Cuando Donald Trump anunció en abril su nuevo arsenal de aranceles del 25% a automóviles y autopartes importados, la industria mexicana —y buena parte de la región del Bajío— sintió el mismo escalofrío que siente un jugador cuando escucha que el jefe final del videojuego sacó un ataque nuevo. No fue sorpresa: ya se había visto venir el proteccionismo versión 2.0 del magnate en campaña.
En este contexto, Marcelo Ebrard, secretario de Economía, ha tratado de posicionarse como el avatar negociador de México en este nuevo episodio de guerra comercial, proponiendo lo que bautizó como “descuento automotriz”. ¿La fórmula? Entre más componentes norteamericanos contenga un vehículo, menor será el arancel que pagará al cruzar la frontera. “Le van a hacer descuentos por modelo”, prometió Ebrard, como si hablara de promociones del Buen Fin.
De acuerdo con el funcionario, la norma que oficializará estos descuentos se publicaría a más tardar el lunes. Así, un vehículo mexicano podría pagar menos que el resto de los autos del mundo: alrededor de un 15% de arancel en promedio, si logra demostrar suficiente “contenido estadounidense”, de acuerdo con estimaciones de la Asociación Mexicana de Distribuidores de Automóviles (AMDA). Si se cumple el sueño de Ebrard, los autos mexicanos podrían moverse en un rango de descuento entre el 16% y el 18%.
Pero antes de brindar por esta supuesta victoria diplomática, conviene afinar la vista: el “descuento” no elimina el arancel, apenas lo reduce. Además, México se ve forzado a certificar y contabilizar hasta la última tuerca estadounidense de cada coche, bajo nuevas reglas de origen del T-MEC.
La industria automotriz mexicana, altamente integrada con la estadounidense gracias al T-MEC, respira un poco: ocho de cada diez productos exportados ya cumplen los requisitos para no pagar impuestos o pagar tasas muy reducidas. Pero las tensiones siguen: si el contenido norteamericano no es suficiente, los aranceles podrían sumar hasta un 52.5%, combinando la Ley de Expansión Comercial de 1962, el castigo por incumplir el T-MEC y la cláusula de Nación Más Favorecida de la OMC. Más que un descuento, podría ser una carrera de obstáculos.
La automotriz surcoreana Hyundai fue de las primeras en mover ficha: anunció el traslado parcial de la producción del modelo Tucson de su planta en Pesquería, Nuevo León, hacia otros países. Aunque Ebrard trató de amortiguar el golpe afirmando que Hyundai mantendrá operaciones en México para otros mercados, el mensaje fue claro: el tablero de juego está cambiando.
Mientras Ebrard viaja semanalmente a Estados Unidos para mantener reuniones de cabildeo comercial —“hay que perseverar, convencer, persuadir”, dice como mantra—, en otro frente, México lidia con una nueva amenaza de Trump: sanciones adicionales si no se resuelve el viejo conflicto del Tratado de Aguas de 1944.
Trump acusa a México de deber a Texas 1.3 millones de acres-pies de agua, algo que Ebrard explica como una consecuencia directa de la sequía y del cambio climático. “No es que no haya voluntad”, aclaró el funcionario, en un tono que mezcla diplomacia con resignación. El tema se discute en mesas bilaterales, pero deja entrever que, aunque México quiera cumplir, las condiciones climáticas son un factor que no se resuelve con discursos ni boletines.
En paralelo, Ebrard confirmó que la revisión formal del T-MEC comenzará en el segundo semestre de 2025, donde México intentará renegociar mejores condiciones para acero, aluminio y, por supuesto, la industria automotriz. En otras palabras: el “descuento automotriz” es apenas una pequeña batalla ganada en una guerra comercial que se librará en varias temporadas, dignas de una serie de Netflix.
Así, mientras Trump sigue moviendo sus fichas como si jugara un monólogo de “El Aprendiz” en versión geopolítica, México enfrenta la tarea titánica de proteger sus exportaciones automotrices y, con ello, miles de empleos en el país. Con suerte y mucha perseverancia —más, probablemente, que la de un gamer obsesionado por desbloquear un skin exclusivo—, la industria mexicana podría evitar que esta nueva ola arancelaria termine en un verdadero game over.




