Quizá el término contemplar no sea el más adecuado para referirse a lo que debe uno hacer ante esta, o con esta exposición que vive sus últimos días en el Museo Espacio, con obra del artista sueco Johan Falkman, con poemas de Jennifer Clement y el propio Falkan.
Contemplar no; más bien confrontar, experimentar, dejarse envolver por esta obra provocadora, angustiante, obsesiva, alucinante. Enfrentarse a ella, pues, y luego dejar el museo como un vaso de barro recién salido del horno.
Contemplar no, porque me parece que este término contiene una buena dosis de pasividad. En cambio uno se ve obligado a asumir una posición de cara a las pinturas, fotografías y esculturas que repasan algunos pasajes bíblicos, al tiempo que mezclan la experiencia africana del artista.
En la soledad de la Tierra, el Demonio conversa Eva y le ofrece la fruta prohibida. En su “Gabinete para Adán, Eva y el diablo en el Jardín del Edén (paisaje KwaZulu-Natal)”, un óleo sobre tela en gabinete de madera, de la cual la imagen muestra un detalle, Falkan nos ofrece su visión de lo que en mi inútil opinión fue un momento fundacional de nuestra humanidad; por lo menos de la occidental y cristiana. Hablo de fundación vista desde una perspectiva cultural, y sobre todo emocional. Es el instante en que nació nuestra culpa, esa que arrastramos desde el principio de los tiempos.
Cada quien imagina a sus demonios, cada quien se tortura a su manera. Por cierto que esta caracterización del Demonio, sumada al busto “Serpiente”, también presente en la exposición, me recuerda la que realizó Francis Ford Coppola para el protagonista de su película “Drácula”. Por otra parte, aunque guardadas proporciones, tiempos y escuelas, por su expresión terrorífica, el Demonio de Falkan trajo a mi mente aquella otra, también terrible, que el pintor francés Alexandre Cabanel le dio a su “Àngel caído”.
La exposición estará vigente hasta el 1 de octubre. Felicitaciones, ampliaciones para esta columna, sugerencias y hasta quejas, diríjalas a [email protected].