Pero no lo digo yo, sino el poeta Ramón López Velarde, en su texto “La conquista”, en su libro “El minutero”. Y dice: “Un día del último febrero, en que, con meros ojos de mexicano, dentro de las naves de Guadalupe, vi arder cera en los guantes, cera en los dedos de los niños, cera en el brazo del peón, cera en la viuda vergonzante, cera en la palma del oficinista, cera, en suma, en las manos abigarradas del Valle, persuadirme de que la médula de la patria es guadalupana”.
Sin duda la Virgen de Guadalupe encarna uno de los capítulos más interesantes de la construcción de la cultura mexicana, un capítulo en el que se va del escepticismo total, el debate entre los que creen en las apariciones y quienes las niegan, algunos eclesiásticos en este último bando, a la canonización de la imagen y consagración del país a su cuidado: Non fecit Taliter Omni Nationi -no ha hecho con otra nación algo igual-, proclamó el papa. Su arraigo llega a un grado tal, que chorrocientos millones de hombres y mujeres llevan ese nombre, solo o acompañado -por lo pronto yo tengo dos tías, dos primas y un compadre-. ¡Incluso más de algún ateo se declara guadalupano!
Uno de los capítulos de este proceso de construcción ideológica, que fue al mismo tiempo de la nacionalidad mexicana, lo encabezó el Padre de la Patria, el cura Miguel Hidalgo y Costilla, al tomar esta imagen y esgrimirla como bandera del movimiento.
La imagen muestra un detalle del escapulario que se dice perteneció al señor párroco del pueblo de Dolores, y que ahora es propiedad del Instituto Cultural de Aguascalientes. Hasta donde tengo conocimiento, no se tiene la certeza de la veracidad de la afirmación, pero un par de cosas sí son ciertas. En primer término, el hecho de que fue confeccionado hacia fines del siglo XVIII. La segunda es que indudablemente se trata de una obra de arte; basta fijarse en la delicadeza del bordado. (Felicitaciones, ampliaciones para esta columna, sugerencias y hasta quejas, diríjalas a [email protected]).