El Festival Axe Ceremonia 2025 tenía todo para brillar. Una curaduría musical con nombres como Tyler, The Creator, Massive Attack y Charli XCX, un venue icónico como el Parque Bicentenario, y la maquinaria de una productora experimentada como Grupo ECO, de Diego Jiménez Labora. Pero lo que debió ser una celebración cultural terminó en tragedia, y peor aún: en un silencio institucional que escuece, indigna y duele.
El sábado 5 de abril, una estructura metálica decorativa colapsó por una ráfaga de viento durante la presentación de Meme del Real. El resultado: la muerte de dos jóvenes fotoperiodistas, Berenice Giles Rivera y Miguel Ángel Hernández, quienes cubrían el evento para el medio mr indie. Lo que siguió fue, literalmente, la antítesis de la rendición de cuentas.
En lugar de asumir liderazgo o emitir un posicionamiento claro y humano, Diego Jiménez Labora —fundador de Grupo ECO y figura central en la industria de festivales en México— optó por cerrar su cuenta de Instagram y desaparecer del radar público. Hasta el momento, no ha emitido una sola declaración personal. Ni una palabra de consuelo, ni una explicación, ni una muestra mínima de responsabilidad. No se presentó al lugar de los hechos ni ha respondido a la prensa. La ausencia es tan escandalosa como el accidente mismo.
Y es que no hablamos de un organizador improvisado. Jiménez Labora es un empresario con más de una década de experiencia, egresado del ITESM, y al frente de proyectos como Trópico, Bravo, Sónar México y el Auditorio Blackberry. El festival Ceremonia fue fundado por él en 2013 y es parte de un portafolio que incluye agencias de booking, marketing experiencial y representación artística. Es decir: aquí no hay novatos. Hay estructuras (literal y simbólicamente) que debieron haber sido sólidas.
La reacción institucional fue tibia: un par de comunicados impersonales, sin firma, publicados desde las cuentas oficiales del festival y de Grupo ECO. “Lamentamos profundamente los hechos”, decían, mientras la indignación en redes crecía y los cuestionamientos se multiplicaban: ¿por qué no se suspendió el festival de inmediato? ¿Por qué siguieron las presentaciones horas después del colapso? ¿Por qué no se designó un vocero?
La Secretaría de Gestión Integral de Riesgos y Protección Civil informó que la estructura colapsada no estaba contemplada en el plan aprobado ni fue reportada durante la inspección previa. Es decir, se trató de una instalación no autorizada. ¿Cómo se permite una “decoración” que termina matando personas en un festival que presume estándares internacionales?
Algunos usuarios en redes defendieron el silencio de Jiménez Labora como una forma de evitar acoso o juicio mediático. Pero lo cierto es que cuando eres el rostro público y administrativo de un evento de esta magnitud —y uno que implica vidas humanas— el mínimo ético es dar la cara. El luto no se gestiona con evasión. El silencio aquí no es prudencia, es negligencia comunicativa.
La tragedia también dejó al descubierto la falta de protocolos reales para incidentes graves. El festival continuó su programación tras el accidente, mientras las víctimas ya habían muerto. El anuncio oficial de la cancelación del segundo día llegó hasta las 10 p.m., mucho después del suceso, y con una ejecución que rozó lo cosmético.
Esta edición del Ceremonia debía ser estelar, pero se convirtió en símbolo del descuido y del vacío moral de una industria que celebra con luces y beats, pero calla ante la muerte. A más de 48 horas del accidente, el silencio de los organizadores no es solo ruido blanco: es una bofetada a la memoria de dos profesionales que hicieron de la música su vocación. Berenice y Miguel no murieron por una ráfaga de viento: murieron por una cadena de omisiones que alguien —con nombre y empresa— debería explicar.
En una industria donde la imagen lo es todo, la falta de presencia, empatía y responsabilidad de Diego Jiménez Labora deja una lección amarga. Lo que se cayó no fue solo una estructura metálica. Se cayó también la narrativa de excelencia y profesionalismo de uno de los festivales más importantes del país.
Y el eco de ese colapso —físico y ético— sigue retumbando, sin que nadie en el escenario principal tome el micrófono.
