Muchas muertes, pocas tumbas, y un mundo que se derrumba.
Mi planeta es un cochambre, no subastaran nuestra hambre…
Big Crunch – Nacho Vegas
Dedicado con aprecio a mi maestro Jorge Varona Rodríguez
Karl Marx heredó de Friedrich Hegel la idea de los ciclos, de la historia vista como una vuelta de eterno retorno cuyo motor es la pugna entre tesis y antítesis que resulta en una síntesis ante la cual se habrá de oponer otra antítesis, y así ad nauseam, al infinito y más allá. Lo que para Hegel era la pugna de las ideas, para Marx lo fue la lucha de las clases sociales. Como fuese, para ambos, el motor es la pelea por el poder.
Aunque esta idea se ha mantenido imperecedera a lo largo de los siglos, el politólogo norteamericano Francis Fukuyama escribió en 1992 un ensayo para sostener que el mundo pronto llegaría al “fin de la historia”, debido a que ya no habría más lucha porque (a decir de Fukuyama) la democracia occidental triunfaría globalmente. Es obvio que este pronóstico erró, sea porque se hizo con más candidez que ciencia política; o sea porque nunca fue tanto un ensayo científico como un artículo de propaganda capitalista occidental.
Ahora, vivimos procesos bélicos que enfrentan no sólo a Rusia y Ucrania, sino a diversas regiones del mundo encabezadas por países potencia que enarbolan banderas ideológicas e intereses económicos; y cuyas consecuencias impactan en la política doméstica y regional de las naciones de Europa, Asia, y América. Pero este proceso no es nuevo, sino la continuación de un conflicto centenario que comenzó con la primera guerra mundial, se extendió a la segunda guerra, y prolongó su permanencia en el mundo durante la llamada “guerra fría”.
En la primera guerra, se dibujaron los bloques potencia internacionales como un esbozo de lo que sería la geopolítica global durante el siglo XX. Este esbozo se consolidó durante la segunda guerra, y operó en consecuencia desde 1945 hasta finales del siglo pasado. En esta polarización de los bloques hegemónicos globales, se configuró una narrativa en la que el mundo tenía una división tripartita entre la democracia occidental, las anti democracias de Asia y Medio Oriente, y el resto de países más o menos neutrales.
Así, con esta noción de “civilizaciones”, el mundo transcurrió en un vaivén de tensiones más o menos administradas por la política internacional, que ahora ha decantado en la vuelta a las armas y a la operación declarada de la violencia entre países. Esta vuelta a la violencia explícita tiene su causa en el expansionismo de la influencia occidental, y en la narrativa de una hegemonía ideológica en la que occidente históricamente ha representado “el bien” y la democracia, contra los bárbaros asiáticos y medio orientales.
Samuel Huntington preveía esto en su libro Choque de Civilizaciones, en el que apuntaba que los conflictos posteriores a la guerra fría sucederían a causa de cómo interpretamos el concepto de civilización; un concepto que trasciende fronteras nacionales y que agrupa a amplios bloques de la población mundial en categorías de identidad en las que los países y sus habitantes se identifican en distinción u oposición a otros países, otras personas, y otras civilizaciones. Esta nueva guerra es, entonces, sobre cómo concebimos a nuestro mundo.
Esta tesis de Huntington, escrita en 1993, responde y desmiente a la locuaz idea que ofreció Fukuyama en El fin de la historia y el último hombre. No está de más decir que el trabajo de Huntington posee mayor pericia en la aplicación de la ciencia política. En este libro, se apunta un escenario dramáticamente parecido a lo que ocurre justo en la actualidad global, con más o menos la misma forma de composición geopolítica, y un conflicto prácticamente similar para una Tercera Guerra Mundial.
En este hipotético escenario, planteaba Huntington hace casi 30 años, el choque sería entre las potencias occidentales y orientales. En este conflicto, Rusia y China tenderían a aliarse contra “occidente”. En esta guerra, el pivote serían Japón e India, y la orientación de estas naciones podría ser definitoria en el desenlace del conflicto. Igualmente, preveía que una guerra así sería tan devastadora que el poder mundial terminaría trasladándose del norte al sur, con las naciones de África, Latinoamérica e Indonesia como organizadoras en la posguerra.
Aunque pueda haber críticas y otros ensayos que busquen desmentir o enmendar lo propuesto en El choque de civilizaciones, y que como toda obra humana, este ensayo sea perfectible; es evidente que obedece a la misma línea de pensamiento que ya ha probado ser imperecedera, ampliamente estudiada y difundida por Marx y Hegel, sobre la lucha de opuestos como motor de la historia. Una historia que –hoy por hoy- nos confronta entre atomizaciones y polarizaciones; y que, necesariamente, demanda más análisis que sólo meras opiniones.
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