Una vez más vuelvo a recurrir al texto Ética de la tierra, escrito por Aldo Leopold (1949), en el que textualmente señala “cada vez tenemos más educación ambiental y menos tierra”. Con esta frase lo que quiere indicar es que de nada sirve que las personas sepan más sobre algo, si no hacen nada al respecto y, específicamente, si ese conocimiento tiene que ver con cosas que están provocando un daño, en este caso al medio ambiente natural. Aldo Leopold es reconocido por el trabajo y esfuerzo que, como gestor gubernamental y académico, llevó a cabo para promover la creación de áreas naturales protegidas, reconocidas actualmente en Estados Unidos como Parques Nacionales. Visto su trabajo desde una óptica actual, se le valora como un visionario que se dio cuenta que de no restringirse la ambición empresarial ejercida por la agricultura, zonas industriales y el crecimiento de las ciudades, por su manera de depredar, acabarían con la tierra, es decir, los bosques, los pastizales e incluso el desierto, simultáneamente con todos los bienes naturales necesarios para la vida, tanto de nuestra especie como de todas las que habitan en los diversos ecosistemas, que bien pueden ser decenas o miles entre plantas, insectos, reptiles, anfibios, aves, mamíferos; sin dejar de incluir la tierra, el agua y el aire, elementos fundamentales para el soporte de la vida.
Para Leopold no era suficiente el saber, era necesario aplicar criterios éticos que guiaran estas acciones basándose en el respeto y valor ecosistémicos de ellas y no ver la naturaleza como un simple objeto del que puede obtenerse un mero beneficio económico. Esto no significaba para él no tocar la naturaleza, lo cual sería ilógico, sino hacer uso de ella racional y éticamente, comenzando con no tomar más de lo que se requiera y causar el menor daño posible, para ello aplicar técnicas de rehabilitación que conllevaran a la restauración de los sitios dañados y buscar siempre la sustentabilidad de las zonas donde nos asentamos los seres humanos.
Hoy podemos darnos cuenta que eso no sucedió y sigue sin suceder, ya que las grandes agrocorporaciones continúan haciendo de las suyas, comercializando fertilizantes, insecticidas y herbicidas cuyo impacto está erosionando la tierra, acabando con todo tipo de insectos y contaminando los acuíferos, superficiales y subterráneos. A esto hay que agregar que las ciudades no detienen su crecimiento horizontal y con ello exterminan amplias zonas naturales próximas a ellas, incluso a pesar de ser algunas de éstas áreas protegidas, pues empresas constructoras hacen de las suyas al amparo de la corrupción gubernamental que les otorga con beneplácito permisos para continuar con su labor depredadora. De manera similar, no se pone un freno al crecimiento y expansión de las empresas, por el contrario, se alienta a que vengan a crear campos de concentración laborales en los que se esclavice al personal con horarios inhumanos a cambio de un sueldo miserable, además, como es bien sabido, se les exime de pagar impuestos y no se vigilan sus emisiones contaminantes. A esto hay que agregar la falta de conciencia ciudadana en la generación de residuos, pues con gran preocupación vemos como crece exponencialmente la cantidad de basura en los contenedores, cada vez más llenos, y se culpa al personal de limpia de esto sin evaluar previamente que somos los ciudadanos los que generamos esas pilas de basura, 1,200 toneladas diariamente y en el periodo ferial anda cerca de las 1,700.
Me parece que lo dicho por Leopold sigue vigente y está más que comprobado que hoy, en esta segunda mitad del siglo XXI, a pesar de que estamos mejor informados del grave daño que como especie estamos causando al planeta, no hacemos nada para que esto cambie, por el contrario, se prefiere no saber para no sentir ninguna clase de remordimiento y continuar llevando una vida citadina de consumo y despilfarro habitual. Así las cosas hoy en día, tenemos más educación, menos tierra y más contaminación.