CLARIVIDENCIAS - LJA Aguascalientes
09/11/2024

A las opulentas sociedades religiosas les es demasiado cómodo y eficaz adjetivar de “misterios” el cúmulo de acontecimientos fantásticos que se narran en la supuesta historia del “pueblo de Dios”, que explicarlos.

Dios es, ante todo, mágico pero lógico.

Les resultó exacto el fin derrotista, grotesco e inadmisible que tuvo el nazareno para inflamar hasta la saña su imagen sangrante con el objeto de, por inexplicables raíces, crear un absurdo sentimiento de culpa en la grey que, a estas alturas del tiempo cibernético y ordenador, le sigue lacerando una necesidad extraña de estar siempre pidiendo perdón… “Yo confieso”, “he pecado mucho”, “acusome padre”… “por mi culpa, por mi culpa, por mi grande culpa”… al tiempo que se golpea con el puño diestro a la altura del corazón…

En una noche llena de misterios, presagios terribles y agitación, el inteligente,  evolucionado y revolucionario hijo del modesto carpintero de Nazaret, por cierto a estas alturas del episodio desaparecido sin que nadie haya podido señalar su paradero, se juntó con aquellos doce vagos que  en locura le siguieron y solo se separaron de él cuando le vieron en peligro de muerte, para celebrar la Pascua, esto es, recrear y complacerse en el hecho de que un temerario y astuto Moisés haya tenido a bien concretar la merced de sacar a su pueblo de las garras de los endinos egipcios.

Luego de la cena, con pan y vino como tradicionalmente se había hecho por años, se supone que se fueron a un huerto lleno de olivos a orar. Y triste y lamentablemente a los periodistas –dígase evangelistas-, se les pasó escribir sobre los métodos de oración que Jesús, seguramente, enseñó a muchos, básicamente a sus discípulos; aquella técnica que él mismo aprendió en quien sabe que remotos sitios y con quien sabe que misteriosos personajes, de meditar hasta lograr levitar; el olvidarse del cuerpo, profundizar en el espíritu y ponerlo en contacto estrecho con Dios. No se confunda el rezar la única fórmula que heredó el nazareno, es decir, el Padre Nuestro, con el orar. Bueno es rezar, mejor es orar.

Y orando, mientras que indolentemente los otros once –Judas había ido a negociar su entrega traidora y barata-, se tiraron en brazos del dios de la pernoctación, llegaron los soldados a aprehenderlo. Gran miedo le tenían, pues arribaron al sitio en brumas, armados como si hayan ido a la guerra a pelear con fieras o espartanos adversarios. Espadas y cadenas al tamaño de sus miedos. Era menester, había agitado a todo un pueblo, lo había levantado contra las ventajosas, desiguales y chapuceras leyes que lo tenían sometido, había traído, demostrado y difundido nuevas ideas y nueva filosofía que bien podrían derrocar con mano de seda al régimen político y religioso imperante en aquellos días. Y los representantes de éste, ignorantes, mendigos de honradez, podridos y borrachos en su cómoda posición, fueron incapaces de refutarle con argumentos, razón e inteligencia, y les fue propicio el matarle de modo salvaje e inhumano como lo hacían con los más ordinarios delincuentes. Valla coraje despertó en los poderosos de entonces; y es milagro que no le hayan crucificado antes. Solo hay que reflexionar en lo que les dijo en su cara a los fariseos, escribas y doctores de la ley en una comida a la que fue expresamente invitado por uno de aquellos: “-¡Ay de ustedes, escribas y fariseos farsantes, que andan obsesionados y se ponen quisquillosos por el brillo de los platos y copas, mientras el interior de ustedes está lleno de inmundicia. Si un día Dios desgarrara el corazón de ustedes saldrían de él serpientes y escorpiones. En otro episodio de la misma reunión continúa: -Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que se parecen a esos monumentos funerarios hechos de mármol y otros materiales preciosos, cuyo esplendor deslumbra a los espectadores, pero adentro no hay más que descomposición, hediondez y carroña. Apasionado, sólido de carácter y entrado en gastos, siguió: -¡Ay de ustedes, escribas y fariseos fanáticos, que recorren el cielo, el mar y el aire en busca de un prosélito, y cuando lo han atrapado, lo abruman con sus casuísticas rabínicas, y lo convierten en un candidato ideal para la gehenna. Después de otras descargas verbales certeras y directas, los doctores le advirtieron: -Maestro, con tantos ataques también a nosotros nos hieres y ofendes. A lo que él rimpostó: -¡Ay de ustedes, doctores de la ley, que creen tener entre manos el monopolio del espíritu de Moisés, y creen también retener bien guardadas las llaves del castillo. En verdad les digo que las llaves de ustedes están oxidadas y llenas de herrumbre, y no pueden abrir ninguna puerta de las moradas interiores, donde ni ustedes mismos entran ni dejan entrar a otros ¡Hijos de serpientes y raza de víboras!  (Lc. 11, anteriores y siguientes).

De los presentes en el corrupto proceso del juicio, hoy pudiésemos decir “sumario”, las hojas de los supuestos “libros sagrados”, solo mencionan a Pedro y Juan. Que pena que ninguno de sus pretensos “incondicionales”, que incluso dejaron de trabajar por seguir sus huellas y propagar sus radicales  enseñanzas -terribles para el régimen de aquel momento y aún para el actual-, levantó la mano para defenderlo con argumentos ante el tibio tribunal y ante el implacable hato de hipócritas –fariseos, sacerdotes, doctores de la ley y otros tóxicos personajes que hoy son de idéntica laya pero que llevan otros nombres-; simplemente, quizás absorbidos por la atrabancada mancha humana que siguió el proceso, se limitaron a sufrir la mala suerte de su maestro y callar.

Es lacerante, doloroso, patético, absurdo, masoquista y ofensivo el recordar su tortura. La verdadera lección la dio en vida, con sus actos, parábolas, ejemplos y desparpajado comportamiento ante aquella sociedad tan llena de complejos, traumas, prohibiciones y psicosis colectivas.

Déjanos tu imagen fresca, de hombre fuerte, inteligente, incansable, denodado y firme y evítanos la pena de verte derrotado y encajado trágicamente en aquel madero tosco y despiadado. No había necesidad de ello. Ya con tu vida habías enseñado y redimido todo, enseñanza que hoy lamentablemente la mayoría no la comprendemos y otros las tuercen a sus conveniencias. Siguen torturando y sometiendo a “tu” pueblo los fariseos, escribas y doctores de la ley modernos… desde el analfabeto delegado de rancho, hasta el más encumbrado de los políticos en las grandes metrópolis, y ello ante la complacencia y complicidad de las organizaciones religiosas y sus dirigentes que se empeñan hasta ensañarse en difundir y  comercializar tu efigie sangrante en vez de practicar y revelar a calzón quitado tu verdadero mensaje… un mensaje, eso sí, devastador que a muchos tumbaría de las más lujosas sillas…


 

 


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