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domingo, diciembre 21, 2025

¡Uy! ¿Para eso? ¡Mejor nadota! | ¿Cómo se dice? por Aldo García Ávila  

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Si tienes la fortuna -o el disgusto (uno nunca sabe)- de recordar tus clases de español o de gramática, te acordarás de que, entre otras curiosidades, es posible organizar las clases de palabras (sustantivos, adjetivos, verbos, adverbios, etc.) en clases abiertas o clases cerradas, de acuerdo con su comportamiento morfológico.

Dicho de otro modo, en español, las palabras que pertenecen a una clase abierta es porque admiten modificaciones en cuanto su forma, lo que, a su vez, permite otras palabras. Así, por ejemplo, es posible conjugar el verbo hacer en sus diferentes tiempos: yo hago, tú haces, él hizo, ella ha hecho, nosotros haremos, nosotras habíamos hecho, ustedes harían, etc., pero también es posible crear nuevos significados al aplicar ciertos prefijos (rehacer, ‘volver a hacer’, o deshacer, ‘revertir la acción de hacer’) o sufijos (hacedor o hacendoso).

La diferencia entre un proceso y otro es importante, porque las conjugaciones son obligatorias para la concordancia, pues nadie que domine el español diría “Yo haremos” o “Tú hago”, es decir, el hecho de que tengamos que conjugar haremos o hago, depende de si queremos hablar de algo en singular o en plural, así como si se trata de una primera (yo, nosotras, nosotros), segunda (, ustedes) o tercera persona (él, ella, ellos, ellas). Por el contrario, al crear nuevos significados, también creamos nuevas palabras, en el sentido de que dicho significado no estaba presente en la palabra base o que sirve de punto de partida, es decir, el significado del verbo hacer es muy diferente del sustantivo hacedor, pues el primero es una acción dinámica, mientras que el segundo se refiere a una persona, cuyo oficio es hacer algo; ambas palabras, a su vez, son distintas del adjetivo hacendoso, que es un atributo que le damos a alguien que suele realizar muchas actividades al mismo tiempo.

El solo cambio de categoría gramatical (pasar de verbo a sustantivo, o bien, de verbo a adjetivo) es ya un indicio del cambio de significado, pero no es la única característica, pues el significado de hacer es igualmente diferente de rehacer o deshacer; no obstante, cuando conjugamos el verbo hacer, el significado es el mismo; solo cambia la persona (yo hago, haces), el número, (yo hago, nosotras hacemos), el tiempo (yo hice, haría, haré, había hecho, etc.), así como otras propiedades, como el modo o el aspecto verbales, que, por ahora, no abordaremos.

Como mencioné antes, los ejemplos descritos muestran cómo funcionan las clases abiertas de palabras. Una forma quizá más sencilla de aprenderlas consiste en que nosotros los hablantes podemos ampliarlas, a través del uso de prefijos y sufijos, mientras que las clases cerradas no admiten cambios en su forma ni en su significado. A diferencia de lo que observamos con el verbo hacer, como una clase abierta de palabras, las preposiciones (a, ante, cabe, con, contra, etc.) o la gran mayoría de los adverbios (no, , ayer, entre otros), solo por mencionar dos clases de palabras mayoritariamente cerradas, no admiten cambios en su forma.

Y digo la mayoría, porque, al menos en el español de México y de algunas otras regiones de Latinoamérica, hemos logrado hacer que ciertas clases de palabras cerradas sean más bien abiertas. En el español de México, por ejemplo, le ponemos sufijos apreciativos (-ito, –ote, –illo) prácticamente a cualquier clase de palabra: sustantivos, niñito; adjetivos, grandecito; verbos, llegandito; pronombres indefinidos, nadita, entre otras palabras. Por supuesto, en cada una de ellas, el sufijo apreciativo en turno provocará cambios de significado con características muy particulares y precisas.

Hace algunos pocos años, por ejemplo, se popularizó la forma “Mejor nadota”, en la que llama la atención que al pronombre indefinido nada, se le haya aplicado el sufijo aumentativo -ote, que también puede ser despreciativo, pues en adjetivos que se refieren a atributos típicamente humanos, más que modificar el tamaño, modifica la percepción del atributo. Así, alguien que se considere a sí mismo como una persona inteligente, difícilmente dirá que es una persona inteligentota, pues con la partícula –ote surge un significado despreciativo. En otras palabras, en inteligentote el atributo está muy lejos de ser grande y notable, sino que más bien está en tela de juicio e, incluso, es una forma sarcástica o irónica para decir que la persona no es inteligente.

Por lo tanto, la frase mejor nadota se emplea para expresar disgusto, rechazo o un profundo desprecio por algo, además con un toque de ironía o sarcasmo, como en este comentario que encontré en Facebook: “Yo una vez hice unas flores amarillas de papel y cartón, pero la persona me dijo ‘¡Ay, mejor nadota!’. Desde entonces ya ni me dan ganas de hacer manualidades”.

Finalmente, estos usos poco comunes (porque el pronombre indefinido nada, en estricto sentido no tendría por qué admitir el sufijo –ito, nadita, u –ote, nadota) nos muestran que los recursos lingüísticos de nuestra lengua están a nuestra entera disposición para decir con toda precisión eso que deseamos expresar, incluso si ello implica romper con una u otra regla gramatical. Si la palabra o la frase se vuelven lo suficientemente populares, aquello que rompía la regla, paradójicamente, se volverá una regla o, cuando menos, parte de la normalidad.

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