El gobierno de Colombia ha declarado emergencia sanitaria y económica por un brote de fiebre amarilla que ya suma al menos 74 casos confirmados y 34 muertes, según las cifras más recientes del Ministerio de Salud. Se trata del evento más grave relacionado con este virus en más de veinte años en el país. El epicentro está en el departamento del Tolima, donde los contagios se han disparado desde septiembre de 2024.
La fiebre amarilla es una enfermedad viral hemorrágica, endémica en América Latina y transmitida por mosquitos, principalmente del género Aedes. El virus genera síntomas que van desde fiebre, vómito y dolores musculares hasta daño hepático y renal en su fase más grave, con una letalidad del 50 % en casos complicados.
El presidente Gustavo Petro ha atribuido el aumento de la incidencia a la crisis climática. Las altas temperaturas están permitiendo que los mosquitos vectores asciendan a zonas templadas e incluso urbanas, antes consideradas fuera de riesgo, como Bogotá. Este fenómeno, sumado a la tala ilegal y la intervención humana en zonas selváticas, ha ampliado la geografía de contagios, lo cual también ha sido advertido por la Organización Panamericana de la Salud (OPS) desde 2023.
El Instituto Nacional de Salud detalló que la mayoría de los casos se concentran en zonas rurales y selváticas del Tolima, donde antes solo se reportaban contagios esporádicos. La semana pasada, autoridades locales decretaron estado de desastre sanitario.
En respuesta, el Gobierno ha movilizado a más de 80,000 profesionales de salud para fortalecer la vacunación, estrategia que se considera la herramienta más eficaz de prevención. La inmunización está disponible desde los nueve meses de edad y confiere protección de por vida con una sola dosis. A la fecha, casi 8,000 adultos mayores han sido vacunados, y se exige el carné de inmunización a quienes ingresen o salgan del país.
Si bien hasta ahora no se han registrado contagios en zonas urbanas, el riesgo latente es alto. Petro advirtió que la densidad poblacional en las ciudades podría multiplicar el impacto si el mosquito llega a establecerse en entornos urbanos. La OMS coincide en que, sin control, la fiebre amarilla puede convertirse en una amenaza sanitaria de escala global.
El desafío no es solo médico, sino ambiental y político. La respuesta institucional será clave para contener un brote que evidencia cómo el cambio climático y el abandono estructural de la salud pública pueden convertir un virus endémico en una emergencia nacional.




