Octavio Paz establece que el poema debe contar y cantar, en una conferencia en el Colegio Nacional sobre El poema extenso explica que, reducido “a su forma más simple y esencial, el poema es una canción”, y que dependerá de la forma del poema para extenderse sobre los antecedentes y circunstancias del objeto del canto o reducirlos o extenderse en los detalles, sin dejar de cumplir con ambas funciones.
Ayer falleció Eduardo Lizalde, una de las voces poéticas más poderosas en lengua española, sus virtudes y habilidades, lo que como lector de poesía le debo rebasan, por el momento, mi capacidad de escribir un homenaje coherente a este poeta enorme. A lo largo del día no he dejado de escuchar su voz en mi cabeza, para mí la escritura de Lizalde representa la conjugación perfecta entre una forma coloquial de cantar con una capacidad cultísima de contar, la tristeza no me da para desarrollar sobre el tema, sólo puedo invitar a leerlo, para compartir con el lector algo más que debo agradecer a este poeta, una vez que lo escuchas, encuentras la voz perfecta para la poesía, una que yo como lector me identifico.
Después de escuchar a Lizalde su voz se instaló en mi cabeza como la forma en que deben ser leídos algunos de los poemas con que más me identifico. No te abrumo más lector, mejor comparto cómo cuenta y canta el enormísimo tigre:
De El tigre en la casa:
Recuerdo que el amor era una blanda furia
no expresable en palabras.
y mismamente recuerdo
que el amor era un fiera lentísima:
mordía con sus colmillos de azúcar
y endulzaba el muñón al desprender el brazo.
Eso sí lo recuerdo.
Rey de las fieras,
jauría de flores carnívoras, ramo de tigres
era el amor, según recuerdo.
Recuerdo bien que los perros
se asustaban de verme,
que se erizaban de amor todas las perras
de sólo otear la aureola, oler el brillo de mi amor
—como si lo estuviera viendo—.
Lo recuerdo casi de memoria:
los muebles de madera
florecían al roce de mi mano,
me seguían como falderos
grandes y magros ríos,
y los árboles —aun no siendo frutales—
daban por dentro resentidos frutos amargos.
Recuerdo muy bien todo eso, amada,
ahora que las abejas
se derrumban a mi alrededor
con el buche cargado de excremento.
Charlie Brown en n la loma (Tango de otro viudo)
En la noche asesina, y solo en el montículo,
¡qué soledad a veces, Charlie, pavorosa!,
con casa llena,
y ya en la parte baja de la octava,
y tirando wild pitch —uno tras otro—,
salvaje, eterna soledad, de veras. Cósmica soledad del lanzador al centro del diamante.
Una mirada al fondo, de ratón acorralado:
toleteros veloces, atentos y enemigos
y tristes jardineros fraternales
a los que ciega el sol bajo las bardas.
Solar, nocturna jornada interminable.
Al frente, el bateador,
la noche arriba.
Lluevan, cielos,
derrúmbense las nieblas sobre el parque.
Viudo en la loma,
como bajo la ducha en esa infancia
que dejábamos ya, soñando en altas diosas
o primas ruborosas e imposibles,
y haciéndose una horrible,
deprimente puñeta
en la mañana,
¡qué soledad, de veras, Charlie!
—y falla el doble play, para acabarla—.
Coda. Nada que agregar, ya lo leíste, ahora tienes que escucharlo.
@aldan