- Fátima Ruiz Velasco convirtió un momento difícil en una oportunidad de crecimiento
- Caprichito no solo busca ofrecer dulces, sino fomentar la convivencia y la autenticidad
- El emprendimiento ha evolucionado hasta consolidarse en distintos puntos de venta
Lo que inició como una pequeña venta de dulces durante la pandemia se convirtió en un emprendimiento consolidado que ha transformado la vida de su creadora, Fátima Ruiz Velasco Obregón. Caprichito no solo es una marca que endulza momentos con sus ricas gomitas, sino que también representa una historia de resiliencia, autenticidad y crecimiento personal.
“Caprichito es como mi hijo, le tengo mucho cariño porque nació en una etapa difícil de mi vida, cuando apenas podía levantarme de la cama”, comparte Fátima Ruiz Velasco y afirma que inició Caprichito en un momento de gran vulnerabilidad, pues había momentos en los que incluso no podía levantarse de la cama, pero la respuesta de sus clientes fueron el impulso que la llevó a continuar. Cada pedido significaba un motivo para ponerse en marcha, y con ello, la marca se convirtió en un motor de cambio personal.
Desde sus inicios, Caprichito pasó por varias transformaciones. Comenzó con botecitos de plástico, pero conforme Fátima se fue fortaleciendo, también lo hizo su negocio: “Cuando decidí darle un espacio y verlo diferente, cambié las bolsitas, me puse a diseñarlo y replantear la imagen de la marca. Fue cuando yo me levanté y entonces Caprichito se levantó también”, explica Fátima.
Hoy en día, la marca ha logrado llegar a distintos puntos de venta y se ha convertido en algo más que solo un producto. Para Fátima, cada empaque de Caprichito no solo es una golosina, sino una dosis de alegría que une a las personas: “Me ha ayudado a ser más social, a conectar con otros, a salir de mi zona de oscuridad. Antes no sabía cómo convivir y, de pronto, al llevar Caprichito a una reunión, la conversación se daba sola”, recuerda.
El crecimiento de la marca no se ha centrado únicamente en la imagen del producto, sino en su autenticidad. En este sentido, Fátima se ha mantenido fiel a la esencia de su proyecto, alejándose de estrategias comerciales basadas en la perfección visual y enfocándose más en la cercanía con sus clientes: “No se trata de vender con Photoshop y fotos perfectas, sino de compartir lo cotidiano, lo que Caprichito significa para mí y para quienes lo disfrutan”.
Después de varias veces en las que consideró abandonar el proyecto, Caprichito continúa en constante crecimiento: “Sé que son unos dulces muy buenos, pero lo que me mantiene en pie con Caprichito es lo que me ha permitido descubrir de mí misma”, concluye Fátima, con la certeza de que su emprendimiento es más que un negocio: es una historia de transformación.




