El 21 de abril de 2025, el Vaticano anunció la muerte del papa Francisco, poniendo fin a doce años de un pontificado que reconfiguró las estructuras y prioridades de la Iglesia católica. Jorge Mario Bergoglio, el primer pontífice latinoamericano y jesuita en ocupar la silla de San Pedro, asumió con el reto de renovar una institución sacudida por escándalos de abuso sexual, corrupción financiera y desafección social. Aunque sus reformas han sido catalogadas como “históricas”, también enfrentaron resistencias internas, lentitudes estructurales y contradicciones de fondo.
Desde el inicio, Francisco impuso un estilo austero, pastoral y cercano a las periferias. Renunció al Palacio Apostólico, recorrió calles ayudando a personas sin hogar, y convirtió su papado en un espacio de visibilidad para los temas sociales más urgentes: pobreza, migración, cambio climático y justicia social. Su encíclica Laudato Si’ (2015) consolidó su lugar como el primer Papa abiertamente ecologista.
Una de sus reformas clave fue la reestructuración de la Curia Romana a través de la constitución apostólica Praedicate Evangelium (2022), con la cual impulsó una Iglesia menos burocrática y más misionera, y descentralizó funciones dando mayor protagonismo a las iglesias locales. Permitió que laicos –incluidas mujeres– dirigieran dicasterios, y promovió fusiones de organismos para evitar duplicidades. No obstante, estos cambios fueron vistos por sectores conservadores como una desviación de la tradición.
En cuanto a la inclusión femenina, su pontificado permitió por primera vez la participación de mujeres en cargos relevantes dentro del Vaticano, como la prefectura del Dicasterio para la Vida Consagrada o la dirección de los Museos Vaticanos. No obstante, en lo litúrgico, Francisco se mantuvo firme en la negativa a la ordenación femenina, justificándolo como un límite teológico y temiendo una “clericalización” que contradiría el modelo tradicional masculino del sacerdocio. Esta postura ha sido criticada por teólogas como Isabel Corpas, quienes sostienen que tal impedimento no tiene fundamentos bíblicos sino patriarcales.
En el espinoso terreno de los abusos sexuales dentro de la Iglesia, Francisco heredó una crisis global iniciada bajo el pontificado de Benedicto XVI. Impulsó medidas importantes: creó la Comisión Pontificia para la Protección de Menores (2015), eliminó el secreto pontificio en casos de abuso (2019), reformó el derecho canónico para endurecer sanciones y emitió la instrucción Vos estis lux mundi, que obliga a obispos y superiores a denunciar los casos. Sin embargo, las críticas persisten: las víctimas aseguran que muchas de estas medidas se han topado con estructuras resistentes y encubrimientos locales, haciendo que la rendición de cuentas aún sea parcial e insuficiente.
En materia de transparencia financiera, el papa Francisco lideró una ofensiva sin precedentes. Auditaron al Banco Vaticano (IOR), se cerraron más de 5,000 cuentas sospechosas y se condenó por fraude al cardenal Angelo Becciu en 2023. Estas acciones buscaron limpiar una de las zonas más opacas del Vaticano, pero también evidenciaron lo profundamente incrustada que estaba la corrupción en los niveles más altos.
Francisco también se convirtió en una figura diplomática global. Mediador entre EE. UU. y Cuba, firmó un acuerdo con China sobre el nombramiento de obispos e insistió en el diálogo interreligioso, incluso con líderes musulmanes en su visita histórica a Irak. Sin embargo, su postura ambigua ante la guerra en Ucrania y su relación distante con la Iglesia ortodoxa rusa deterioraron su influencia en Europa del Este.
En el plano doctrinal, el Papa promovió una Iglesia más acogedora sin cambiar dogmas de fondo. Dio apertura a la bendición de parejas del mismo sexo —sin equipararlas al matrimonio— y permitió a los sacerdotes absolver abortos, antes reservado a obispos. Declaró que “una bendición es la búsqueda de las personas para estar en presencia de Dios”, desatando críticas de figuras como los cardenales Raymond Burke y Joseph Strickland, quienes lo acusaron de diluir la doctrina.
También flexibilizó la postura respecto a los divorciados vueltos a casar, permitiéndoles recibir sacramentos en algunos casos. En cambio, mantuvo firme la enseñanza sobre el aborto como “homicidio” y sostuvo la línea tradicional en torno al celibato sacerdotal.
Sus reformas en nulidad matrimonial facilitaron los procesos, promovieron la gratuidad y descentralizaron los juicios a los obispos diocesanos, en una lógica pastoral centrada en la accesibilidad y el cuidado de las personas. A nivel interno, promovió la sinodalidad y reorganizó el colegio cardenalicio incluyendo miembros jóvenes y de regiones periféricas, apuntando a asegurar la continuidad de su visión en la elección de su sucesor.
Sin embargo, su legado queda marcado por una tensión constante entre el impulso reformista y los límites del sistema eclesiástico. Su figura generó admiración global, fue portada de Time, pero también frustración entre quienes esperaban cambios más profundos. Francisco no rompió del todo con la estructura clerical ni erradicó los abusos, pero dejó una Iglesia más abierta a discutir sus heridas.
Como sintetizó Emilce Cuda, teóloga y secretaria de la Comisión Pontificia para América Latina, “tener a una mujer donde antes había un cardenal es una revolución”. Tal vez ese sea el signo más claro del papa Francisco: una reforma que no fue ruptura, pero sí movimiento. Un papado que abrió la puerta a nuevas preguntas, más que dar respuestas definitivas.
