La Columna J
Democracia ciega, sorda y muda. II
“Una papeleta de voto es más fuerte que una bala de un fusil” – Abraham Lincoln
Estimado lector de LJA.MX con el gusto de saludarle, le agradezco su atención y tiempo, decidí esta semana retomar un texto que había publicado con otra tesitura democrática. Ahora no es menor la reseña ante el proceso que se viene.
La democracia, según el diccionario, se define como una forma de organización social que atribuye la titularidad del poder al conjunto de la ciudadanía. En sentido estricto, es una estructura estatal donde las decisiones colectivas son adoptadas por el pueblo mediante mecanismos de participación que confieren legitimidad a sus representantes. Sin embargo, esta definición parece insuficiente para describir el ejercicio democrático en México.
Considero que las mayorías no siempre tienen la razón. En un concurso de debate en el que participé, una contendiente argumentaba con gran oratoria que las mayorías fueron las que votaron por Hitler y las que crucificaron a Jesús de Nazaret. Se dice que la verdad es relativa y que es cuestión de tiempo para discernir si una decisión fue correcta o incorrecta.
La historia política de México está llena de convulsiones, desde la fundación del PNR, ahora PRI, hasta el esfuerzo de Gómez Morín por crear un partido que proporcionara conciencia ciudadana. Después de 60 años, surgieron distintas organizaciones políticas, principalmente emanadas del PRI y de sectores sindicales. Como menciona John M. Ackerman, el PAN comenzó a ganar debido al hartazgo social hacia el PRI; tras dos sexenios, el PRI retomó el poder, ya que el PAN no logró consolidar el “sueño mexicano”. Los demás partidos son grupos con cotos de poder que, basados en su rentabilidad electoral, aseguran su permanencia en la palestra.
Datos recientes indican que, en el primer trimestre de 2024, la pobreza laboral en México se situó en 35.8%, reflejando que más de un tercio de la población no puede adquirir la canasta alimentaria con su ingreso laboral (CONEVAL). Además, más de 46 millones de personas viven en situación de pobreza (Gaceta UNAM).
Hoy México se enfrenta a un proceso inédito: la elección popular de jueces, magistrados y ministros del Poder Judicial, programada para el 1 de junio de 2025 (INE). Esta reforma, promulgada en septiembre de 2024, busca que los ciudadanos elijan directamente a sus autoridades judiciales. Sin embargo, este proceso ha generado controversia y debates sobre la independencia judicial y la preparación del electorado para tomar decisiones informadas en este ámbito.
Estamos ante una disyuntiva que puede marcar el futuro de la nación. Lo que está en juego no es menor: la independencia del Poder Judicial, el equilibrio de poderes y la garantía de que la justicia no se convierta en un instrumento político. No es casualidad que Platón desconfiara de la democracia. En La República, el filósofo griego argumentaba que gobernar es un arte que requiere sabiduría, y no todas las personas están capacitadas para tomar decisiones cruciales. Para él, la democracia degeneraba en una tiranía de la ignorancia, donde los demagogos seducían a las masas con promesas vacías y las decisiones se tomaban sin reflexión ni conocimiento.
Sin embargo, no podemos ignorar las palabras de Pericles en su Discurso Fúnebre, donde defendía la democracia ateniense diciendo: “Nuestro gobierno favorece a la mayoría en lugar de a la minoría; por eso se llama democracia. Si miramos las leyes, aseguran justicia para todos sin preferencias en la disputa privada; si miramos el mérito, el acceso a la función pública depende de la reputación de la capacidad, más que de la pertenencia a una clase social específica”.
Hoy más que nunca, la democracia mexicana enfrenta una prueba decisiva. ¿Será una democracia que valore la capacidad y el mérito en la designación de sus jueces, o una democracia ciega, sorda y muda que premie la lealtad política por encima de la justicia? La historia nos juzgará. La democracia ya no está hilvanada.
En un país donde la educación enfrenta desafíos significativos y la pobreza es prevalente, surge la inquietud sobre si la ciudadanía cuenta con las herramientas necesarias para ejercer un voto consciente y responsable en la elección de sus representantes, especialmente en el Poder Judicial. La democracia se vuelve ciega cuando la sociedad no logra ver más allá de las campañas, sorda cuando no escucha las necesidades de los más vulnerables y muda cuando no alza la voz para exigir justicia y rendición de cuentas.
Como reflexiona José Saramago en su obra Ensayo sobre la ceguera:
- “Creo que nos quedamos ciegos, creo que estamos ciegos, ciegos que ven, ciegos que, viendo, no ven”.
- “Dentro de nosotros hay algo que no tiene nombre, esa cosa es lo que somos”.
- “¿Por qué fue que nos cegamos? No lo sé, quizá un día lleguemos a saber la razón”.
Estas citas invitan a una introspección profunda sobre nuestra responsabilidad individual y colectiva en la construcción de una democracia auténtica y participativa. Si queremos una democracia que escuche, que vea y que hable, debemos empezar por educar, cuestionar y exigir. De lo contrario, seguiremos siendo gobernados por aquellos que explotan la ignorancia y el conformismo de las masas.