El arcoíris | Cuentos de la colonia surrealista por: Alfonso Díaz de la Cruz - LJA Aguascalientes
17/03/2025

Cuentos de la colonia surrealista

El arcoíris

Pocos días antes de que terminara el verano del 2022 cayó sobre la ciudad una llovizna suave. No fue la gran cosa, un ligero chipchip por aquí y otros por allá que apenas y sirvieron para ensuciar los autos recién lavados, levantar un calor húmedo e insoportable… Y nada más.

El problema se vino unos minutos después de terminada la llovizna, cuando se abrieron las nubes y un majestuoso arcoíris emergió de la sala de mi casa, desgarrando y rompiendo el techo y disparándose hacia el cielo anunciando el fin de la lluvia junto con la promesa -de acuerdo con la tradición- de una olla repleta de incontables monedas de oro al inicio -o al final, según la perspectiva- del arcoíris mismo.

Debido a ello, al poco tiempo, mi casa fue invadida por un sinfín de personas -primero los vecinos, aunque después se extendió la noticia entre sus conocidos y el resto de los habitantes de la ciudad- y de una pandilla de duendes irlandeses que clamaban como propia la olla de oro que, en efecto, existía y se encontraba enclavada en el medio de las ruinas de mi sala tras haber generado en ella un enorme cráter.

La verdad sea dicha, en un principio tampoco me importó mucho a mí el hecho de que tanto mi sala como el techo se encontraran destrozados. Frente a mí se presentaban cientos y cientos de monedas de oro que por derecho -“pues se encontraban en mi casa”- me pertenecían.

Sin embargo, no era el único que tenía la idea de la legitimidad de pertenencia de la olla y sus monedas y tanto los duendes -“las ollas del arcoíris siempre han sido de ellos”- como los vecinos y sus conocidos -“la olla y el oro cayeron del cielo, que es de todo”- se la adjudicaban como propia y en menos de lo que canta un gallo se armó la campal entre uno y otro bando.

No fue sino hasta que intervino el Gobierno Federal -cuyo argumento se basaba en que, de acuerdo con la Constitución, todo tesoro encontrado en el suelo o subsuelo del territorio nacional le pertenece a la Federación- que se resolvió la situación, expropiando las tierras donde se encontraba mi casa, expulsando por la fuerza a los ciudadanos, dando una jugosa indemnización a los duendes y una mísera compensación a mí que, sin olla ni sala ni casa, terminé marchándome a las Bahamas donde vivo desde entonces. Las cinco monedas de oro puro que logré tomar y guardar en mis bolsillos sin que nadie se diera cuenta fueron más que suficientes para comprarme una casa y vivir como rey todo este tiempo y me permitirán hacerlo durante algunos años más sin tener que preocuparme por nada en lo absoluto.

Pese a las lluvias que hay en el Caribe, no he tenido la fortuna -buena o mala- de que un arcoíris vuelva a irrumpir, con olla y monedas incluidas, en el centro de mi sala. 



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