El mural social del Palacio de Gobierno (2)/ Imágenes de Aguascalientes - LJA Aguascalientes
27/03/2023

“Esta historia que hoy cuento no la entiende/el capataz de látigo y cantinas./Esta historia tampoco la comprende/quien nunca en los pulmones de las minas/bebió el frío y la sal de los metales /y se encontró en la noche de los túneles/los relámpagos tensos de las vetas/y los ojos insomnes del estaño.”

Esto escribió Víctor Sandoval en su texto “Lección de Historia Patria ante el mural del segundo patio de Aguascalientes, pintado por Oswaldo Barra”, en referencia a las imágenes que se encuentran entre el arco y el marco de cantera de la puerta de la izquierda.

Aguascalientes y su pasado minero… Como si el manantial que propició el asentamiento de los españoles e hizo florecer la tierra fuera nuestra madre, y el padre los metales ocultos en la Tierra, en Asientos, en Tepezalá, y más lejos, en Zacatecas. ¡Ellos nos sembraron aquí! ¡Aquí florecimos, alimentados por el orgullo de ser aguascalentenses y la savia de una tierra bondadosa!

Pero otros no tuvieron tanta suerte. Los indios, por el solo hecho de serlo, suben por la escalera cargando canastos llenos de mineral, ante la mirada torva del capataz de mano siempre dispuesta al golpe; atenta al castigo. El mineral es depositado a los pies de un ángel, que a su vez lo entrega a los aristócratas españoles, teniendo por testigo a los cerros de Altamira y San Juan, en la Sierra de Tepezalá, el seno metálico que se ofrenda a la codicia de los extranjeros. A espaldas del ángel yace un hombre cuyas manos están amarradas a un cepo. Tiene la espalda en carne viva y una parvada de negras aves parece a punto de posarse sobre ella, o de beber su sangre.

Encima del dintel está la aristocracia criolla; los que se dan buena vida a costa del trabajo de otros. Ellos reciben el mineral, que convierten en monedas, al tiempo que participan en una tertulia –dos mujeres que escuchan atentamente a un obispo mientras beben una taza de rico y espumoso chocolate. Otros españoles participan de un sarao, bailan o conversan, y una mujer parece hacerlo con un perro. Tienen como marco los principales templos, San Marcos, San Diego, La Merced, San José. A un lado están algunos de los principales personajes de la dominación española: Los virreyes Antonio de Mendoza y José de Iturrigaray y el rey barbaján; el indigno nieto de Carlos III, Fernando VII. Delante de todos ellos, y en un lugar destacado, está el prócer Francisco Primo Verdad y Ramos, que sostiene en la mano un papel en el que se lee: “la soberanía ha recaído en el Pueblo, 1808”.  En efecto, su muy alta civilización intentó la independencia de esas tierras de manera pacífica, esgrimiendo como arma la razón luminosa del derecho, sólo para encontrar la muerte en un  oscuro calabozo, a manera de pago por su osadía. Primo Verdad separa el pasado español del futuro mexicano. A su lado están las imágenes de doña Josefa Ortiz de Domínguez y doña Leona Vicario, Ignacio Allende, y desde luego el padre de la Patria, magnificado por el tamaño de la empresa que emprendió… Entonces en septiembre y en Dolores/el dolor de los hombres se hizo grito/y la mañana reventó en machetes./Hidalgo era una llama al infinito,/Morelos, la serena certidumbre./Los caudillos llegaron en septiembre/y levantaron a la muchedumbre”, proclama Víctor Sandoval, inspirado en las imágenes de Hidalgo, encendida expresión que incendia al país y golpea la cantera con su puño, y de Morelos, serenidad en los ojos, fuerza en el brazo para levantar un machete y arengar a los indios a marchar contra el enemigo que dispara sus fusiles.

Al lado del machete de Morelos está el nacimiento del departamento de Aguascalientes, en 1835. Un Antonio López de Santa Anna de gesto torvo entrega una paloma a María Luisa García Rojas, mujer de rostro níveo y dorada cabellera, esposa del jefe político Pedro García Rojas. La paloma lleva en el pico un listón en el que se lee “Libertad de Aguascalientes, conseguida de Zacatecas a precio de un beso. Con el brazo izquierdo Santa Anna apuñala al país, lo sangra para satisfacer la ilimitada voracidad imperial, encarnada en la garra de un animal brutal y terrible. Sobre esta parte del mural escribió Víctor Sandoval: “esta historia prosigue: la esperanza creció como una flor de libertades. Un día proclamamos la República y recobramos nuestras dignidades. Pero entonces Santa Anna con su máscara, con la cara más cara de la historia, cercenó el territorio y en sus manos murieron optimismos y alegrías y volvimos a ser los mexicanos los mismos defraudados de otros días. (Una garra extendida hacia el abierto corazón de la patria y en la lucha, nuestros jóvenes héroes derribados en las escalas de la clorofila. Chapultepec como pulmón herido acribillado en su actitud tranquila).”

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