El conocimiento es algo difícil de definir. ¿El conocimiento es sólo aplicado en cuestiones prácticas?, ¿es una forma de comprender el mundo y universo en el que vivimos?, ¿es nomás un conjunto de datos?, ¿son datos curiosos con los cuales impactamos a los demás para que digan “sabe mucho”?, o ¿son todas las anteriores? Es difícil dar una respuesta a esto porque hablar de conocimiento también es hablar de investigación.
Todas las universidades y el Conacyt tienen la obligación de dar a conocer las investigaciones que se están llevando a cabo dentro de sus paredes. Si nos damos una vuelta por ese padrón de investigaciones veremos que hay muchas que no tienen ni productos ni una practicidad en el mundo en el sentido de que a partir de ellas se puede generar un bien o producto. ¿Esas investigaciones valen menos que las que tienen una aplicación próxima a la realidad? Yo diría que no.
Hay dos tipos de investigaciones: cualitativas y cuantitativas. A la sociedad en la que vivimos le encantan los números. Poder contar algo nos hace sentir poderosos, que tenemos el control sobre el mundo y lo que hay en él. Dar una cifra da tranquilidad porque si hacemos ciertas acciones podemos aumentar o disminuir la cifra si es necesario. De ahí que muchas de las investigaciones que tienen más aplicaciones sean cuantitativas. Sin embargo, las cualitativas no tienen nada qué pedirle a las cuantitativas. Las cualitativas pocas veces pueden llegar a generar números como resultado final. En estas se busca observar las cualidades de ciertos elementos. Mientras que las cuantitativas se refieren en muchos casos a las ciencias exactas como las matemáticas o la física, las investigaciones cualitativas se encuentran en todas las áreas del conocimiento.
Las ciencias sociales y las humanidades hacen prácticamente sólo investigación cualitativa, pues su objeto de estudio es la sociedad y lo que respecta a esta. Entre estas ciencias está la sociología, la filosofía, la literatura, la lingüística, la pedagogía y el derecho. De estas ramas podemos considerar que las más prototípicas son la sociología, la filosofía, la literatura y la lingüística porque estas son consideradas como inútiles en la generación de conocimiento “práctico”. Esto a pesar de que sí hay ciertos elementos que pueden servir para generar planes o actividades en beneficio de la sociedad. ¿Por qué es que las menospreciamos?
Las ciencias exactas como las matemáticas y la física juegan con reglas cerradas que no cambian. Son ciencias que buscan absolutos en las formas de cómo funciona el universo y cómo, a partir de este conocimiento nosotros podemos controlar el mismo universo en el que vivimos. Nadie dirá que 1+1 = 10 o negará la gravedad, una constante del universo. Las ciencias exactas, como su nombre lo dice: son exactas. O al menos lo parecen. En su Historia de las matemáticas Eric Temple Bell nos habla que las matemáticas son cambiantes, que lo que aprendemos en la escuela en realidad son las matemáticas muertas, las que ya se superaron y que en muchos casos ya no son tan exactas. Con el avance de la tecnología (dado a su vez por el avance de las ciencias exactas) se da un fenómeno donde absolutos han cambiado por los cálculos que pueden hacer las computadoras más modernas. Sin embargo, como bien dicen: no es que las ciencias estén mal, simplemente aprendieron más, pudieron profundizar en las cuestiones. Pero, sobre todo, la gente acepta estas ciencias como reglas universales e inequívocas porque son elementos externos que en muchos casos no tiene control sobre ellos. El impacto que una persona puede tener en la gravedad o en el magnetismo es nulo. Nosotros en nuestra individualidad no podemos romper ninguna de las reglas aunque nos esforcemos. No somos Superman ni Gokú, no podemos volar si no es con un aparato como un avión o helicóptero; tampoco podemos cargar más de cierto peso a menos que usemos alguna máquina, mucho menos aguantar la respiración más allá de ciertos límites a menos que tengamos un tanque de oxígeno externo. Y aún así hay límites. Estamos atados por estas reglas como si de un destino inexorable se tratara.
He ahí el problema de las ciencias sociales y las humanidades.
Como lo dice su nombre, las ciencias sociales y las humanidades se enfocan en los humanos, en sus relaciones y en su quehacer en el mundo. No hay recetas ni reglas para las sociedades. Las negamos y las rechazamos porque en estas ramas del conocimiento sí podemos influir, o eso creemos. Al leer sobre cuestiones sociales nos damos cuenta que no somos tan únicos y que muchos de los límites que tenemos son imposiciones sociales las cuales aceptamos en nuestro contrato social y esto limita la idea de que somos tan únicos como lo pensamos. A su vez las rechazamos porque no aceptamos que nuestro comportamiento tenga algo que ver con la situación social actual.
Aceptar las investigaciones sociales implica reconocer que tenemos parte de la culpa de cómo está el mundo, ya sea por omisión o por acción directa. Por eso es más fácil negarlas o rechazarlas. Entrar en el juego de “esa es tu opinión” es peligroso. ¿Existen recetas para los totalitarismos? No, pero sí existen ciertos elementos que comparten los totalitarismos en la historia, los cuales han sido estudiadas por estas ciencias. ¿Existen problemas y brechas de género? Sí, y existen estudios de muchas ramas que lo respaldan.
De la misma manera se rechaza a las ciencias sociales y a las humanidades porque estas buscan observar cambios en las conductas de la sociedad. Observan la evolución, el avance de las sociedades y las relaciones humanas. Esto atenta contra la visión del mundo de muchas personas, pues aceptar que el mundo cambia y no es el mismo significa que el mundo en el que creen o viven no existe o no ha existido desde hace tiempo, lo cual es inaceptable. Esto se observa en movimientos retrógradas como el Frente Nacional por la Familia, que si por ellos fuera viviríamos en la Edad Media con todo y peste negra. Los mismos que rechazan esto son los mismos que critican nuevas creencias o nuevas formas de convivencia y se opone a elementos que significan un avance en la sociedad, ya sea en la justicia, en la libertad o en la forma de hablar. Abogan por la fijación de una sociedad utópica que jamás existió, pero que en su imaginación es el prototipo de la humanidad, aunque sea una mentira, porque la sociedad jamás ha sido tan homogénea ni tan simple. Rechazan estas ciencias porque les conviene políticamente a través de argumentos biologistas, donde, extrañamente aceptan la evolución de los seres vivos, pero no la evolución social.
Por estos últimos es que debemos dejar de ver a las ciencias sociales y a las humanidades como ciencias inútiles, sin futuro, y más como ciencias que indican cómo somos como sociedad, y cómo podemos mejorar. Se habla mucho de que son inútiles sus investigaciones, pero yo no lo creo así. Cuando vamos con el psicólogo hacemos una introspección para comprendernos y sanar. La sociedad también lo necesita. Pero no hay psicólogos de una sociedad, sólo estudios para comprendernos y ver nuestras dolencias sociales para sanar.