Como en la alegoría del vaso medio lleno o medio vacío, también habría dos posibilidades de interpretación de la oscuridad que se aprecia de cuando en cuando en algunas calles de la ciudad de mi vida, por ejemplo, en esta, Sierra de la Canela, en Bosques del Prado Norte.
El pesimista diría que es un fallo de los encargados de la prestación del servicio de alumbrado público, falta de atención, o falta de presupuesto, o falta de personal, o todas juntas o más, o menos, pero el hecho es que falta, y esto trae consigo, mínimo, la sensación de inseguridad, la posibilidad de un asalto en una calle oscura. Total, ya se sabe que de noche todos los gatos son pardos…
El optimista diría que es un signo de modernidad extrema, un gesto con una clara intención ambiental, porque en la guerra que hemos emprendido en contra de la naturaleza, uno de los frentes abiertos es el de la contaminación lumínica, que está a todo lo que da…
La naturaleza ha dispuesto que en el ciclo de la vida; de toda vida, se alternen las horas de luz y de oscuridad. Este hecho, generado por la rotación del planeta, ha determinado el desarrollo de todo ser viviente, su genética, su conformación, su conducta. Pero he aquí que, con la invención de la luz eléctrica, hemos incrementado sensiblemente las horas de luz, y con ello nuestra jornada, ahora sí que “hasta que el cuerpo aguante”. Gracias a ella el trabajo, la diversión, la actividad en casa, etc., trascendieron los límites de la luz natural y se adentraron en la noche, en alas de la luz artificial, para crear lo que cantó Frank Sinatra en su New York, New York: “la ciudad que nunca duerme”.
Entonces, algo inventado hace poco más de 120 años, alteró lo que vino ocurriendo durante miles de millones de años, ¡Miles de millones de años!…
Lo de menos es que cada vez veamos menos estrellas, que desde luego no es cualquier cosa, porque contemplar el espacio nocturno y sus luminarias nos ofrece la posibilidad de apreciar nuestra pequeñez extrema y quizá propiciar una pizca de humildad, tan necesaria para sobrevivir; quizá. Aquí, por ejemplo, gracias a esta oscuridad de la calle se aprecia claramente el planeta Venus y alguna estrella, muy probablemente aquella que tiene nombre de medicina para la gripe: Sadalmelik, es decir, Alfa Acuario. Pero lo demás es que alteramos los ciclos de vida de infinidad de especies animales, particularmente aves e insectos, que a la hora de sus desplazamientos nocturnos se ven perturbados por las luces artificiales.
Ignoro si alguien ha calculado la magnitud del daño, pensando sobre todo en aquellas especies fundamentales en la polinización de la vida vegetal, y que a su vez son alimento de otras especies, en una cadena infinita en la cual nosotros ocupamos un lugar que insistimos en negar.
Lo peor de todo es que la iluminación artificial es asumida como un signo de progreso, como la oscuridad lo es del atraso… ¿Iluminarse con velas?, ¡ni que fuéramos pobres!, etc.
La verdad es que necesitamos la oscuridad, para el descanso, el mantenimiento de los, digamos, niveles de nuestro cuerpo y espíritu; para la meditación, para la conversación, para la convivencia… Y podríamos vivir con ella… si mi abuelita tuviera ruedas, es decir, si fuéramos una sociedad más honesta y civilista; más respetuosa, porque por desgracia la oscuridad ofrece también un campo fértil para el desarrollo de la maldad; la violencia. Todo esto sin perder de vista los enormes costos de producción de energía eléctrica.
Así que, ¿con qué versión se queda usted?, la pesimista o la optimista… (Felicitaciones, ampliaciones para esta columna, sugerencias y hasta quejas, diríjalas a [email protected]).