Donald Trump lo hizo de nuevo. En su afán por “hacer a América grande otra vez”, el presidente de Estados Unidos decidió que la mejor forma de demostrar su amor por el libre comercio era aplastarlo con un arancel del 25% sobre las importaciones provenientes de México y Canadá. La decisión, que entró en vigor a las 12:01 EST del 4 de marzo de 2025, generó un terremoto en los mercados, irritó a sus socios comerciales y, como era de esperarse, desató una guerra comercial que promete ser inolvidable.
Trump justificó la medida con su argumento favorito: la lucha contra el fentanilo y la seguridad fronteriza. Sin embargo, en una muestra de honestidad poco habitual, también dejó claro que el verdadero objetivo era obligar a México y Canadá a trasladar su producción a Estados Unidos. “Lo que tienen que hacer es construir sus plantas de automóviles, francamente, y otras cosas en Estados Unidos, en cuyo caso no habría aranceles”, declaró sin un atisbo de ironía en la Casa Blanca. Porque, por supuesto, obligar a las empresas a trasladarse con impuestos descomunales es lo mismo que fomentar la inversión.
El caos en los mercados y la respuesta de los afectados
La reacción de los mercados no se hizo esperar. Wall Street sufrió su peor caída del año, con el Nasdaq desplomándose un 2.6% y el S&P 500 retrocediendo un 1.8%. El peso mexicano y el dólar canadiense también se vieron golpeados, como si sus respectivas economías hubieran sido atropelladas por un tráiler con el logo de “America First” en los costados.
México y Canadá, sin margen de negociación según Trump, no se quedaron de brazos cruzados. Canadá, por ejemplo, respondió con la misma cortesía: aranceles del 25% a productos estadounidenses por un valor de 155 mil millones de dólares. El primer ministro Justin Trudeau fue contundente: “Si los aranceles estadounidenses entran en vigor esta noche, Canadá responderá inmediatamente”. México, en cambio, optó por un enfoque más diplomático. La presidenta Claudia Sheinbaum había mantenido la esperanza de que una llamada de última hora con Trump lograra una prórroga, pero parece que el teléfono de la Casa Blanca tenía activado el modo “No molestar”.
Las exenciones de aranceles: un alivio para la caridad y los cinéfilos
No todo está perdido. La administración Trump tuvo un gesto de magnanimidad y decidió exentar de los aranceles ciertos productos esenciales, como donaciones humanitarias y materiales informativos. Así que, mientras los consumidores estadounidenses pagarán más por los alimentos y los autos, las películas, las revistas y las microfichas seguirán cruzando la frontera sin problemas. Un alivio para los académicos y los coleccionistas de vinilos, pero no tanto para las industrias que dependen de las cadenas de suministro norteamericanas.
Por otro lado, en el caso de Canadá, los aranceles también aplican al sector energético, aunque con una “oferta especial”: un 10% sobre petróleo, gas y otros recursos naturales, porque nada dice “independencia energética” como encarecer las importaciones mientras la producción local sigue sin satisfacer la demanda.
¿Proteccionismo o sabotaje económico?
La lógica económica detrás de la decisión de Trump es, cuanto menos, cuestionable. Estados Unidos mantiene un déficit comercial con México, Canadá y China, lo cual, según la Casa Blanca, justifica estos aranceles. Pero la realidad es que estos impuestos terminarán afectando a las empresas y consumidores estadounidenses tanto como a sus vecinos.
Los efectos negativos ya se sienten: los costos de bienes de equipo, materias primas y productos de consumo aumentarán, lo que podría acelerar la inflación y ralentizar el crecimiento económico de Estados Unidos. Incluso el legendario inversor Warren Buffett calificó la medida como “un acto de guerra” económica. La Reserva Federal de Atlanta, por su parte, advirtió que la economía estadounidense podría contraerse en el primer trimestre del año. ¿Resultado? Un tiro en el pie con balas arancelarias.
Un patrón de comportamiento: la guerra comercial sin fin
Esta no es la primera vez que Trump utiliza los aranceles como un garrote diplomático. Durante su primer mandato, inició una guerra comercial con China que aún deja secuelas, y ahora parece decidido a repetir la historia con sus aliados más cercanos. Canadá y México lograron retrasar la implementación de los aranceles en febrero al hacer concesiones sobre seguridad fronteriza y tráfico de drogas, pero quedó claro que nunca hubo suficiente que pudieran ofrecer para detener la tempestad.
China, por su parte, tampoco se quedó callada. Pekín ya prometió represalias comerciales y se espera que apunte a los productos agrícolas estadounidenses. En otras palabras, los agricultores estadounidenses —una de las bases electorales de Trump— podrían terminar pagando el precio de su guerra comercial.
¿Y ahora qué?
La gran incógnita es cuánto tiempo durará esta escalada de medidas proteccionistas. Canadá ya anunció que sus aranceles estarán vigentes hasta que Estados Unidos retire los suyos, y México, aunque no ha revelado su respuesta oficial, seguramente implementará medidas similares. Mientras tanto, los consumidores de ambos lados de la frontera deberán prepararse para precios más altos y menos estabilidad económica.
Si algo ha demostrado Trump es que su visión del comercio internacional se basa más en eslóganes de campaña que en principios económicos sólidos. La idea de que los aranceles fortalecerán la industria estadounidense ignora décadas de evidencia en contra. Pero, ¿a quién le importa la economía cuando se puede ganar votos con discursos de confrontación?
Lo cierto es que, al menos por ahora, Norteamérica ha dejado de ser una zona de libre comercio. Y lo peor es que esto parece ser solo el principio.
Vía Tercera Vía




