Repensar la medicina: desafíos institucionales | El peso de las razones por: Mario Gensollen - LJA Aguascalientes
17/05/2025

El peso de las razones

Repensar la medicina: desafíos institucionales

Sospecho que pocas profesiones albergan tantas contradicciones internas como la medicina, en cuyo ejercicio conviven personas excepcionales con individuos cuyo desarrollo profesional e integral parece estancado Abundan, lamentablemente, quienes muestran razonamientos confusos y reiteradas obviedades que llevan fácilmente al malentendido. Dentro de este grupo heterogéneo, los residentes suelen ejemplificar las mayores carencias formativas y humanas, pero sería injusto generalizar. Por supuesto, existen médicos sobresalientes que merecen pleno reconocimiento, aunque a menudo parecen excepciones valiosas en medio de un entorno complejo y desafiante.

Este panorama, que podría parecer exagerado si no se ha vivido personalmente, refleja más bien un síntoma claro de un problema institucional profundo. La medicina moderna se ha convertido en un intrincado laberinto burocrático que limita significativamente la empatía y la calidad humana. Los hospitales, dominados por una lógica administrativa, olvidan que detrás de expedientes, protocolos y estadísticas se encuentran personas con dolores reales, miedos genuinos y esperanzas legítimas.

La saturación y precariedad en los sistemas de salud son problemas estructurales, no meramente circunstanciales. Hospitales saturados, salas de espera interminables, consultas superficiales y tratamientos despersonalizados son la norma, más que excepciones puntuales. El sistema, al fomentar indirectamente que los pacientes acudan directamente a urgencias, perpetúa un círculo vicioso de saturación y deterioro del servicio médico.

Hace ya varias décadas, Iván Illich alertó sobre esta realidad en su libro Némesis médica: la expropiación de la salud (Barcelona: Barral Editores, 1975). Illich sostenía que la medicina moderna había superado su función original de sanar, convirtiéndose en generadora de dependencia y patologizando aspectos cotidianos de la vida. Según Illich, se ha otorgado demasiado poder a las instituciones médicas, olvidando que la salud abarca mucho más que la simple ausencia de enfermedades diagnosticadas clínicamente.

La tesis central de Illich permanece vigente: la medicina se ha convertido en una autoridad que impone definiciones rígidas sobre lo que es normal o patológico. En lugar de fortalecer a las personas para enfrentar las situaciones naturales de la vida, el sistema médico actual multiplica diagnósticos y tratamientos a menudo innecesarios, contribuyendo a la medicalización generalizada.

Por otro lado, Jacob Stegenga en su libro Medical Nihilism (Oxford: Oxford University Press, 2018) defiende una “medicina suave”, realizando una crítica fundamentada al paradigma biomédico predominante. Stegenga argumenta que la medicina convencional está sobredimensionada con intervenciones agresivas cuya efectividad puede ser marginal. Propone que una medicina más cautelosa y escéptica, basada en intervenciones mínimas, sería más beneficiosa para la salud colectiva.

La perspectiva de Stegenga implica que muchas intervenciones clínicas actuales podrían reducirse significativamente sin detrimento para los pacientes. De hecho, sugiere que ciertos tratamientos no sólo carecen de utilidad, sino que podrían resultar perjudiciales, al transformar a los pacientes en receptores pasivos de terapias impulsadas por intereses comerciales más que por evidencias científicas sólidas.


Antonio Sitges-Serra, cirujano y crítico incisivo de la medicina actual, ofrece en su libro Si puede, no vaya al médico (Barcelona: Debate, 2020) argumentos especialmente contundentes. Sitges-Serra señala claramente que muchas prácticas médicas responden más a una lógica mercantilista que a una auténtica vocación de cuidado. Según él, la medicina actual, ensoberbecida, tiende a sobrestimar sus capacidades reales y subestimar sus posibles efectos adversos.

La crítica de Sitges-Serra enfatiza que la obsesión por la prevención y detección temprana ha generado numerosas falsas alarmas médicas, tratamientos excesivamente agresivos y, paradójicamente, más enfermedad que salud real. El sistema médico actual, lejos de ser un garante del bienestar, a menudo contribuye a crear pacientes crónicos.

Todos estos enfoques apuntan hacia el mismo fenómeno fundamental: la medicalización de la vida. La biomedicina contemporánea no se limita a tratar enfermedades, sino que ahora define, diagnostica y trata casi cada aspecto de la existencia cotidiana. El resultado no ha sido necesariamente una sociedad más saludable, sino más bien una colectividad cada vez más hipocondríaca, obsesionada con indicadores biométricos y ansiosa por su salud.

Este fenómeno no es accidental, sino la consecuencia directa de un modelo de salud altamente mercantilizado, orientado principalmente hacia la rentabilidad económica en lugar del bienestar genuino. Hospitales, farmacéuticas y aseguradoras han creado un entramado complejo en el que la salud es tratada como un producto más del mercado y los pacientes se convierten en cifras financieras.

Atrapados en esta dinámica, muchos médicos, incluso involuntariamente, replican lógicas deshumanizantes que erosionan la dimensión humana de su profesión. Los residentes, expuestos a una formación extrema con horarios desgastantes, son sólo la manifestación más visible de un sistema diseñado para producir técnicos obedientes en lugar de profesionales reflexivos y empáticos.

Esta crisis no puede resolverse simplemente con reformas superficiales. Es necesaria una revisión profunda de los fundamentos mismos de la medicina contemporánea, cuestionando sus premisas y prácticas actuales. Resulta imprescindible recuperar una visión más amplia y humana de la salud, valorando la autonomía del paciente y favoreciendo tratamientos efectivos que respeten integralmente a la persona.

Es fundamental reconocer que el problema es sistémico y cultural, más que individual. Más allá de señalar fallos personales, debemos buscar transformar las instituciones médicas desde sus raíces. Esto implica cambiar hacia una medicina más humana, modesta y orientada al cuidado genuino, alejándose de la arrogancia técnica. Al final del día, la medicina debería estar al servicio de las personas, no del negocio de generar pacientes permanentes.

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