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domingo, diciembre 21, 2025

Está mal dicho, está bien dicho | ¿Cómo se dice? por: Aldo García Ávila

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Está mal dicho es uno de los juicios más recurrentes en nuestra lengua, pero ¿desde qué dice la lingüística acerca de estos juicios? Paradójicamente, quienes nos dedicamos a las ciencias del lenguaje lo último que nos interesa es saber si una palabra o frase está mal dicha o bien dicha; lo que en realidad nos interesa saber es cómo hablan las personas, porque ahí está la riqueza de una lengua, pues, al hablar, explotamos los recursos que nos ofrece la propia lengua para expresar de las formas más ingeniosas nuestras ideas, sentimientos, emociones, creatividad y todo lo que nos venga a la mente.

Los juicios bien dicho (correcto) y mal dicho (incorrecto) conviene entenderlos en interacción con otras dos categorías quizá más importantes: gramatical (que cumple con las reglas de la gramática) y agramatical (que rompe las reglas de la gramática).

Vamos por partes. Es muy difícil que una persona que domine el español incurra en agramaticalidades, precisamente porque domina su lengua. Claro, es normal que, de vez en cuando, un hablante de español —o de otra lengua— cometa errores inocentes (lapsus linguae) al hablar; sin embargo, esos pequeños errores estarán muy lejos de ser agramaticalidades graves.

Lo anterior nos lleva a otra pregunta: ¿dónde podemos ver las agramaticalidades de nuestra lengua? La respuesta es muy sencilla: en el proceso de aprendizaje del español de una persona extranjera, porque, como aún no lo domina, con frecuencia cometerá errores que rompen con las reglas de la gramática.

Para ejemplificar lo anterior, valgan las reglas de concordancia: en español, todos los modificadores del sustantivo deben concordar en género y número con el propio sustantivo. En palabras más sencillas: el adjetivo (que es uno de varios modificadores del sustantivo) debe concordar en género (masculino o femenino) y número (singular o plural) con el sustantivo. Entonces, frases como pantalón rojo o camisas blancas son gramaticales, porque cumplen las reglas gramaticales de concordancia; por el contrario, las frases pantalón roja o camisa blancas son agramaticales, porque rompen con dichas reglas. Por eso, nadie que domine el español diría algo como Yo quieres unos pantalón rojas; sin embargo, es una estructura que casi cualquier extranjero pronunciaría, porque apenas está aprendiendo nuestra lengua.

Más importante aún: las reglas gramaticales no están en los libros de gramática, por más contradictorio que esto parezca. Más bien, aprendemos las reglas gramaticales desde la infancia hasta que, poco a poco, las interiorizamos. Y este proceso es prácticamente imperceptible: basta con que una niña o un niño interactúe con un hablante que domine el español (u otra lengua), para que comience el proceso de adquisición. En todo caso, el trabajo que realizamos las y los lingüistas consiste en describir las lenguas para hacer visibles esas reglas que son imperceptibles y que, además, aplicamos de manera inconsciente. Por eso decía que la gramática de una lengua no está en los libros de gramática, sino en nuestra forma de hablar; en todo caso, un libro de gramática, digamos, del español es resultado del trabajo de hacer explícitas esas reglas gramaticales que no teníamos la menor idea que dominamos.

En términos muy generales, lo gramatical y lo agramatical se refiere a la estructura y el funcionamiento de una lengua, es decir, la manera en que se relacionan las palabras entre sí y la manera en que funcionan como resultado de esas relaciones. Para ponerlo en palabras sencillas, imagina que la gramática es como un salón de clases: hay grupos de personas que se llevan muy bien y hay otros que no, pero también hay gente que tiene la capacidad de interactuar eficazmente con esos grupos que se llevan muy mal entre sí. Las gramáticas son similares: el sustantivo y el adjetivo, por ejemplo, se llevan muy bien, pero las preposiciones y los adverbios solo se llevan bien en ciertas circunstancias; a ello habría que agregar algunos comportamientos muy singulares, porque los verbos conjugados no se llevan nada bien con los artículos (nótese lo que sucede en la oración Nosotros jugamos muy bien hoy, pero no El jugamos muy bien hoy); sin embargo, cuando el verbo se manifiesta en su forma de infinitivo, admite sin problemas el artículo (El amar es el cielo y la luz).

Cuando alguien pregunta si una palabra o una frase es correcta o incorrecta, la duda no se ubica en la dimensión de lo gramatical o agramatical, sino en el impacto social de la lengua. En otras palabras, lo que consideramos correcto o incorrecto está estrechamente vinculado con juicios sociales y de prestigio: si un grupo social con poder, mayoritario o de prestigio —valga la redundancia— manifiesta un gusto o inclinación hacia una frase o palabra, entonces se considerará correcta.

La inserción de una “s” en los verbos de la segunda persona del singular en su forma de pasado (comistes, dijsites, trabajastes, etc.) es el mejor ejemplo para ilustrar lo anterior, porque son totalmente gramaticales en el español, el problema es que ya cayeron en desuso; sin embargo, todo aquel que se precie de respetar la lengua de Cervantes tendría que admitir como válidas y correctas estas formas, precisamente porque es el propio Miguel de Cervantes Saavedra el que emplea estos verbos en sus obras literarias, al igual que autores como Francisco de Quevedo o Lope de Vega, solo por mencionar a dos figuras del siglo de oro español que, en palabras de algunos puristas, son ejemplo inequívoco de la pureza de nuestra lengua. El asunto es que consideramos como incorrectas estas formas verbales, porque la mayoría de las personas dejamos de utilizarlas, pero ello no significa que sean agramaticales o, pero aún, vulgares o nacas. En próximas columnas, ahondaremos en estos fenómenos, por ahora dejemos hasta aquí la discusión.

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