Hay males modernos que no llegan en caballo, sino en pantallas. Según el oftalmólogo Francisco Javier Fernández Perianes, los dispositivos móviles no solo vienen cargados de likes, sino también de miopía infantil. Sí, el uso excesivo de celulares y tabletas estaría duplicando el número de niños con problemas de visión lejana. Y aunque parezca exagerado, no lo es: el diagnóstico no viene de una cadena de WhatsApp, sino de clínicas y estadísticas.
El fenómeno empieza a notarse a edades tan tempranas como los seis o siete años, cuando los menores –entrenados para mirar la vida a 20 centímetros– desarrollan una visión a largo plazo tan funcional como la batería de un celular viejo. El exceso de enfoque cercano impide que el ojo se forme correctamente para ver de lejos. Resultado: enrojecimiento, visión borrosa, dolor de cabeza, y ese clásico parpadeo frenético que ya no se debe a la emoción por ver caricaturas, sino al ardor en los ojos.
La causa es clara, o más bien, cegadora: la luz intensa de los dispositivos. “Están emitiendo una luz potente en un ojo inmaduro”, advierte Fernández Perianes. Y aunque suene a guion de Black Mirror, la solución no pasa por filtros de Instagram, sino por frenar en seco el uso de pantallas. La recomendación es tan clara como impopular: cero pantallas antes de los tres años y un control severo hasta los 16. Además, preferir dispositivos analógicos, sin conexión, como si estuviéramos en pleno 1995.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) respalda esta cruzada, junto con sociedades pediátricas y oftalmológicas. Porque esto no es solo un tema de salud ocular: los móviles también alteran el sueño, frenan la socialización y ralentizan el desarrollo cognitivo. Vamos, que ver un TikTok puede ser más dañino que comerse una caja entera de cereales azucarados. Y con menos nutrientes.
El tratamiento, por ahora, es limitado. Solo gafas. Las cirugías refractivas están descartadas hasta que el ojo complete su desarrollo, entre los 20 y 21 años. Mientras tanto, si el menor se queja de la vista, hay que dejar el celular y correr –literalmente, si hace falta– al oftalmólogo. El mismo que dirá que, además de lentes, conviene usar lágrimas artificiales, buena iluminación y evitar reflejos.
Y aunque suene apocalíptico, el pronóstico no es alentador. Si no se toman medidas ya, Fernández Perianes advierte que nos enfrentaremos a una generación con problemas visuales tan graves como evitables. Una distopía sin robots, pero con lentes de aumento a los ocho años.
Mientras tanto, algunos países como Francia o Suecia ya vetaron los celulares en las aulas, según datos de la UNESCO. En total, 79 países han entendido lo que muchas madres gritan en vano: “¡Ya suelta ese teléfono!”. Y no es por gritar, es porque tienen razón.
En resumen, no es que los celulares “hagan daño” porque lo diga un adulto nostálgico de los tiempos del Nokia. Es que el ojo humano, como todo en biología, evoluciona a su ritmo. Y ese ritmo no incluye ver videos de gatitos a 10 centímetros durante tres horas seguidas. Ni aunque sean graciosos.




