Bajo presión
Diccionario de la obediencia
El oficialismo no requiere reformar ninguna ley para evidenciarse como el régimen autoritario que es, que intenta controlar la opinión de sus ciudadanos y, cuando muestran alguna inconformidad, censurarlo; para eso el gobierno tiene un escuadrón de voceros que manipula la conversación pública para que se alinee a la realidad que siempre deja bien parado al gobierno.
Las prácticas inquisitoriales del morenaje están de nuevo en la discusión pública por el intento de reforma a la Ley Federal en Materia de Telecomunicaciones y Radiodifusión. Es indispensable recordar que todo inició a partir de la difusión de un spot del gobierno de los Estados Unidos en el que se denigraba a los mexicanos y la promesa del gobierno nacional de actuar para evitar que estos mensajes se repitan. La respuesta del gobierno federal, no fue un reclamo a los Estados Unidos empleando los canales diplomáticos, sino el anuncio de una iniciativa de ley.
Diferentes organizaciones de la sociedad civil señalaron los riesgos para los derechos a la libertad de expresión, la privacidad y la seguridad de las personas, si se aprueba como está la Ley en Materia de Telecomunicaciones y Radiodifusión. En la conferencia matutina, se le informó a la presidenta Sheinbaum sobre las facultades que el Artículo 109 otorgaba a la Agencia de Transformación Digital y Telecomunicaciones para, sin una orden judicial, bloquear plataformas digitales, cuando sea solicitado por las autoridades competentes, que no están definidas.
La presidenta Sheinbaum negó que su gobierno ejerza la censura, sobre el Artículo 109 refirió: “ese artículo en particular tiene que modificarse para quedar claro o eliminarse, ese no es el objetivo de la ley. Si crea confusión y se piensa que es para censurar, nunca ha sido el objetivo y, en todo caso, que se quite el artículo, se modifique la redacción, para que quede absolutamente claro que el gobierno de México no va a censurar absolutamente a nadie y menos lo que se publique en plataformas digitales”.
En 1984 de George Orwell, Oceanía es un régimen totalitario y dictatorial que se caracteriza por tener un control absoluto sobre todos los aspectos de la vida de sus ciudadanos, incluyendo la información, el pensamiento, la comunicación y la historia. El partido que gobierna utiliza la propaganda y la vigilancia para mantenerse en el poder. Cuando se emplea la novela de Orwell para criticar las prácticas gubernamentales que atentan contra los derechos de los ciudadanos, se suele referir el Big Brother, la vigilancia, las cámaras, el ojo omnipresente que observa desde una pantalla que no podemos apagar, ese futuro que Orwell imaginó dónde mirar y ser mirado era un asunto de supervivencia, donde la intimidad era un crimen del pensamiento.
Pero la verdadera maquinaria de control que describe 1984 no son los ojos del Big Brother, es la neolengua, un idioma de laboratorio que realiza una poda brutal al lenguaje para limitarlo y así influir en los ciudadanos de Oceanía. La estrategia principal del Partido radica en limitar las palabras, en 1984, no basta con vigilar lo que dices: hay que impedir que siquiera puedas pensar aquello que podría incomodar al poder.
Cada nueva edición del Diccionario de neolengua reduce el número de palabras, elimina matices, borra conceptos incómodos. Si no hay palabra para “libertad”, entonces no habrá pensamiento de libertad. Si el lenguaje no permite expresar una crítica, la crítica misma desaparece. La neolengua no es solo una herramienta de comunicación; es un instrumento de dominación mental.
Orwell, que sabía de dictaduras y de traiciones, entendió lo esencial: el tamaño de nuestras palabras determina el tamaño de nuestra libertad, así, si “libertad” desaparece del diccionario, la idea de ser libre se vuelve ininteligible, absurda, impronunciable. En cada nueva edición del Diccionario que genera el partido es mayor la amputación al lenguaje, menos palabras, menos pensamientos, menos rebeliones.
Para Morena, en México, no hacen falta cámaras en cada casa, ni un rostro gigante en cada muro. Basta las frases hechas de limitado lenguaje morenita, las etiquetas que usan para borrar cualquier crítica: “Conservadores”, “neoliberales”, “adversarios”.
Cada vez que un cuestionamiento legítimo se reduce a un insulto de manual, cada vez que se descalifica al disidente sin escucharlo, el lenguaje se hace un poco más pequeño, y con el lenguaje encogido, también encoge nuestra capacidad de disentir, de imaginar, de construir algo distinto.
No es que vayamos directo a 1984. Las vocerías del morenaje ya juegan con esas reglas, llamando “pueblo” solo a quien aplaude, llamando “traidor” a quien pregunta. Reescribiendo el pequeño diccionario de la obediencia.
Orwell no escribió una advertencia sobre el futuro: escribió el manual de instrucciones del vocero morenita. Uno que los voceros subrayan, memorizan y cumplen al pie de la letra ante las cámaras y micrófonos de los medios que intentan armar debates.
No importa que la presidenta haya aceptado que el Artículo 109 pueda ser malinterpretado y sugiriera su eliminación si llegaba a considerarse censura, quienes hablan en su nombre son capaces de corregirla de acuerdo al Diccionario de la obediencia, como el diputado Arturo Ávila, especialista en la neolengua morenita, quien destacó la iniciativa de reforma de la Ley Federal en Materia de Telecomunicaciones y Radiodifusión así: “Claudia Sheinbaum y su compromiso con la libertad de expresión. Con esta reforma, México avanza hacia una transformación profunda en materia de telecomunicaciones, priorizando a quienes han estado históricamente excluidos”, se vacía de sentido el debate público para reducirlo a la lisonja que anula cualquier objeción.
Este fenómeno no sólo degrada el lenguaje político, empobrece la democracia, cuando el vocabulario del debate se encoge, el pensamiento crítico se sofoca. Cuando la única forma de entender la crítica es como una traición, el poder se vuelve absoluto, impermeable a la razón y al disenso.
Coda. En 1984 Orwell imaginó un futuro de palabras amputadas, las vocerías morenitas construyen un presente autoritario apilando descalificaciones, pequeños dictadores felices de tachar el disenso como traición.
@aldan