- Desde antes de abordar la lectura, el título del ensayo, No haber escrito nunca es mejor (Premio Bellas Artes de Ensayo Literario Malcolm Lowry 2022), me hizo pensar, de forma inevitable, en Bartleby y compañía, un libro que habla de autores que han escrito muy poco o que han dejado de escribir. del escritor catalán Enrique Vila-Matas. A su vez, esto me hizo pensar en la famosa frase del personaje de Herman Melville, Bartleby, I would prefer not to, o, en su traducción, Preferiría no hacerlo. Vila-Matas y Melville son dos autores que me gustan muchísimo y, curiosamente, de algún modo, ahora me conectan con el protagonista del ensayo de Jorge Terrones: David Markson.
Otros factores me invitaron a leer el texto. En la primera página del ensayo aparecen algunos datos que me llamaron la atención: la nacionalidad del escritor, su año de nacimiento y muerte. Markson es un escritor estadounidense que nació en 1927 y falleció en 2010, lo cual me llevó a pensar en uno de mis autores canónicos: J.D. Salinger, quien nació en Nueva York, ocho años antes que Markson y, como Markson, falleció en 2010; además, Salinger también fue, como dice Terrones de Markson, “más intenso que extenso”, haciendo referencia a sus obras publicadas, que son pocas. Me pregunté: ¿Cómo es posible que conozca a Salinger, que lleve todo este tiempo conociendo a Salinger, pero no a Markson?
El otro elemento que me provocó adentrarme en el ensayo es el nombre de Cristina Rivera Garza en la primera página del libro, autora por la que tengo fascinación y a cuya poesía he vuelto una y otra vez en distintos momentos de mi vida. Leer “La desmuerte del autor”, texto de Rivera Garza que Terrones cita en su ensayo es, como lo es también el libro de Jorge, una invitación a no pasar un día más sin leer a Markson. Dice Rivera Garza: “Todavía recuerdo mi primer día en la tierra con David Markson”, y después de contar cómo conoció al autor a través de uno de sus libros, que halló fortuitamente en una librería, agrega: “Nadie me había hablado de David Markson antes, y muy pocos lo hicieron después”. Siendo así, la invitación estaba hecha: Vila-Matas, Melville, Salinger y Rivera Garza.
No haber escrito nunca es mejor es un trabajo que refleja las virtudes de su autor. Dice Vila-Matas, en una entrevista: “admiro a los que estudian a fondo, a los que leen”. Markson es, ahora lo sé, uno de los autores preferidos del escritor catalán, lo admira, entre otras cosas, porque tiene estas características y, estas características, también, están presentes en el ensayo de Jorge Terrones, porque las tiene él mismo: ha estudiado, ha leído y nos ha regalado un texto que supera la promesa de hablar de los lazos entre México y Markson, pues lo hace con maestría, a la altura de los autores que analiza, y llevando más allá este propósito, a través del estudio de distintos autores y obras, y descubriendo, asimismo, más influencias de la obra de Markson. Pero este descubrimiento no es azaroso. Es producto de horas consagradas a la lectura y el análisis. Cualquiera que lea No haber escrito nunca es mejor podrá darse cuenta de esto, como también podrá saberlo cualquier persona que conozca a su autor.
A propósito de Melville, Eduardo Chamorro, en una edición de Bartleby, el escribiente, habla sobre Melville y el fracaso, y menciona que el autor “finalizó su carrera en la más completa oscuridad y desconocimiento público”. Hace dos años, en una entrevista, Rodrigo Fresán mencionaba que: “Melville no fracasó, fracasaron los lectores de su tiempo. […] Melville es un fracaso editorial de su tiempo, pero no es en absoluto un fracaso literario; es un supertriunfador”. Desde luego, quizá parezca forzada la comparación entre Melville y Markson, pero en un punto resuena lo dicho por Fresán sobre el autor de la gran novela americana en nuestro contexto marksoniano, pues, como Terrones menciona, “A pesar de la brevedad de su trabajo [solo escribió 13 obras], es difícil hacerse, en físico, de cada uno de los libros que lo conforman”. Además, agrega: “Todavía no se ha vertido el total de su literatura al castellano”. Así, creo que, además de rescatar los lazos México-Markson, Jorge recupera a un autor imprescindible para la literatura, para nuestra literatura.
Hace unos días, antes de leer el ensayo, comencé a leer Esto no es una novela, texto de David Markson publicado en 2001, llamado, por Vila-Matas, obra extraña que no se puede explicar (efectivamente, el libro es una novela que no es una novela) y, sorprendentemente, reconocí esta influencia en el estilo de un libro de Cristina Rivera Garza: El disco de Newton. Diez ensayos sobre el color. Días después, leyendo No haber escrito nunca es mejor, leí la nota a pie número 177 que dice: “Tal vez El disco de Newton. Diez ensayos sobre el color (2011) sea un libro marksoniano de Rivera Garza, pero la consonancia que ahí existe entre Wittgenstein y Anne Carson me parece más contundente que la que tiene con Markson”. Para asentir con la nota puedo decir que sí, tal vez El disco de Newton sea un libro marksoniano de Rivera Garza, o quizá sin el “tal vez”: sí, lo encuentro marksoniano, así como ahora he dado cuenta de que Vila-Matas es un autor marksoniano. “La novela no ha muerto, sino que ha cambiado de forma”, sentencia el catalán.
En No haber escrito nunca es mejor, Jorge Terrones nos introduce a un autor de una forma rigurosa, pero al mismo tiempo amable, amena. El libro abre con algunos apuntes muy generales de la vida y obra de Markson. Asimismo, nos habla de la relación, obsesiva, de Markson por Malcolm Lowry. Y más: de la influencia de Markson en algunas escritoras mexicanas -he mencionado solo a Rivera Garza, pero hay más: Margo Glantz, Myriam Moscona y Jazmina Barrera, entre otras-.
Creo firmemente que el libro se vuelve un libro imprescindible para nuestros estudios literarios, ya que además de cubrir un vacío, que en este caso es el de los textos que hayan explorado la relación Markson-México, quedan en evidencia otros tantos, que podemos comprender como líneas de investigación abiertas, tal como sugiere el propio autor: la escritura de una historia detallada del Centro Mexicano de Escritores (CME) o la publicación de algunas biografías de escritores y autores importantes para nuestra literatura, como la de Margaret Shedd, fundadora del CME.
Con No haber escrito nunca es mejor, Terrones no solo nos presenta a David Markson como un autor imprescindible para la literatura, en general, y para la literatura mexicana, en específico, sino que también nos invita a reflexionar sobre las conexiones insospechadas entre culturas y tradiciones literarias. Su ensayo no solo es una puerta de entrada a la obra de un novelista singular, sino un puente que une lo mexicano y lo universal, lo íntimo y lo erudito. Creo que el autor no solo llena vacíos en el conocimiento literario, sino que abre caminos para nuevas exploraciones. Leer este ensayo es aceptar una invitación a descubrir a Markson, cuya narrativa, nos dice Jorge, fue descrita por Foster Wallace como “el punto más alto de la ficción experimental en Estados Unidos”. El libro también es una invitación a cuestionar las narrativas establecidas y disfrutar los libros raros y, por supuesto, una invitación a disfrutar nuestra cultura y nuestra literatura, así, en general y, como me sucedió a mí, a enriquecer nuestras propias lecturas.
Recupero el epígrafe de Bartleby y compañía, que dice: “La gloria o el mérito de ciertos hombres consiste en escribir bien; el de otros consiste en no escribir” (Jean de la Bruyère). Celebro que Terrones sea de los primeros.




