La columna J
Sobre la soberbia
Estimado lector de este reconocido medio LJA.MX, con el gusto de saludarle como cada semana, quiero aprovechar esta ocasión para abordar un tema que un alumno puso sobre la mesa: la soberbia. Sin duda alguna, contemplar este pecado capital desde algunas aristas filosóficas permite indagar y abundar en un sentido de introspección, pues la soberbia es una expresión multiplicada del ego.
Existen muchos matices por los cuales el ser humano tiene ínfulas de grandeza, el porqué se cree superior a las demás especies. Desde la temprana concepción del humanismo y una narrativa que aduce que el ser humano es el centro de todo, bastó la opinión de Copérnico para señalar que no somos el centro del universo, Darwin dijo que no somos el centro de la evolución y Freud que no somos ni el centro de nosotros mismos. El punto es que esas narrativas se han extendido por miles de años, permeando en la acción comunicativa la idea de que somos seres especiales.
El discurso religioso, el cual refiere que Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, genera una identidad supra divina, una vinculación con lo más sagrado, y bajo ese talante, entonces, somos semidioses, arrojados a un paraíso para nosotros, pero un infierno para los demás seres vivos. Somos su condena.
La soberbia suele ser un caparazón que fustiga la esencia, una armadura que pervierte al intelecto. Dentro de la filosofía estoica, considerar a la soberbia como un enemigo natural del ser humano es un acto de reconocimiento, porque, independientemente de la fortaleza interna que las personas tengan, el ego siempre seduce y pervierte a quien se somete a una autoimagen engrandecida.
“Y, sin embargo, aquel arduo rabino / que era de Praga el celebrante princeps / llegó (según lo afirma la leyenda) / a configurarle un Golem con arcilla”.
La soberbia se aprecia en todo aquello en lo que el ser humano quiere trasladar su pretensión, ya sea en la política, con el síndrome de hubris, o en la economía, acuñando la moneda y ejerciendo presión social cuando es necesario reducir y aplastar.
La historia del Golem de Praga puede interpretarse como una metáfora de la soberbia humana, de la tentación de desafiar los límites impuestos por la naturaleza y el destino. Desde la perspectiva de la filosofía estoica, la soberbia es una forma de desorden del alma, un alejamiento de la virtud y de la comprensión del cosmos. Los estoicos, en especial Séneca y Marco Aurelio, advertían sobre los peligros de la hybris, esa arrogancia que lleva al hombre a creerse dueño del mundo, olvidando su lugar en el orden universal. El rabino de la leyenda, al crear un ser artificial, cae en la ilusión de dominar la vida, sin aceptar que hay fuerzas superiores a su entendimiento.
Para los estoicos, la sabiduría radica en aceptar el destino con serenidad, comprendiendo que hay aspectos de la existencia que escapan a nuestro control. El rabino, sin embargo, no se conforma con el límite natural del ser humano y decide transgredirlo, creyendo que su conocimiento le otorga un poder casi divino. Epicteto nos enseñó que la única verdadera libertad es aquella que nace de la aceptación del orden del universo, de no resistirse a lo inevitable. Pero la soberbia lleva al rabino a querer imponer su voluntad sobre la naturaleza, sin comprender que su creación estará siempre marcada por la imperfección y la falta de esencia.
El Golem, en su torpeza y limitación, simboliza la paradoja de la soberbia humana: cuanto más intentamos elevarnos por encima de nuestra condición, más evidenciamos nuestra fragilidad. Marco Aurelio decía que el hombre sabio debe recordar constantemente su propia finitud y no dejarse arrastrar por la ilusión de la grandeza. El rabino, en cambio, no se detiene a reflexionar sobre las consecuencias de su acto, y su criatura, lejos de ser una manifestación de perfección, se convierte en una carga, en un recordatorio de los límites que intentó desafiar.
La filosofía estoica nos enseña que el verdadero poder no radica en la creación ni en el dominio sobre los demás, sino en la autodisciplina y en el conocimiento de uno mismo. El rabino, cegado por su propia ambición, olvida que la virtud no consiste en jugar a ser Dios, sino en vivir de acuerdo con la naturaleza y en armonía con la razón. La historia del Golem nos deja una lección estoica esencial: la soberbia es el camino de la insatisfacción y la caída, mientras que la humildad y la aceptación del destino son las verdaderas fuentes de la tranquilidad del alma.
Leamos a Borges, leamos a los estoicos. La vida pasa y se esfuma; sería muy torpe vivir sosegado bajo la sombra de la soberbia.
In silentio mei verba, la palabra es poder.