Muchas muertes, pocas tumbas, y un mundo que se derrumba.
Mi planeta es un cochambre, no subastarán nuestra hambre.
Big Crunch – Nacho Vegas
Dentro de las muchas maneras que los humanos tenemos para organizarnos políticamente, la monarquía es una de las formas más grotescas, injustas, carentes de equidad, y arcaicas, de cuantas existen. Si bien es una forma histórica de gobierno, rastreable hasta unos tres mil años antes de nuestra era, es un modo político cuya existencia en la actualidad carece de sentido.
De acuerdo a Aristóteles, en su tipología clásica de las formas de gobierno, la monarquía podría entenderse como el gobierno “recto” en el que el poder reside en una sola persona; mientras que la tiranía es la degeneración de este modelo. Sin embargo, en la práctica, no ha habido un depositario único del poder, que no haya sido también un déspota.
La monarquía es una forma del poder en la que una dinastía, clan, o familia, representa simbólicamente al pueblo, al ser figura religiosa, de caudillaje militar, y depositario del poder soberano para administrar, legislar, y juzgar. Todas las monarquías tienen más o menos el mismo origen en el que convergen el comando del ejército y la representatividad de algún dios.
Así, en la historia, ha habido reyes, califas, señores feudales, tlatoanis, sultanes, shogunes, jeques, caudillos, que sustentan su poderío en el sometimiento político a los demás, tanto de su pueblo como de otras poblaciones; sea una dominación de carácter militar, económico, ideológico, o la combinación de éstas. Estas formas de sometimiento se consideran como algo propio del estadio pre civilizado.
Entendemos como civilización aquello cercano al ideal romano de la república, de la condición civitate; ciudadana. Esta noción de ciudadanía se empareja con el de la polis griega, en la que el kratos, el poder, lo detenta el demos; es decir, el pueblo. Así, las nociones del gobierno civil, republicano, y democrático, son lo opuesto al barbarismo del sometimiento monárquico.
Según Maquiavelo, esta forma de sometimiento puede ocurrir por: herencia, triunfo bélico, razones eclesiásticas; o la mezcla de éstas. Es decir, o un clan traslada el poder generacionalmente; o un clan derrota al grupo en el poder para hacerse con el trono; o la corona simboliza el reino de algún dios sobre la tierra; o la mezcla de estas condiciones.
Un claro ejemplo es el llamado “Derecho Divino de los Reyes”; un pretexto medieval para gobernar, basado en el presunto mandato del dios judeocristiano. Así, desde el medioevo, las coronas europeas han justificado su “derecho” al trono, representando a la presunta voluntad de un dios, solapados –por supuesto- por el papa en turno. Esto se multiplicó con los estados-nación protestantes.
Así, los gobernados han sido obligados a rendir vasallaje y obediencia al clan que posee la corona, con una legitimidad del poder dada por la tradición. Pero admitir esta forma de poder implica aceptar que una familia parásita tiene más valor que el resto de las personas. Esto se contrapone a cualquier valor de equidad, de justicia, y de democracia.
Peor aún. En la historia, muchas de las monarquías han sido imperiales; es decir, que conquistan y someten a otros pueblos al saqueo y a procesos colonialistas, sólo porque una familia parásita ostenta el poder, soportados por una clase social cortesana que tiene la capacidad de imponer un aparato de Estado sobre pueblos enteros. La monarquía es una vergüenza histórica.
Si una persona tiene más valor que otra, sólo por su apellido, su linaje, el clan del que proviene, o por los estamentos religiosos o militares; implica que su sociedad vive en el atraso y en la injusticia. La sola existencia del concepto de rey, de reina, de corona, o de “Casa Real” es algo ofensivo para todas y todos.
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