Hace mucho que dejé de disculparme por no asumir la tolerancia como un valor supremo, considero que quienes la presumen y exigen, en el fondo, disfrutan y se identifican con los actos de discriminación a los que los impulsan su ignorancia y fobias.
Tolerar, su primera definición, se relaciona con el sufrimiento, quien tolera “lleva con paciencia, sufre” el descubrimiento de la diferencia. Enseguida, se entiende, de acuerdo al diccionario de la RAE como “Permitir algo que no se tiene por lícito, sin aprobarlo expresamente”, de nueva cuenta, tiene que ver con algo que no aprobamos, que consideramos está mal, pero basta hacer la vista a un lado antes que intentar entenderlo. La tercera definición va sobre la resistencia a una medicina o alimento, otra vez, va ligado a la capacidad de soportar. Es hasta la cuarta acepción donde la Real Academia Española describe el acto de tolerar como “Respetar las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias”, incluso reducido a esa expresión, el término me provoca rechazo, me deja la sensación de estar siendo hipócrita, porque no dejo de ver la diferencia en que muchos encubren su discriminación como un acto de respeto.
Hasta hace no mucho, defendía mi derecho de usar como insulto las palabras puñal y maricón, en específico porque la Suprema Corte de Justicia de la Nación, en su papel del policía del lenguaje, decidió que su uso va más allá de la libertad de expresión, sigo creyendo que la ofensa homofóbica permanecerá mientras no se elimine el odio y que sólo se podrá erradicar a través de la educación, por eso he cambiado de opinión y ya no empleo esos insultos, porque no me puedo permitir heredárselos a mi hijo.
No importa lo que yo haya leído o vivido para defender mi derecho a llamar a alguien como maricón refiriéndome únicamente a su falta de coraje o valor, porque cuando lo aprendí, siempre, estuvo ligado a las preferencias sexuales, tuvo que pasar mucho tiempo para que dotara de esas características únicas al insulto y no se puede, ni se debe, cargar de esa responsabilidad a quienes dependen de nosotros.
No puedo obligar a mi hijo a la experiencia y lecturas que cargan un insulto de un valor preciso, por eso cuando usa un insulto homofóbico de inmediato lo detengo y le señalo las razones por las que emplear esa palabra está mal, así: mal. Porque lo primero que se hace es marcar una diferencia entre el otro y uno mismo. Con un machismo asumido, agredimos al otro por el simple hecho de que no tiene las mismas preferencias y gustos, el mismo principio de la tolerancia mal entendida, definir como contrario y soportar a quienes no son como nosotros.
No deseo para mi hijo, y para nadie, vivir en un mundo incapaz de reconocer que todos somos iguales y tenemos los mismos derechos, por eso empiezo con los míos por un camino distinto al que yo recorrí, no el de establecer la diferencia y vivir de acuerdo a etiquetas donde, a pesar de no coincidir, se debe callar por un falso respeto al otro, fingido porque parte del reconocimiento de que el otro no es igual, y esa mínima diferencia puede incidir en los derechos que son para todos, porque se inicia haciendo esa distinción, uno se coloca del lado de los que son “normales” y hace “bien” porque soporta a los diferentes.
Así como he dejado de emplear ciertos insultos, me he guardado también de la hipocresía de hacer la lista de mis “amigos gays”, nunca lo han sido por sus gustos o preferencias, son mis amigos y tienen un nombre, ese es el mundo que me gustaría para mi hijo, el de personas a las que amas por como te relacionas con ellos.
Coda. Hoy y todos los días, en la versión de Gloria Gaynor, por supuesto:
I am what I am
I don’t want praise I don’t want pity
I bang my own drum
Some think it’s noise I think it’s pretty
And so what if I love each sparkle and each bangle
Why not try to see things from a different angle
Your life is a shame til you can shout out
I am what I am
@aldan