
Mi hijo y yo esperamos con ansia el estreno de Lightyear, es nuestra siguiente salida al cine juntos, no fuimos a ver Doctor Strange en el Multiverso de la Locura porque él, que tiene 9 años, me dijo que la película no era apropiada para su edad, porque es clasificación B, y contenía mucha violencia.
Más que confiar en la clasificación de Doctor Strange, confié en el criterio de mi hijo. Ahora, cuando tenemos una cita para ver Lightyear, las buenas conciencias me indican que como padre debo estar atento a que en la película dos mujeres se besan, bueno, estoy preparado por si esa escena despierta alguna curiosidad en mi hijo, aunque lo dudo, no será la primera vez que vea a dos personas del mismo sexo besarse. Ya pasó y esto fue lo que le contesté:
En la calle, dos hombres se besan.
Mi hijo, un niño, pregunta qué están haciendo, le entrego la única respuesta posible, la única que para mí vale la pena: Se besan porque se aman.
Eso están haciendo esos dos hombres que se besan por la calle.
Después le podría explicar que es que se quieren, que se desean… pero al fin y al cabo es amor y amor es poder. Se besan porque pueden.
Eso contestaré si mi hijo me pregunta cuando veamos, al fin, esa escena en Lightyear.
A finales de la década de los 70, en 1979, el gran cronista José Joaquín Blanco publicó en el suplemento Sábado del periódico Uno Más Uno el texto Ojos que da pánico soñar, comenzaba así: “¿Alguna vez el lector se ha topado con algún puto por la calle? ¿Ha sentido su mirada fija; lo ha visto aproximarse a pedirle un cigarro, hacerle conversación, sugerirle…?”
De lo que trataba Ojos que da pánico soñar era de cómo hemos venido asumiendo la tolerancia, de cómo esa tolerancia, poco a poco, iba minando la subversión de ser distinto, pero finalizaba con una nota optimista, decía que al final no iban a importar las categorías de heterosexual y homosexual, sino que había una minoría joven que llevaba a cabo el acto sexual de una manera distinta, subversiva, donde lo que importaba eran las personas.
Hace unos días en un supermercado, me atendió un hombre de la tercera edad que iba maquillado, los labios pintados, con aretes, las uñas también pintadas, evidentemente su exterior era el de una mujer, su gafete decía “Vale”, ¿Valentín, Valentina? No lo sé, y francamente no importa, pero de lo que sí me di cuenta, después de pensar que debía felicitar al supermercado por esa “inclusión”, es que todos evitaban verlo. Vale, el empacador, a fin de cuentas estaba cumpliendo la labor de un cerillo, subempleado, una persona de la tercera edad que trabaja por lo mismo que un niño en las vacaciones, ni siquiera el salario mínimo; y lo que a Vale le importa es asistir a ese trabajo, todos los días, con su cabello teñido, labios y uñas pintados, para mostrarse al mundo de esa manera, Vale quiere ser reconocido por sí mismo, pero también se pinta para nosotros, y nosotros le retiramos la mirada, nosotros en ese afán de tolerancia, lo esquivamos, porque no vaya a ser que mostremos rechazo, o peor, asco o repulsión.
¿Qué le contestas a un niño, a tu hijo, del que eres responsable, por lo menos de las bases de la primera educación? No es que tengamos que tolerar al otro, tolerar significa reconocer la diferencia y aceptarla, ¿cómo le enseñas que todos son iguales?, que lo importante es que cuando dos se besan, son dos personas ejerciendo el poder del amor.
Coda. Un fragmento de Piedra de Sol de Octavio Paz:
amar es combatir, si dos se besan
el mundo cambia, encarnan los deseos,
el pensamiento encarna, brotan las alas
en las espaldas del esclavo, el mundo
es real y tangible, el vino es vino,
el pan vuelve a saber, el agua es agua,
amar es combatir, es abrir puertas,
dejar de ser fantasma con un número
a perpetua cadena condenado
por un amo sin rostro;
el mundo cambia
si dos se miran y se reconocen,
amar es desnudarse de los nombres:
@aldan