Frente al inminente vencimiento del plazo impuesto para que TikTok encuentre un nuevo dueño “no adversario” en territorio estadounidense, Donald Trump optó por dar una prórroga de 75 días. No se trata solo de una app con bailes virales, sino de una pieza geopolítica clave entre China y Estados Unidos.
Trump volvió a la Casa Blanca con un decreto bajo el brazo. Desde su red Truth Social —y también en su cuenta de X, antes Twitter— anunció que extenderá por 75 días el tiempo para que TikTok permanezca activo en EE. UU., mientras se concreta un acuerdo que permita transferir sus activos en el país a una empresa que no esté ligada al gobierno chino. La narrativa, claro, mezcla negociaciones corporativas con asuntos de seguridad nacional, comercio global y un toque personal de show político.
Según el propio Trump, su administración ha hecho “avances considerables” en la tarea de salvar TikTok, aunque el acuerdo “requiere más trabajo para garantizar que se firmen todas las aprobaciones necesarias”. La urgencia no es nueva: desde enero, ByteDance —la empresa china propietaria de TikTok— enfrenta un mandato legal para vender las operaciones estadounidenses de la app, so pena de ser prohibida.
Ahora bien, ¿por qué tanto drama con una red social? Porque TikTok, aunque para muchos sea un sitio para retos virales y hacks de cocina, se ha convertido en un epicentro de preocupación por su potencial acceso a datos de usuarios estadounidenses. En otras palabras, una app con millones de adolescentes haciendo lipsync es, para el gobierno de EE. UU., un vector posible de espionaje.
Pero en esta nueva etapa, la narrativa ha dado un giro pragmático. Trump ha insistido en que no quiere que TikTok desaparezca, señalando que los aranceles —que elevó recientemente hasta el 54 % sobre importaciones chinas— son “la herramienta económica más poderosa” para asegurar la seguridad nacional. Es decir, una jugada de presión a Beijing, envuelta en papel de defensa comercial.
La lista de posibles compradores parece sacada de una sesión de pitch de Silicon Valley: Amazon, Oracle, e incluso el fundador de OnlyFans suenan como interesados. Reuters ha revelado también que Blackstone podría hacer una inversión minoritaria y que se están evaluando propuestas para que los inversionistas no chinos en ByteDance amplíen su participación y se hagan del control de TikTok en Estados Unidos.
Trump, sin embargo, juega al misterio. Ha dicho que hay “cuatro grupos diferentes” en contacto con su administración, pero no ha soltado nombres. El suspenso se mezcla con estrategia: cada movimiento de su administración marca un pulso que va más allá de la mesa de negociación.
Por otro lado, no se puede ignorar el tono casi conciliador que Trump adopta hacia China, cuando menciona que espera seguir trabajando “de buena fe” con el país asiático. Un gesto diplomático que contrasta con los duros aranceles impuestos. En este tablero, TikTok es solo una de las fichas, pero es quizá la más simbólica para una generación que consume contenido y construye opinión pública en formato vertical y en menos de un minuto.
La batalla por TikTok no es nueva, pero el regreso de Trump al poder le da un nuevo matiz. Si en su primer mandato el conflicto parecía una guerra abierta contra ByteDance, esta vez el enfoque parece más táctico, enfocado en extraer valor económico y político del conflicto. Una prórroga no es una solución, pero sí una jugada para ganar tiempo… y ventaja.
En resumen, TikTok se ha vuelto más que una red social: es un termómetro de tensiones entre economías, un activo comercial codiciado, y un canal que moldea cultura e influencia política. El plazo se amplió, las negociaciones siguen y mientras tanto, los usuarios estadounidenses siguen deslizándose por su feed sin notar del todo que sus videos podrían estar en medio de una partida de ajedrez global.




