La sentencia debería bastar, no por quien la enuncia si no porque la escritura de Cecilia Eudave se basta por sí misma, una vez que encuentra a su lector, falla cualquier intento por colocarla en un casillero, limitarla a un género. Su obra no requiere de intermediarios, escapa a las etiquetas con que el mercado intenta envolver un producto para hacerlo atractivo.
Cecilia Eudave deslumbra porque tiene una voz propia e inigualable, la suya es una escritura precisa, sin adornos inútiles, que invita al lector a demorarse en los detalles y cambiar su percepción del mundo iluminando los hechos con la luz de la distracción, en las historias que cuenta consigue dirigir la mirada a través de los diversos planos que consideramos forman la realidad para apreciar y aprehender los fenómenos heterogéneos de la que está hecha, descubrir en los intersticios aquello que explica lo que solemos llamar fantástico.
Libro tras libro, desde Técnicamente humanos, Registro de imposibles, Bestiaria vida, Para viajeros improbables, Microcolapsos hasta El verano de la serpiente lo que distingue a Cecilia Eudave como narradora es el absoluto compromiso con las historias y la forma en que estas pueden explicar el mundo sin imponer un punto de vista único, su escritura se cumple en la complicidad del lector. Su libro de cuentos más reciente, Al final del miedo (Editorial Páginas de espuma, 2021), no es la excepción a ese pacto que ha realizado con sus lectores.
El hilo conductor de Al final del miedo son las emociones que se viven durante el cierre de un ciclo y la incertidumbre que despierta lo que está por venir. Ocho historias interconectadas por la sensación de los personajes ante los acontecimientos finiseculares que los rodean y modifican. El conflicto externo, evidente, que se presenta en estos cuentos es la aparición y convivencia de estos personajes con los agujeros negros, motivo que en mayor o menor medida aparece en cada una de las historias y acompañan, el conflicto interno, el momento en que se toma una decisión y la vida de los personajes se transforma.
No creo exagerar al describir Al final del miedo como una maquinaria perfecta, el lector descubrirá las señales con que Cecilia Eudave ha estructurado este mundo no sólo con la presencia inquietante de los agujeros negros sino con el paso de los personajes de una historia a otra y la sugerencia de diversas relaciones entre ellos, cada cuento funciona de forma autónoma pero es el conjunto, el juego con la forma, la estructura, el tiempo y el lenguaje, lo que hace de este libro un gozo imprescindible.
Temo que mi entusiasmo, el deslumbramiento en que invariablemente me deja la escritura de Cecilia Eudave, impida transmitir el valor de Al final del miedo, no puedo escapar a la emoción de ver la apasionada inteligencia literaria con que se construye una realidad que estudia las relaciones humanas, explora el olvido, el desamor, el odio, la violencia íntima y el horror social, sin decantarse por la denuncia o la simple exhibición de los hechos. Temo también que en mi recomendación se note el conflicto que tengo ante la recepción de la obra de Cecilia Eudave, cuando se intenta encasillarla a un género, a un estilo, a una corriente, como para distinguirla del resto de la historia literaria. Cecilia Eudave no es una excepción, con su escritura, desde hace mucho, ha logrado establecerse al lado de otros autores indispensables, más allá de las etiquetas con que se le quiere constreñir, en mi biblioteca comparte sitio con Italo Calvino, Elena Garro, Georges Perec y Amparo Dávila, entre otros muchos escritores que siempre invitan a la relectura.
Esta es otra de las cualidades de la obra de Cecilia Eudave, al construir un mundo explica la realidad e invita a la relectura, no como una condena de regresar al texto para entenderlo, sino como una necesidad de volver a vivir la intensidad con que se revelan los misterios, es decir, dejando al lector la decisión final.
En una conferencia titulada Si te parece que este mundo es malo, tendrías que ver alguno de los otros, Philip K. Dick, intenta describir la confusión que permea su obra cuando se navega entre la alucinación y la realidad, el intento por distinguir lo real y verdadero del mundo de aquello que imaginamos, para explicar esta tensión señala que existen un número indefinido de mundos, superpuestos, y que las diferencias entre la percepción de uno y otro provenía tan sólo de la subjetividad de los diversos puntos de vista.
La confusión de esta explicación, no de su obra, es que Philip K. Dick intentó establecer una verdad única, una definición en la que cupieran todas las variantes del mundo, lo que no hace en sus libros y en lo que Cecilia Eudave se asemeja, las revelaciones del misterio, reitero, se comparten.
Tras leer Al final del miedo pensé en esta confusa explicación de Philip K. Dick y, sin saber por qué, cómo lo relaciono con un poema de Paul Eluard, El espejo de un instante (en versión de Octavio Paz)
El espejo de un instante
Disipa el día,
Muestra a los hombres las imágenes libres de la apariencia,
Retira a los hombres la posibilidad de distraerse,
Duro como la piedra,
La piedra informe,
La piedra del movimiento y de la vista
Su resplandor hiende las armaduras y las máscaras,
Lo que tomó la mano desdeña tomar la forma de la mano,
Lo que se comprendió ya no existe,
Se confundió el pájaro con el viento,
El cielo con su verdad,
El hombre con su realidad
Después de leer Al final del miedo, volvía a recordar a Philip K. Dick y Eluard, si sé por qué, Paul Eluard es el mismo poeta que alguna vez escribió “Hay otros mundos, pero todos están en este”, y sí hay muchos mundos, Cecilia Eudave lo sabe, los atisba, los escribe y nos los regala.
Gracias Cecilia.