El feminicidio de Cinthia Manrique Miranda, estudiante de posgrado en la Facultad de Economía de la UNAM, ha reactivado con fuerza las alarmas sobre la violencia de género en México y la insuficiencia institucional para prevenirla. Su caso no solo refleja un patrón trágicamente común, sino que evidencia cómo incluso mujeres con redes universitarias de apoyo, protocolos activos y presión social pueden terminar siendo asesinadas en un entorno plagado de impunidad.
Cinthia, de 34 años, fue reportada como desaparecida el pasado 10 de abril tras haber sido vista por última vez en la colonia Alce Blanco, en Naucalpan de Juárez, Estado de México. Días después, el 15 de abril, su cuerpo fue localizado sin vida en ese mismo municipio. A pesar de que la UNAM activó desde el primer momento su Protocolo de Actuación en Caso de Persona No Localizada, su feminicidio se suma a las decenas que se registran cada mes en el país.
La Facultad de Economía y la propia UNAM emitieron comunicados condenando los hechos y exigiendo justicia. También confirmaron que se brindó acompañamiento jurídico a la familia de la víctima y se resguardó información relevante para la investigación, incluidos registros académicos y de comunicación. Sin embargo, hasta ahora no hay avances públicos ni detenidos reportados por la Fiscalía General de Justicia del Estado de México (FGJEM).
El caso ha sido particularmente conmovedor para la comunidad universitaria. Cinthia cursaba la especialización en El Género en la Economía, un área que precisamente problematiza las estructuras de poder y desigualdad que terminan por normalizar la violencia contra las mujeres. Colectivos, docentes y estudiantes han expresado su indignación en redes sociales, señalando que su feminicidio no puede reducirse a una estadística ni a una esquela institucional.
Este crimen ocurre en el Estado de México, entidad que ocupa el primer lugar nacional en feminicidios según datos del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública: tan solo en los primeros dos meses de 2025 se han contabilizado 11 feminicidios en esa entidad, seguidos por Ciudad de México y Puebla. En ese contexto, las inconsistencias iniciales sobre el lugar de desaparición de Cinthia –algunos rumores apuntaban a Ciudad Universitaria– también reflejan una falta de claridad y coordinación entre las instituciones.
A pesar de la existencia de protocolos, alertas y un marco legal orientado a la protección de mujeres, el sistema sigue fallando en su aplicación efectiva. Como lo muestra el caso de Cinthia, incluso los esfuerzos institucionales más diligentes no han sido suficientes para revertir un entorno estructuralmente violento ni para garantizar que las investigaciones avancen con celeridad y con perspectiva de género.
Más allá de los comunicados, la exigencia es clara: justicia para Cinthia y para todas. Su historia recuerda que cada cifra en las estadísticas tiene un nombre, una trayectoria, un círculo afectivo que hoy enfrenta el vacío. Cinthia no fue una desconocida para la comunidad académica. Fue una mujer con voz, ideas y lucha feminista. Silenciarla no solo arrebata una vida; también mutila el pensamiento crítico que muchas mujeres, como ella, han construido desde las aulas.
En un país donde cada día desaparecen y asesinan mujeres, el feminicidio de Cinthia Manrique es una advertencia de que el conocimiento no basta para salvarnos si el sistema entero está dispuesto a ignorarnos.




