La ministra de la Suprema Corte y aspirante a reelegirse, Loretta Ortiz Ahlf, acaba de sumar un nuevo revés a su historial: el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) desechó su queja contra el INE. ¿La razón? Presentó su impugnación tarde. Así, como cuando llegas a la fila de las tortillas y ya se acabaron.
Todo comenzó con el evento de arranque de su campaña, organizado con entusiasmo por el Sindicato Mexicano de Electricistas (SME) y acompañado por la Cooperativa Cruz Azul, que tuvo más de mitin que de foro imparcial. El INE no tardó en señalar que el acto violaba las reglas de equidad electoral, al no cumplir con los criterios establecidos para foros de debate. Resultado: ordenó bajar las publicaciones donde aparecía ese encantador evento lleno de aplausos sindicales.
Ortiz, inconforme, presentó una queja, argumentando que el plazo para impugnar debía contarse desde una segunda notificación que recibió por correo electrónico. Pero los magistrados del TEPJF no compraron la idea. Dictaminaron que, como ya se le había intentado notificar en su domicilio y no estaba, el plazo legal de 48 horas comenzaba desde ese primer intento. Adiós argumento.
La resolución del tribunal fue unánime. La Sala Superior, en sesión privada y con el proyecto del magistrado Felipe de la Mata Pizaña, confirmó que la impugnación era extemporánea. Por tanto, se mantienen vigentes las medidas cautelares dictadas por el INE: todo rastro del evento deberá desaparecer de YouTube, redes sociales y cualquier plataforma donde el SME y la ministra hayan promocionado su cercanía.
En su defensa, Loretta Ortiz calificó como “ridícula” la restricción del INE, argumentando que se trata de un proceso electoral judicial sin precedentes y que su difusión no debería limitarse exclusivamente al instituto. Pero la ley, como los plazos, no perdona olvidos. O, en este caso, cálculos creativos del calendario.
Más allá del tecnicismo del plazo, el caso revela las tensiones que genera un proceso de selección judicial envuelto en tintes políticos, donde los sindicatos, los foros “informativos” y las candidaturas se entremezclan en una coreografía que desafía la neutralidad que debería imperar. Porque, cuando los actos de campaña se disfrazan de debates, ni el mejor maquillaje digital logra ocultar el sesgo.




