El 28 de febrero de 2023, el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, dio a conocer que la empresa de autos eléctricos Tesla construirá su sexta gigafactory en Santa Catarina, Nuevo León. Dicho anuncio ha generado distintas reacciones entre la población y autoridades locales. Samuel García, gobernador de Nuevo León, ha enfatizado en redes sociales que la llegada de Tesla representa más que una inversión, pues simboliza el futuro y cómo se construirá un nuevo Nuevo León.
La sensación de euforia es entendible. Se estima que la llegada de Tesla represente aproximadamente 35,000 nuevos empleos, y se prevé que su llegada desencadene inversión pública que contribuirá al bienestar de la población. Tal es el caso del anuncio por parte del gobierno estatal de la construcción de un Hospital Regional del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) en Santa Catarina, con capacidad de 260 camas.
La euforia de la llegada de Tesla se da en vísperas de otro momento icónico de gran impacto: el tercer aniversario de la pandemia por Covid-19. De hecho, fue el 28 de febrero de 2020 que México anunció su primer caso de coronavirus. Para el 11 de marzo del mismo año, la Organización Mundial de la Salud (OMS) caracterizó la enfermedad por el coronavirus 2019 como una pandemia. La OMS estima que, desde entonces, más de 6.8 millones de personas en el mundo han muerto a causa del Covid-19. Más de 300,000 de estas muertes han ocurrido en México, posicionándolo en el quinto lugar mundial en fallecimientos, y el segundo lugar en América Latina. Además de las muertes, el impacto económico de la pandemia no se hizo esperar. En el caso de México, la caída del Producto Interno Bruto en 2020 fue del 8.2%, la mayor desde la Gran Depresión. El desempleo también se vio afectado, con pérdidas de poco más de 1.1 millones de empleos formales entre marzo y junio de 2020, de acuerdo a cifras del IMSS.
La pandemia ha profundizado las desigualdades existentes en nuestra sociedad, generando un mayor impacto en comunidades indígenas, familias de bajos ingresos, mujeres, niños y ancianos, así lo evidenció el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en su informe titulado “Desarrollo Humano y Covid-19 en México”. Asimismo, la pandemia puso de manifiesto el desigual acceso a los servicios básicos y la infraestructura necesaria para fomentar el bienestar social.
La pandemia nos recordó la necesidad de garantizar el acceso a espacios públicos dignos que reactiven la sana convivencia y la actividad económica en las comunidades aledañas. Nos recordó también la importancia de construir ciudades desde una escala humana en donde las personas se puedan desplazar de forma rápida y segura a centros de alimentos y servicios de salud, así como acceder a oportunidades de trabajo. Tras este panorama disruptivo, nos encontramos en un momento de inflexión para replantearnos de qué manera podemos asegurar un progreso justo y equitativo, y una oportunidad para explorar el potencial en nuestras ciudades para regenerar, más que reconstruir, nuestra sociedad.
Regenerar nuestra sociedad implica repensar nuestra relación a nivel individual, social y global para construir infraestructuras que garanticen el desarrollo pleno de todas y todos, en armonía con nuestro planeta. Es por esto que no se puede hablar de una reconstrucción social. La reconstrucción implica volver al status quo, a sistemas obsoletos que son causantes de las mismas desigualdades sociales que hoy enfrentamos.
Comunidades y organizaciones alrededor del mundo están examinando soluciones innovadoras y más justas que permitan el bienestar de todo ser vivo. En Ecuador se ha reconocido el derecho a que se respete la existencia integral de la Naturaleza, así como el mantenimiento y regeneración de sus ciclos vitales, estructura, funciones, y procesos evolutivos. Alrededor del mundo existe una red de alrededor de 275 comunidades en transición que buscan acelerar una transición hacia una economía de cero emisiones de dióxido de carbono. Mientras tanto, el Programa de las Naciones Unidas para los Asentamientos Humanos (ONU-Habitat) reconoce el importante rol del espacio público como generador de capital social y resiliencia en momentos de aislamiento, vulnerabilidad y desigualdad. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) ha presentado escenarios para fomentar el pensamiento crítico en la educación, una habilidad esencial para preparar a las generaciones a afrontar la incertidumbre de futuras pandemias a través del conocimiento. Por último, en Estados Unidos, la filantropía continúa invirtiendo en infraestructura social que contribuya al pleno potencial de los seres humanos. Todos estos esfuerzos nos muestran ejemplos de cómo podemos regenerar nuestra sociedad e ir más allá de fomentar simplemente avances tecnológicos para atrevernos a romper paradigmas establecidos. Estos ejemplos de acciones que se están generando en todo el mundo nos demuestran que la escala de retos que enfrentamos demandan soluciones sistémicas que generen transformaciones profundas que aseguren el bienestar social y la supervivencia de quienes habitamos el planeta.
En el caso de México, y en particular Nuevo León, si bien la llegada de Tesla generará nuevos empleos, y potencialmente, una transición hacia el uso de vehículos eléctricos, esto no resuelve dos cuestiones relacionadas con la posesión de capital: el acceso a esta tecnología y la posibilidad de cursar estudios para formar parte de la economía del conocimiento. Tampoco resuelve la cuestión de movilidad, pues, tal y como otras organizaciones lo han manifestado, un auto eléctrico implica una continuidad al paradigma del desarrollo urbano orientado al automóvil.
Para cerrar esta entrega, quiero recordar el trabajo del Thomas Homer-Dixon, Director del Cascade Institute, un centro de investigación canadiense enfocado en preparar a gobiernos, empresas, y sociedad civil a afrontar riesgos emergentes y ayudarles a desarrollar soluciones transformadoras hacia una prosperidad justa y sostenible. En su libro titulado The Ingenuity Gap: How Can We Solve the Problems of the Future? (La brecha del ingenio: ¿Cómo podemos resolver los problemas del futuro?), el autor hace referencia al ingenio como elemento vital para que una sociedad pueda afrontar los complejos retos de este siglo. Para Homer-Dixon, el ingenio consiste en las ideas aplicadas a resolver problemas de nuestro entorno físico y social. El autor identifica dos tipos de ingenio: social y técnico. El ingenio social involucra las relaciones sociales y la creación de instituciones. El ingenio técnico genera innovaciones tecnológicas y científicas. De acuerdo con Homer-Dixon, una crisis de ingenio se presenta cuando ocurre una escasez de ingenio. Esto limita la capacidad de una sociedad para afrontar sus retos. Resolver dicha crisis requiere que como sociedad seamos capaces de reconocer y remediar la arrogancia tecnológica y el triunfalismo que puede llegar a cegar a ciertos grupos y acentuar desigualdades sociales. Esto se logra enfocando el talento y optimismo de la comunidad en fomentar no solamente el ingenio tecnológico sino también el social. De este modo, los avances tecnológicos deben ir de la mano de políticas públicas innovadoras e instituciones audaces en miras a un futuro para todos los seres vivos.
Consultor en urbanismo regenerativo