Quizá a manera de homenaje, Oswaldo Barra retrató a algunas personas. En el juego están, por ejemplo, Olga Marchetti Jurado y Concepción Arvizu, El naco; a un lado, en la parte oscura, Heliodoro Martínez López en el Patronato de Asistencia Social, Juan Andrea Borbolla en los gallos, Francisco Díaz de León en un tapanco, Luciano Arenas Ochoa repartiendo flores, acompañado por Ángel Hernández Arias, el abogado José Antonio Chávez Paura en el infierno de los jotos, etc.
Como el primer mural, este se puede leer de cualquier manera, pero en el principio de la imaginación del artista, o en el final, está el juego, para todo el mundo, la ruleta para los ricos, la lotería de figuras para los pobres. Ahí está el tapete verde, y sobre él, los montoncitos de monedas doradas. Ahí la suerte se pinta de rojo y negro, en tanto el Naco recoge lo ganado con un rastrillo y con la mano libre aprieta el muslo desnudo de una mujer que cubre su desnudez con un gran montón de monedas, que son codiciadas por cuatro monstruos, uno de ellos a punto de clavar sus garras en el brazo de la mujer.
En el centro de esta parte se observa el templo dedicado al evangelista, y del lado de la torre el león que forma parte de la iconografía del santo, que parece perseguir a un caballito del carrusel. Este se pierde detrás de los niños que dan vueltas en la Rueda de la Fortuna, muy serios, quizá víctimas del vértigo que la altura produce.
Otros que conservan la seriedad que les fue impresa hace 60 años, son los jugadores, aunque por otras razones. ¿Qué pasa por sus mentes mientras el Naco arrastra las monedas, que por otra y gracia de la ruleta cambian de manos? Fumen y beben, la mirada perdida, hasta que se escuche el grito de ¡Nadie más!, y entre tanto piensan, quizá, si la suerte los favorecerá o si la máquina está cargada para que sólo gane la casa.
Al lado del tapete verde está la lotería. El gritón va cantando las cartas de esta baraja sanmarqueña, la luna, el árbol de la esperanza, que de venir no se cansa, el corazón de3 una ingrata, yo lo voy a traspasar, la bota rechina, la bota del general, la rana ¡qué saltos pega tu hermana en la puerta del zaguán, La luna tuerta de un ojo, que no deja de brillar. La pareja sigue muy atenta los gritos del gritón, y van poniendo un grano de maíz sobre la carta cantada, con la esperanza de ganar la partida de la jornada, la del cócono, y mientras esperan a que la suerte los mire con buenos ojos, se toman de la mano a manera de sello por esta convivencia tan sencilla como memorable. Felicitaciones, ampliaciones para esta columna, sugerencias y hasta quejas, diríjalas a [email protected]