universitas Studiorum de Bolonia, -es decir, desde ese remoto inicio de la Universidad moderna a iniciativa de los estudiantes- sino en todo su desarrollo y evolución hasta la fecha y proyecciones a futuro.
Ello podría suceder si hubiese interés en él, o alguna circunstancia que propiciara desarrollarlo.
Por la unidad en la diversidad
Aguascalientes, México, América Latina
Fe de erratas: El último renglón del penúltimo párrafo del artículo de la semana anterior, titulado “UAA: Demandas estudiantiles”, dice: “…por primera vez, en el cuarto decenio del siglo XX”. Debe decir: “…por primera vez, en el quinto decenio del siglo XX”.
Nota 1. Será bienvenido todo comentario, favorable o desfavorable, que contribuya a enriquecer este trabajo.
Nota 2. El título de “Catedra” que lleva esta columna se debe, exclusivamente, al propósito de recordar la revista que publiqué entre 1975 y 1978 con la observación: “Órgano Informativo Independiente de la Universidad Autónoma de Aguascalientes”.
[1] Palabras pronunciadas en un discurso histórico por el inolvidable maestro Javier Barros Sierra, rector de la Universidad Nacional Autónoma de México, cuando el presidente represor Gustavo Díaz Ordaz ordenó la violación de la autonomía de la UNAM mediante la ocupación brutal de sus instalaciones, con el torpe pretexto de que era un nido de comunistas; represión que culminó con el ametrallamiento de la manifestación de protesta organizada por los estudiantes el 2 de Octubre de 1968 en la plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco, México, D. F.