Si alguien pensó que la diplomacia económica entre Estados Unidos y Canadá seguiría la lógica tradicional, claramente no ha estado prestando atención a Donald Trump. En su más reciente episodio de política exterior “Made for TV”, el presidente estadounidense decidió duplicar los aranceles al acero y al aluminio canadiense hasta un 50%, en respuesta a la tarifa del 25% que Ontario impuso a la electricidad destinada a EE.UU. ¿Represalias comerciales o un capítulo nuevo en la serie de despropósitos económicos?
El gobernador de Ontario, Doug Ford, abrió el fuego con su arancel eléctrico, aparentemente sin prever que estaba desafiando al maestro de la represalia impulsiva. Trump no tardó en contraatacar con su habitual estrategia: una publicación en Truth Social, en mayúsculas y con exclamaciones, anunciando la subida de aranceles y acusando a Canadá de ser una de las “naciones con más altos aranceles en cualquier parte del mundo”. Porque, claro, nadie impone aranceles mejor que Trump.
Pero la historia no se detiene ahí. La amenaza de aranceles no se limita al acero y el aluminio. Si Canadá no cede, Trump ha advertido que podría cerrar “permanentemente el negocio de fabricación de automóviles en Canadá” imponiendo un nuevo paquete de aranceles a partir del 2 de abril. Al parecer, destruir industrias enteras es ahora una estrategia comercial válida.
Mientras tanto, Wall Street reaccionó como cabría esperar: con una caída en los principales índices. El Dow Jones perdió casi un 1.3%, el S&P 500 retrocedió un 0.64% y el Nasdaq se desplomó un 0.9%, lo que demuestra que los mercados no comparten el entusiasmo del presidente por su nueva ola proteccionista. Incluso Goldman Sachs ajustó su previsión de crecimiento de EE.UU. a la baja, sugiriendo que estas medidas podrían estar empujando a la economía hacia la recesión.
Pero, por supuesto, Trump tenía una “solución” aún más creativa bajo la manga. Si los aranceles no son suficientes para doblegar a Canadá, ¿por qué no simplemente anexionarlo? En un tono que mezcla la burla con una propuesta de política exterior digna de una película distópica, Trump sugirió que Canadá debería convertirse en el “Estado 51” de la Unión. Según él, esto resolvería mágicamente todos los problemas arancelarios y haría que “todo lo demás desapareciera completamente”. Al parecer, el proteccionismo ahora viene con un anexo territorial.
Desde el otro lado de la frontera, la respuesta canadiense no ha sido de sumisión. El primer ministro entrante, Mark Carney, prometió defender “el estilo de vida canadiense”, lo que suena a un eufemismo para “no vamos a dejarnos pisotear”. Mientras tanto, Doug Ford insinuó que si EE.UU. sigue subiendo los aranceles, Canadá podría cortar por completo el suministro eléctrico. Porque nada dice “relaciones bilaterales saludables” como jugar a la ruleta rusa con la energía.
Lo que queda claro es que esta disputa ha escalado rápidamente de una diferencia sobre tarifas eléctricas a un choque de nacionalismos económicos con consecuencias reales. Trump está apostando fuerte a su narrativa de “Estados Unidos primero”, pero el precio de esta estrategia se está sintiendo en los mercados, en las industrias manufactureras y, eventualmente, en los bolsillos de los consumidores.
A medida que nos acercamos a abril, la pregunta no es si la situación se calmará, sino hasta qué punto Trump está dispuesto a escalar el conflicto. ¿Veremos aranceles a productos agrícolas? ¿Habrá nuevas amenazas sobre el T-MEC? ¿O el próximo capítulo incluirá un referéndum improvisado en Canadá sobre la anexión a EE.UU.? En la era Trump, cualquier guion es posible.




